
La inflación de la eurozona cayó cinco décimas en junio, hasta el 5,5%. Pero la tasa subyacente, que descuenta el coste de los elementos más volátiles, se resiste a enfriarse. De hecho, creció dos décimas alcanzando también el 5,5%. Este dato es peor del esperado por el mercado y evidencia que la pesadilla de los precios está lejos de estar controlada. Más aún si se tiene en cuenta que el veto de Putin al grano ucraniano puede elevar el coste de los alimentos, que siguen instalados en el 9%, y volver a impulsar el IPC general en los próximos meses. Por tanto, la caída de los precios del pasado mes no reduce la presión sobre el BCE, que seguirá subiendo los tipos hasta llevar la subyacente al 2%-3%. Esto pasará factura a la actividad económica en la eurozona.
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