
Los niveles de precios acumularon varios meses de clara moderación que culminó en junio, cuando se situaron en el 1,9%. Una caída causada por un fenómeno puramente estadístico conocido como efecto escalón, que hace que el IPC actual descienda por la mera comparación con su propia evolución de 2022, cuando crecía a tasas mucho más rápidas que ahora. Pero eso no quiere decir que los precios hayan dejado de incrementarse en 2023, ni que el problema de la alta inflación sea cosa del pasado.
Así lo demuestra el comportamiento del IPC que, tras escalar al 2,3% en julio y al 2,6% en agosto, cerrará septiembre con un alza estimada del 3,5%, según el dato adelantado del INE. Un repunte que, por desgracia, está lejos de ser coyuntural. Así lo estima el Banco de España, que augura una inflación media general para 2024 del 4,3%. Un vaticinio con el que coincide la Cámara de Comercio de España o la empresa Repsol. Asimismo, Funcas estima un IPC del 5% este año y del 3,5% en el próximo ejercicio. La energía es el motivo que lleva a todos los organismos a mostrarse pesimistas con la evolución de los precios hasta, al menos, mediados de 2024. Algo comprensible si se tiene en cuenta que el recorte de la producción de la OPEP+ y la falta de inversiones en exploración anticipan un largo periodo de costes altos en el petróleo, que ya cotiza a más de 94 dólares el barril. Si a ello se añade la presión que en el IPC seguirán efectuando los alimentos, por la sequía y el veto de Rusia al gas de Ucrania a través del Mar Negro, y los servicios, por el auge del turismo en España, es lógico concluir que el problema de la inflación seguirá vigente en 2024. El consumo interno (clave del PIB) será el que pague la persistencia de este elevado IPC.