El inesperado adelanto de las elecciones al 23J nos sorprendió pensando ya más en las vacaciones que en el ajetreo político. La sorpresa se hizo extensiva a nuestros socios europeos, que preveían un buen arranque de la presidencia española.
Por si fuera poco, el adelanto también pilló desprevenida a la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), que tras ocho años de espera y superar una procelosa situación en la región, se disponía a un prometedor encuentro con los jefes de Estado de la UE.
Pero Sánchez no es un hombre al que falten arrestos. Seguro de su balance de gestión y resultados del 28M en mano, lo pensó unas horas y se decidió por un tour de force institucional: provocar un seísmo político en el que implicar, de un solo gesto, a todos los niveles de gobierno a la vez. De la noche a la mañana, la formación de los municipios y comunidades autónomas se vio inmersa en campaña; las agendas europea y global se encontraron con un país en funciones. Una tormenta perfecta para triunfar o fracasar por completo.
¿Audacia o temeridad? El tiempo dirá. Pero al día siguiente de convocar el 23J había titulares para todos los gustos. The Guardian puso el dedo en la llaga: «Europa necesita que la apuesta de Sánchez salga bien».
El editorial recogía el riesgo de la operación y el apremio por un europeísmo renovado capaz de resituar el papel del Estado tras el covid, la guerra, el cambio climático, etc. La apuesta de Sánchez tendría al menos el mérito de plantear la disyuntiva histórica: o la UE recupera un proyecto europeísta a la altura, o será lo que resulte de la onda expansiva del nacionalismo derechista.
Con todo, situar en plena campaña electoral el encuentro estrella del semestre (la cumbre CELAC-UE) no es precisamente buscarse las mejores condiciones para ejercer de anfitrión. O no al menos si uno no está muy seguro de liderar con éxito la presidencia de la UE y confía, a la vez, en poder ganar las elecciones. No faltan a Sánchez, claro está, buenas cartas de presentación en Europa; sobre todo en materia económica. Pero lograr el triunfo electoral al tiempo que se da comienzo a una presidencia decisiva con una cumbre de 60 jefes de Estado, tampoco es una minucia.
La presidencia española llega al final de mandato para el Parlamento Europeo y la Comisión Europea. Nuestros socios esperan resultados concretos y, por descontado, una especial dedicación del país anfitrión.
En 2024 habrá elecciones y aún queda por delante la doble tarea de formalizar la letra pequeña de la legislación y cerrar dossieres importantes o sellar acuerdos pendientes. Todo ello, va de suyo, mediante la farragosa, enrevesada y por veces exasperante política de consensos comunitarios.
Pero si algún momento del semestre es clave por su relevancia geopolítica ese es la cumbre entre CELAC y UE. Bien podría caracterizarse como el momento estelar de la presidencia española; el más importante tras la cumbre de la OTAN. Y no solo por el rol tradicional de España como puente entre ambas regiones. En esta ocasión, además, podría reactivar un espacio geopolítico estratégico ante los escenarios derivados de la guerra en Ucrania.
Este hecho es tanto más importante por cuanto las relaciones entre CELAC y UE no atraviesan su mejor momento. Las cumbres de jefes de Estado dan cuenta de ello.
Si de 1999 a 2015 se venía celebrando cada dos años, luego fueron sustituidas por encuentros de menor rango hasta que por fin volvió a ser convocada este julio, ocho años después. Durante este tiempo la UE fue dejando un hueco que China no dudó en ocupar. Los asiáticos, de hecho, ya han adelantado a los europeos como el segundo socio comercial en la región tras EEUU
Ante esta tendencia, el gobierno español ha planteado la cumbre como una opción de futuro en un momento en que la guerra angosta el espacio europeo oriental. Cuenta para ello con un matizado giro a la izquierda de los gobiernos latinoamericanos.
Luego del brusco viraje a la extrema derecha, esta cumbre viene marcada por el cambio de presidencias latinoamericanas que hacen particularmente interesante la mediación de España: Castillo en Perú, Boric en Chile, Petro en Colombia o Lula en Brasil señalan un cambio de fase hacia la izquierda latinoamericana, que en esta fase ha limado sus aristas más populistas y se acoge a cierto pragmatismo (Boric sería el caso paradigmático).
Así las cosas, cabe preguntarse si con el adelanto electoral no se habrá puesto en juego también toda una política exterior, los logros de un liderazgo emergente en Europa y una interlocución privilegiada entre progresistas con la CELAC. ¿Liderazgo para una política de Estado o irresponsabilidad de un gobierno agotado? Pocas veces un voto habrá decidido tanto.