
Durante los últimos meses, cada vez se escucha más hablar de China. A veces, por temas relacionados con la falta de crecimiento económico y otras por el enfrentamiento geopolítico con EEUU y, en menor medida con todo el elenco de países del G7. Y no se trata de un tema baladí, ya que China es la segunda potencia económica del planeta y juega un papel vital en el comercio internacional.
Analizando la situación económica del gigante asiático nos encontramos con luces y sombras, como casi siempre. En el lado oscuro nos inquieta, en primer lugar, un sector de la vivienda que desde que se produjo la quiebra de la inmobiliaria Evergrande en 2021 ha vivido un desplome severo y ha obligado a restructurar la deuda de muchas promotoras inmobiliarias que no podían hacer frente a los compromisos con sus acreedores.
Este sector tiene un peso directo del entorno del 15% en el PIB de China, pero su peso indirecto asciende hasta el 30% cuando incluimos su impacto en otras industrias, como manufactura de materiales, sector financiero, sector de mobiliario y decoración, etc. Otro de los focos de preocupación es la estabilidad financiera, un problema que nace del fuerte incremento de la deuda de los gobiernos locales durante la última década para apoyar precisamente el desarrollo inmobiliario a gran escala, y que ahora está en riesgo por el parón del sector de la vivienda.
La falta de visibilidad regulatoria también está afectando a la confianza del inversor extranjero, que no se fía de la estabilidad del marco legal, algo imprescindible para las decisiones de inversión empresarial a medio y largo plazo. A nivel interno, la tasa de desempleo juvenil ha superado el 20%, lo que pone de manifiesto otro problema social cada vez más importante.
En el plano geopolítico las cosas no pintan mejor, ya que existe un enfrentamiento cada vez más obvio entre las dos potencias, EEUU y China. A diferencia de la política exterior llevada a cabo por Donald Trump, que no dudaba en enfrentarse simultáneamente con China, Europa o cualquier país que no respetase su visión del mundo, Joe Biden ha sabido formar un bloque en contra de China.
La falta de rechazo a la invasión de Putin y el mantenimiento de las relaciones comerciales con Rusia han colocado a China en el ojo del huracán y es evidente que todo el G7 libra una batalla por el dominio económico y militar, y que se percibe a China, y no a Rusia, como el rival a frenar.
Una vez analizado los aspectos negativos que atenazan a la segunda economía del mundo, veamos los aspectos positivos, que también los hay. Tras desatarse la pandemia, todos los gobiernos del mundo decidieron combatir el parón económico con medidas de estímulo monetario y fiscal sin precedentes.
A la luz de lo que conocemos ahora, es evidente que se excedieron con la magnitud de las mismas, y lo que es más importante, no reaccionaron a tiempo para retirarlas, lo que acabó ocasionando un problema de inflación que no experimentábamos desde los años 80s, lo que ha obligado desde mediados de 2022 a embarcarnos en una restricción monetaria como nunca antes, y cuyos efectos probablemente aún no hemos sentido. Esta forma de actuar a nivel global tuvo una excepción, China, y por ese motivo mientras que en 2023 el mundo sigue enfrascado en su lucha por controlar los niveles de precios, en el gigante asiático si algo les preocupa es el efecto contrario, el riesgo de deflación.
Tener una inflación interanual del 0%, como ocurre actualmente en la economía china, permite implementar políticas monetarias y fiscales expansivas mientras el resto de los países del mundo tienen que seguir encareciendo el coste del dinero y drenando liquidez del sistema. El gobierno chino puede, y debe, comenzar a aplicar políticas de apoyo al consumo, la inversión, la estabilización del mercado inmobiliario y el desarrollo de infraestructuras, porque su situación se lo permite. Basta con ver como actuó en las dos crisis anteriores para poner en contexto lo que ha hecho hasta ahora y lo que aún podría hacer.
En términos de estímulo monetario, en la crisis de 2008 bajaron los tipos en 216 puntos básicos, y en la crisis de 2014 en 165 puntos básicos. Desde que se desató la crisis en 2020 tan solo los ha bajado en 60 puntos básicos. Además de las bajadas de los tipos de interés, también suelen inyectar liquidez al sistema bajando el coeficiente de reserva de los bancos. En la crisis de 2014 se bajó el coeficiente de reserva de los bancos en 300 puntos básicos y desde el año 2020 lo han hecho en 225 puntos básicos. En términos de estímulo fiscal también vemos grandes diferencias, ya que en la crisis 2008 inyectaron 4 billones de yuanes, aproximadamente un 20% del PIB, y en la crisis de 2014 la cantidad fue de 2 billones de yuanes. Sin embargo, desde que se desató esta última crisis en el año 2020 tan solo se han inyectado 1 billón de yuanes.
Es evidente que los peligros que rodean a China son reales, pero también es cierto que los inversores cada vez confían menos en la segunda economía más importante del mundo. Y, como dice el mejor inversor "value" del mundo, Warren Buffet, "ten miedo cuando los demás son codiciosos y sé codicioso cuando los demás tienen miedo".