
No seré yo quien niegue que la moderación de la inflación en agosto, con una subida de sólo el 2,2% es un buen dato. El mejor desde junio de 2023 y que nos acerca a ese 2% que el Banco Central Europeo (BCE) estima saludable para la economía. Pero de ahí a la euforia desatada del gobierno y sus monaguillos mediáticos hay un mundo. Porque sin ánimo de ser catastrofista sino realista es necesario puntualizar, primero que los precios no bajan sino que suben menos.
Con la inflación ocurre como con las dietas de adelgazamiento que si un mes has subido de peso cuatro kilos y al siguiente sólo subes dos no has adelgazado, has engordado seis kilos en dos meses. Es decir que la inflación se está frenando pero el aumento de los precios se ha quedado y para muestra un dato: desde que Pedro Sánchez es presidente del Gobierno, en junio de 2018, la inflación ha subido un 19% y llenar la cesta de la compra es hoy un 30% más caro que hace tres años.
Los datos más recientes del Instituto Nacional de Estadística (INE) revelan que al menos 80 productos que han subido más que los salarios. La gran mayoría de ellos son alimentos y los relacionados con la hostelería y el turismo, destacando el aceite de oliva y el azúcar con subida del 125% y del 63%, respectivamente, y los hoteles con una subida media del 53% en el coste del alojamiento.
Y, en segundo lugar, que la inflación no está, ni mucho menos controlada. Existen todavía factores de riesgo con una inflación muy elevada y resistente a la baja. Es especialmente significativo el caso de los servicios en general y del turismo en particular, donde la dificultad estriba en que la subida de los precios no es consecuencia de los costes energéticos o con los problemas de suministros, sino con la demanda que, sigue aún muy vigorosa.
A ello se une que, en el caso de nuestro país, el indicador de la de los precios está dopado por las rebajas del IVA en sectores clave como la energía que estará reducido al 10% hasta final de año, y los alimentos básicos que empezarán a recuperar su IVA original a partir de octubre, extendiéndose progresivamente la subida hasta el 31 de diciembre. Cuando estas medidas de alivio se reviertan, los precios de estos productos subirán, empujando con ellos la inflación.
Inflación que, recordemos, en los círculos económicos se califica como el "impuesto de los pobres". Un impuesto regresivo que golpea a los hogares con menos renta, en un país en el que, volviendo a los datos del INE, el 9,3% de la población declara que llega a fin de mes con mucha dificultad, mientras que el 37,1% de los encuestados afirma que no tiene capacidad para afrontar gastos imprevistos, casi dos puntos más que un año antes. Siendo también España el país que lidera el índice de miseria, la tasa de paro y el nivel de riesgo de pobreza en la eurozona.
Y una inflación cuya evolución alcista desde la llegada de Sánchez al gobierno ha contribuido también a que España se haya hundido en el Ranking de Competitividad Mundial, cayendo hasta el puesto 39 de 64 países, la posición más baja desde el año 2014. Desplome que contrasta con la mejora del resto de las principales economías del euro y al que contribuyen también decisivamente el estancamiento de la productividad, que sigue a niveles de 2019, el alza de las cotizaciones sociales, y el abuso fiscal de un gobierno que en lugar de allanar el camino a la inversión empresarial, a generar riqueza y crear puestos de trabajo se dedica a la propaganda más que a la gestión, a presumir del récord de familias que viven del Ingreso Mínimo Vital (IMV) y a repartir el escaso empleo mientras los españoles somos cada vez más pobres, estamos más endeudados y tenemos mayor tasa de paro y más inflación acumulada que nuestros socios europeos. Y a eso le llaman ir como un cohete. ¡País!