
Corren tiempos ciertamente oscuros. Las posturas se polarizan y enconan, no hay apenas puentes tendidos para el dialogo, cada "bando", prietas las filas como debe hacerse en circunstancias de combate, se encastilla en los postulados de su propia ideología y la defensa de sus propios intereses. Y, lo peor de todo, al que se niega a entrar en ese juego perverso, se le busca la forma de sumergirlo también en la sistemática situación de enfrentamiento.
A este respecto es muy interesante observar la aparición de expresiones como "extremo centro" y "equidistancia" para calificar, o más bien descalificar, a quienes adoptan una actitud centrada o, simplemente, no renuncian a mantener su independencia de criterio.
¿Pero es que no ven sus acuñadores que la expresión "extremo centro" constituye un oxímoron evidente? No hay más que tener unas nociones básicas de geometría elemental para saber que, en un segmento, una cosa son los dos extremos y otra el punto central, y que es absolutamente imposible que este último pueda ser confundido con aquellos y, por tanto, en modo alguno puede dicho punto central ser calificado de extremo.
En cuanto a la "equidistancia", un mínimo conocimiento y cabal concepción de esa misma geometría elemental de que hemos hablado nos informa de que tal concepto significa igual distancia, intermedia, entre dos puntos dados, pero el caso es que aquellos a quienes se tilda de "equidistantes" no tienen por qué ocupar precisamente esa posición entre una y otra facción, sino que puede suceder que eventualmente se encuentren más cerca de la una que de la otra y, además, dependiendo de cuál sea la cuestión concreta de que se trate, unas veces lo estarán más de la primera y otras más de la segunda, pues no todas las cuestiones se encierran en un solo plano bidimensional como pretenden hacernos creer aquellos que más arriba decíamos que cierran filas.
El caso es orillar la lógica y el sentido común (la inteligencia) o la honestidad intelectual y la buena fe (la honradez), ambas cosas, inteligencia y honradez, brillando por su ausencia en estos tiempos terribles en blanco y negro en que la independencia de criterio se encuentra poco menos que proscrita.
Todo lo anterior viene a cuento y es extrapolación de la experiencia concreta vivida por el autor de este artículo en cuanto a ciertas reacciones suscitadas por sus modestos posicionamientos y opiniones en materia de situación y perspectivas del sistema español de pensiones de la Seguridad Social en la actualidad.
En cuanto se menciona la idea, por otro lado bastante elemental, varias veces repetida por el autor en publicaciones e intervenciones en este mismo medio de elEconomista.es, entre otros, de que no puede ser que toda la carga de la solución a los problemas de equilibrio y sostenibilidad de las pensiones se ponga sólo en el lado del gasto (ajuste de las prestaciones a los beneficiarios del sistema) o sólo en el lado de los ingresos (aumento de las cotizaciones que soportan las empresas y trabajadores en activo), sino que en justicia y equidad dicha carga se debería repartir o distribuir entre ambos capítulos, y se hace ver igualmente, lo que es todavía peor, que no puede ser que los sucesivos gobiernos vayan oscilando entre medidas en una y otra dirección pisándose y corrigiéndose los unos a los otros, no conduciendo todo ello a otra cosa que agravar el problema existente y postergar su solución, las reacciones que todo ello suscita se repiten una y otra vez.
En la anterior legislatura, en la que con la última reforma de las pensiones lo que ha prevalecido ha sido la incidencia sobre el lado de los ingresos por cotizaciones y la derogación de medidas de ajuste de las pensiones que afectaban al lado de los gastos que habían sido adoptadas en otra legislatura anterior, el hecho de manifestar el autor sus posiciones y su análisis sobre la cuestión comentados más arriba ha hecho llover sobre el mismo, sin mayor examen ni justificación ni meditación, calificativos tales como el de seguidor de la escuela de Chicago o partidario del sistema chileno, lo que, ciertamente, ¿qué tendrá que ver realmente con tales posiciones y análisis del autor sobre la situación efectiva que hoy tenemos?
Para más inri, en medio de este caldo de cultivo, muchos políticos y comunicadores se afanan en reducir el debate a una más o menos supuesta pugna entre el mantenimiento de la integridad del sistema público o, por el contrario, su privatización, obviando entrar, como creemos que se debería hacer, en un debate abierto y pormenorizado acerca del detalle y el fondo de la cuestión, esto es, acerca de la sostenibilidad del sistema tal como lo conocemos y su mejora y perfeccionamiento.
Hablemos de prestaciones, de su revalorización, de cotizaciones, de impuestos, de deuda pública, de déficit, de pensiones complementarias privadas, hablemos de todo ello, sí, y sin apriorismos ni posiciones unilaterales, cerradas o viscerales, ¿no? Ni hablar hace daño ni únicamente cabe posicionarse en uno u otro de los extremos del arco como desgraciadamemte entienden hoy en día tantos y tantos de los actores que intervienen.