
El IPC de febrero se incrementó una décima frente al mes anterior hasta el 6%, confirmando el repunte de los precios de enero que llegó tras cinco meses consecutivos de descensos. Asimismo, la tasa subyacente aumentó en la misma proporción hasta el 7,6%, su nivel más alto desde diciembre de 1986.
Estos datos reflejan que los precios siguen sin estar controlados en nuestro país, lo que impide poner fin a la pesadilla de la inflación. A ello contribuyen los alimentos. Tanto es así que la tasa interanual de IPC de esta categoría se situó en el 16,6%, con un incremento del 1,2% respecto al mes previo, y con el azúcar, la leche y el aceite encareciéndose más de un 30%. Unas alzas que sitúan el coste de los alimentos y las bebidas no alcohólicas en máximos de los últimos 30 años, a pesar de que el Gobierno confiaba en que los incrementos habían tocado techo. A la vista está que la previsión fue errónea. Pero el disparado impulso de los alimentos (2,1% en lo que va de año) también refleja el escaso impacto de la rebaja o eliminación del IVA en algunos componentes básicos de la cesta de la compra. Una medida que poco puede hacer ante el desplome de la producción agroalimentaria y el alza de las exportaciones, que seguirán impulsando los precios de los alimentos.
A pesar de ello, el Ejecutivo se sigue negando a extender la rebaja del tributo a otras referencias, como la carne y el pescado, como reclama la distribución y la oposición. Esto incrementaría el impacto de una medida que en su diseño actual no es capaz de lograr la ansiada tregua en los precios de los alimentos. Algo fundamental para frenar la alta inflación en España que tensiona los presupuestos de las familias y que pasa factura a una variable clave del PIB, como es el consumo.
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