
La retirada de la vida política por parte del Iván Espinosa de los Monteros es sólo la manifestación de la mutación experimentada por Vox a lo largo del último año y cuya expresión más clara es la pérdida de 19 escaños en las elecciones generales del pasado 23-J. La formación verde cuya base social se compone básicamente de antiguos votantes del Partido Popular, desencantados con la gestión del PP realizada durante el mandato de Rajoy, no ha sido capaz de convertirse en una alternativa en el espacio de la derecha y del centroderecha capaz de desplazar a los Populares en el dominio de ese espacio. Con una Ley Electoral tendente a concentrar el voto alrededor de dos grandes partidos a izquierda y derecha, quien no logra ser hegemónico es un segmento de opinión tiende a perder relevancia de manera progresiva para terminar en la marginalidad o en la desaparición.
En Vox han convivido dos sensibilidades muy diferentes. Una, similar a lo que podría definirse como un conservadurismo de corte tatcherista o reaganiano con un importante componente liberal; otra que cabría calificar como cercana a un orden social con connotaciones muy similares a las de un falangismo y un nacional-catolicismo actualizados. La convivencia entre dos formas tan divergentes de contemplar la realidad, de plantear un proyecto para España e, incluso, la retórica empleada por ambas, algo muy relevante en una democracia, configuró un equilibrio inestable, sostenido por el liderazgo del Sr. Abascal, por la ilusión generada por un proyecto en expansión y por el crecimiento de partidos similares en el resto de Europa. El viento de la historia parecía favorecer a la nueva derecha frente a la tradicional que, en el caso de España, se enfrentaba a una crisis patente tras perder el poder.
¿Qué ha ocurrido? La respuesta es un enorme error de diagnóstico. La mayoría del soporte social de Vox no estaba ni está en el extremo de la derecha, una minoría de escasa relevancia en la sociedad española, sino en los sectores conservadores y liberales de la misma, desencantados con la transformación experimentada por el PP durante el mandato de Rajoy, y deseosa bien de una opción representativa de ese ideario con posibilidad de ser dominante bien de convertirse en un contrapeso efectivo a un partido de centro derecha que había mostrado una marcada tendencia a convertirse en la gestoría administrativa del colectivismo imperante.
En ese contexto, la estrategia inteligente de Vox hubiese sido la de convertirse en una formación de derecha liberal, capaz de contestar con consistencia el status quo vigente con un discurso similar al del llamado conservadurismo fusionista en los años 80 del siglo pasado; un proyecto capaz de agrupar a conservadores, que no son ultras, y a liberales en una ofensiva frente al programa de cambio de régimen impulsado por la coalición gubernamental y haciendo de la libertad el eje de su mensaje. La forma de combatir la corrección política imperante, a las religiones seculares, el asalto a la democracia liberal, la estatización de la economía y el colectivismo de la izquierda identitaria no es con el emblema, permítase la simplificación, "Dios, Patria, Familia", la creación de sindicatos, el proteccionismo, la invocación a la justicia social, etc., etc.,etc.
Si bien el giro de Vox hacia posiciones de esa naturaleza se percibía con claridad a lo largo del último año, aquel quedó patente en su Programa para las elecciones generales del 23-J y en la confección de sus listas al Congreso. El ideario liberal conservador de 2019 fue sustituido por un pastiche incoherente de medidas incompatibles entre sí, léase en economía, por una acentuación de los rasgos de un nacionalismo anacrónico, por iniciativas grotescas como la imposición de aranceles a las importaciones a Marruecos con quien España tiene un superávit comercial multimillonario, etc., envueltos en una dialéctica, en una escritura, que destila un evidente y rancio aroma azul. Por su parte, los elementos más modernos y atractivos de su representación en el Congreso o fueron apeados de las candidaturas o no han sido elegidos.
Este cambio, negado por la dirigencia de Vox, con el argumento según el cual no hay ni ha habido discrepancias ideológicas dentro del partido no es creíble. Por un lado, la disciplina interna tiene siempre la facultad de dar una imagen de unidad y, sin duda, la lealtad al líder ha sido un factor determinante; por otro, cualquier formación tiene siempre y, por definición, corrientes no necesariamente organizadas como tales que, compartido unas ideas generales, tienen aproximaciones divergentes a los medios para llevarlas a la práctica. La cuestión es cuál visión impera, y parece evidente que la liberal-conservadora no lo ha hecho en Vox. Y en una formación con un marcado liderazgo ello es incomprensible sin la aquiescencia de quien ostenta el mando.
¿Qué pasará? Si el partido del Sr. Abascal no altera su rumbo, seguirá la suerte de organizaciones similares, de la vieja o de la llamada "nueva política", que se convirtieron en marginales o desparecieron. Ese potencial movimiento de autocrítica y cambio se complica de manera extraordinaria con la ausencia de aquellos que representaban la sensibilidad más liberal del partido y con el auge de quienes simbolizan una doctrina más parecida a la de Le Pen que a la de Meloni. El futuro no está escrito y quizá Vox sea capaz de renovarse, pero la tarea no parece fácil por lo comentado a lo largo de esta nota.