
En el vertiginoso mundo de los negocios, la inversión en ESG (factores ambientales, sociales y de gobernanza) ha dejado de ser una opción, convirtiéndose en un eje central e ineludible. No actuar ya es un riesgo. No se trata solo de cumplir con las crecientes demandas regulatorias o la presión del mercado, sino de aprovechar los numerosos beneficios que trae consigo esta apuesta. Las empresas que abrazan la integración de estos factores no solo mitigan riesgos, sino que también se posicionan para capitalizar nuevas oportunidades.
La creciente sensibilización global en torno a la sostenibilidad es una realidad que ya no puede ser ignorada. Las compañías se ven obligadas a encontrar fórmulas efectivas para cumplir con las exigencias de un entorno regulatorio cada vez más complejo y, a su vez, mejorar su desempeño financiero. Con la entrada en vigor de la nueva directiva europea CSRD en 2024, las empresas estarán obligadas a reportar de manera más detallada y transparente sobre sus actividades ESG, lo que aumenta la presión para que el sector privado integre estos factores de forma estratégica y eficaz. Quienes lideren este cambio hacia una gestión ESG proactiva tendrán más posibilidades de destacarse en el panorama empresarial con una mayor eficiencia operativa, reducción de riesgos y, en consecuencia, con un mejor rendimiento financiero. Además, anticipar esta inversión conlleva ventajas adicionales, como la retención de talento y la optimización de recursos.
El panorama en nuestro país refleja con claridad esta tendencia. Un estudio reciente de H/Advisors Cicero arroja un dato revelador: el 66% de los inversores españoles está dispuesto a sacrificar parte de la rentabilidad en favor de un mayor impacto en criterios ESG, superando así la media europea, que se sitúa en un 56%. Y no solo eso. El 51% de los inversores nacionales valoran como cruciales las acciones de sostenibilidad de las empresas al tomar decisiones de inversión, frente al 41% de media en Europa. Georgeson, por su parte, refuerza esta perspectiva: un abrumador 64% de los inversores institucionales en España estaría dispuesto a desinvertir si una empresa no cumple con los factores ESG, mientras que el 67% los considera clave al gestionar sus carteras.
Ante este escenario, la comunicación corporativa emerge como una herramienta estratégica fundamental. Gestionar con rigor y transparencia los compromisos ESG es más que una obligación, es una oportunidad para fortalecer la reputación corporativa y aumentar el valor de marca. Sin embargo, el desafío va más allá de evitar el greenwashing (la ecoimpostura). Las empresas deben informar, sin miedo, de sus avances, compromisos y, sí, también de sus fracasos porque lo responsable es actuar, desarrollar y aprender, solo así se puede mejorar. Y solo a través de un diálogo honesto y abierto con los grupos de interés se puede mantener su confianza. Hoy, los datos y la veracidad son más relevantes que nunca.
Pero ¿qué sucede con aquellas empresas que eligen no actuar? Los riesgos son cada vez mayores. No solo enfrentan un aumento en los costes operativos por el uso ineficiente de recursos, sino también la amenaza de sanciones y multas por incumplimiento normativo. Además, podrían verse limitadas en su acceso a capital, un factor clave para su desarrollo y crecimiento.
El mensaje es claro: la inversión en ESG ya no es una opción, es una necesidad que define el presente y futuro de las empresas.