
La confianza es el atributo que más importa para tomar muchas de las iniciativas de la vida, pero esto se hace especialmente visible en los mercados financieros.
Muchos de los episodios que llevan a ver cómo los mercados corrigen tienen que ver con la falta de confianza, y muchos de los que tienen que ver con las mejoras y las apuestas por incorporar activos tienen que ver con la ganancia de confianza, y eso es algo común que se entrevé en todos estos estadios, independientemente de cuándo se den las circunstancias históricas que acompañen en cada momento. Y este año, cómo no, viene también marcado por ese mar de fondo que marca la confianza, sobre todo en los últimos 3 meses.
Los mercados se movían a la sazón de si los bancos centrales tenían que acabar con su agresividad monetaria o si aún era pronto, atendiendo a razones como el hecho de que , el inicio del proceso de relajación de precios del último trimestre de 2022, más palpable en Estados Unidos que en Europa, iba a continuar extendiéndose; si debía preocuparnos que la inflación que elimina componentes más volátiles, como energía o alimentos, parecía engancharse; si el mercado laboral todavía era demasiado fuerte como para que los banqueros relajaran sus mensajes, porque se acompañaba de costes salariales que no cedían; o si la macro iba a poder seguir aguantando en contra de lo que venían alertando los muchos pesimistas en los últimos tiempos. Estos temas eran los que nos entretenían en los primeros meses de año, en los que intentábamos adivinar cuáles serían las tasas terminales para la Fed y el BCE y, más aún, qué timing había que manejar para alcanzar esos máximos e intentar anticipar cómo irían retrocediendo después los tipos. Una transición entre preocuparnos por los precios y preocuparnos por el crecimiento. Todo es intentar predecir, pero cuando algún suceso de los que toca o afecta a la confianza, el panorama es capaz de cambiar de inmediato y con ello las propias perspectivas. Y así ha sido en este 2023.
El mes de marzo se iniciaba con problemas derivados de la asombrosa falta de una gestión apropiada de balance entre activo y pasivo y que intentaban afrontar algunos de los bancos regionales americanos, esos de tamaño medio y con menos necesidad de ser regulados; una banca mediana para unos estándares que, en el caso europeo, serían tan grandes como algunos de los principales bancos españoles y europeos. Estos episodios de desconfianza, aunque con diferentes catalizadores, , se trasladaban a la banca europea y casos como el de Credit Suissese disparaban con necesidad de solución de urgencia, mientras el mercado iba buscando al siguiente protagonista negativo en los diferentes países. Las preocupaciones se concatenaban y cuando se desata esa generalización de desconfianza pocas cosas son válidas para parar esa ola, para contener las ansias del que quiere dejar de tener sus depósitos en una entidad, aunque sea demostradamente solvente, o el que deja de confiar en un banco como contrapartida de riesgo de muchos de los negocios que existen y son necesarios para la supervivencia. Volvían los fantasmas de años pasados, despertados fundamentalmente por esa falta de confianza que se generaliza, que se exagera, que se convierte casi en única protagonista, un enemigo contra el que es difícil competir, porque solo se consigue a través de actuaciones que persigan restaurar esa pérdida. Y eso es tarea complicada. Cómo convencer al que desconfía de que debe volver a confiar y, además, cómo hacerlo si lo que está en juego es lo que tiene y tanto le ha costado conseguir, sus ahorros,. Y esto lo saben bien los bancos centrales, jugadores protagonistas en los últimos años, demasiado protagonistas quizás, pero sabedores de hasta dónde puede llegar una situación caracterizada por falta de confianza extendida en el tiempo (2008 no está tan lejos).
Y los propios bancos centrales son los que primero cogen al toro por los cuernos: suavizan los mensajes agresivos desde mediados del mes de marzo, empatizan con el problema y eligen un arma apropiado para tratar de solucionar las cosas, cambiando el discurso de manera decidida para apoyar y estar cerca del mercado en un momento en el que, en un abrir y cerrar de ojos, se podía desatar una serie de episodios que convirtieran la situación en poco menos que inmanejable, más allá de que haya habido también soluciones desde la banca privada en Estados Unidos o en forma de mensajes de garantías adicionales a los fondos. Esta situación, todos reaccionando sin fisuras y de manera convencida, viene de haber vivido una crisis de confianza en relación a un sector que sigue teniendo la responsabilidad de ser el que provee la liquidez al sistema, el que canaliza todos los flujos necesarios para que los mecanismos económicos funcionen.
No hay mal que por bien no venga, como dicen, y creo que esta actuación al unísono, este "todos a una", esta concepción de que lo importante es recuperar la confianza como base de toda actividad futura, y en la que todos han cedido algo en el corto plazo a sabiendas que era lo necesario para tener un medio plazo manejable, es de valorar. Nos encontramos ahora con un panel de expectativas en tipos que creo que es más racional y sereno, porque si la Fed ha acabado o le queda aún una subida y si al BCE le pueden quedar 2 es más normalizado, con un análisis de medio plazo menos abierto a conjeturas demasiado pesimistas. La macro puede empezar a ceder, pero se descontaba algo bastante peor para mucho antes. El presente depende ahora, como siempre, de factores más o menos coyunturales, como las negociaciones del techo de deuda en Estados Unidos la corroboración de que la inflación cede, o el seguimiento del mercado laboral y el crecimiento, pero en situación de mantenimiento de unos niveles de confianza sin los cuales la vida se hace mucho más difícil.