
El espíritu emprendedor, el aliciente inversor e instrumentos como el ahorro previsional, recrean un clima idóneo para elevar las garantías de salud y de estabilidad financiera. Muy en especial, entre los ciudadanos que se encuentran en la antesala de la jubilación (es decir, en la horquilla de edad que va desde los 55 a los 64 años). A ellos son a los que debemos incitar y motivar para que asuman un enfoque largoplacista con palancas informativas y educación en el orden financiero para ayudarles a ellos y sus familias a elevar sus ahorros y a ampliar su calidad de vida durante sus cada vez más prolongadas -afortunadamente- etapas de retiro.
Por ello, la población española que se encuentra en edad de pre-jubilación debería sopesar las bondades financieras del ahorro previsional como fórmula complementaria a los emolumentos que recibirán al compulsar sus pensiones. Esencialmente, porque son el estadio social que manifiesta un mayor estrés financiero. Muy por encima del bienestar que, por el contrario, revelan las personas que han pasado a situación de retiro, que subsisten con ratios de vulnerabilidad significativamente menos acentuados.
El dato parte del Observatorio del Ahorro Familiar (OAF), el foro de investigación auspiciado por Fundación de la Mutualidad Abogacía y Fundación IE, y se asienta sobre tres líneas argumentales de peso.
La primera, que la menor resistencia financiera de los ciudadanos de entre 55 y 64 años se debe a que sus cotas de ahorro son inferiores, tanto en el orden inversor como en el inmobiliario, a las de sus mayores en el esquema demográfico piramidal: el 44% de ellos ni acumula capital ni planifica.
La segunda, que supone toda una contradicción a la hora de analizar sus hábitos, es que este segmento poblacional está entre los que ostentan mayores conocimientos financieros y los más proclives a recibir asesoramiento inversor para consolidar el estado de sus pensiones. Y, finalmente, porque soportan una brecha de género más amplia: las mujeres de este baremo exhiben un bienestar más débil de sus finanzas y una cultura al ahorro menos intensa que la de los hombres de su edad.
Pero, además, la necesidad de acometer este cambio de paradigma resulta, si cabe, todavía más acuciante por otros dos fenómenos sociales que han irrumpido con especial virulencia sobre las potencias industrializadas.
El principal de ellos es el fulgurante y progresivo envejecimiento de sus poblaciones, con todos los enormes efectos directos y los daños colaterales que ocasiona a sus sociedades de rentas altas estas tensiones demográficas. En sus estructuras económicas, en sus estamentos sociales y en sus sistemas sanitarios, entre otros terrenos. Aunque, a pesar de lo cual, resultan todavía muy escasos los recursos y los esfuerzos dirigidos y enfocados a contrarrestar esta realidad cada vez más patente.
El segundo de los parámetros que se debería valorar -aunque íntimamente asociado al anterior-pasa por la necesidad de impulsar el emprendimiento inversor; es decir, por la conveniencia de abordar las consecuencias financieras y sociales de la nueva longevidad desde una perspectiva unidireccional, de impulso individual y con enfoques integradores, con objeto de facilitar y de perfilar hojas de ruta de ahorro e inversión con productos y servicios adecuados para garantizar la protección y asegurar la estabilidad monetaria de quienes acceden al retiro laboral.
Este esfuerzo de planificación, además, parece estar especialmente enfocado a la población en edad de prejubilación. El 57% de los españoles entre 55 y 64 años posee conocimientos de cariz financiero, el 49% de quienes invierten dirigen sus recursos a fondos de pensiones y la mitad -exactamente el 50%-, tiene la percepción de no estar lo suficientemente asegurado para abordar su futuro sin obligaciones profesionales y en un escenario de retiro personal.
De igual forma, conforman la banda de edad que mejor comprende la diversificación financiera, una habilidad que, irónicamente, resta casi cualquier resquicio explicativo a su condición de ser el estamento con finanzas más vulnerables, o al hecho de que casi tres de cada cuatro de ellos hayan acudido a algún profesional para recibir directrices inversoras. Como tampoco se justifica su déficit de planificación con datos como que el 57% ahorran, el 47% invierten y el 61% lo hacen en carteras con criterios ASG -ambientales, sociales y de buen gobierno corporativo-, valores a los que se han inclinado gran parte de los portfolios patrimoniales de gestoras y firmas de inversión.
Son, en definitiva, y a la luz de los resultados que arroja el OAF, los clientes potencialmente mejor preparados y, quizás, los más indicados para configurar planes de ahorro previsionales. No por casualidad, solo el 18% manifiesta haber tenido experiencias de inversión negativas. Aunque también precisan atención inversora, ya que la mitad percibe que el entorno actual -económico, geopolítico y en los mercados de capitales- no es el más propicio.
El diagnóstico de incertidumbre de los ciudadanos entre 55 y 64 años es generalmente aceptado. Pero también es igual de realista que las fases financieras críticas no han impedido que hayamos alcanzado espacios de prosperidad nunca vistos en tiempos recientes. Incluso durante períodos tan anómalos como el bienio de la Gran Pandemia en el que emergió el fulgurante, aunque en apariencia breve, ciclo de negocios post-Covid, si finalmente se certifica la entrada en recesión de varias de las principales economías industrializadas. Escenario que aún está por ver, pero que desvelan que en los periodos de excesiva volatilidad y alto voltaje nuestra industria del ahorro, el sector asegurador y su modalidad mutualista, siempre ofrece soluciones de protección para el futuro, de resguardo inversor antes las eventuales incidencias que puedan interceder en la estabilidad financiera individual de un mañana más o menos inmediato.
El ahorro previsional opera en el largo plazo, sin las urgencias cortoplacistas que suelen abrumar a los inversores. Un aspecto esencial en tiempos de espirales inflacionistas, subidas de tipos de interés, recesos en la actividad económica o elevados niveles de endeudamiento tanto soberano como corporativo, familiar y financiero. Y en un contexto de creciente longevidad, este desafío irá cobrando prioridad a lo largo de este siglo y obligará a articular agendas estructurales en las que se aborden nuevas garantías para la población mayor y logren eludir la japonización de las economías; es decir, el ingreso en un círculo vicioso de estancamiento por la paulatina salida de trabajadores en edad laboral de los mercados productivos.