Sin ánimo de ser catastrofista o profeta del Apocalipsis como gusta decir el presidente Pedro Sánchez, pero apoyado en la realidad incontestable de los datos y en la observación y análisis de le realidad, de verdad que no acierto a entender -salvo por una intención de deliberada falsedad electoral- el optimismo y las felicitaciones del Gobierno por los resultados primero de la Encuesta de Población Activa (EPA) y después del PIB del cuarto trimestre del año recientemente finalizado, que aventuran una gran incertidumbre sobre el futuro de nuestra economía a corto plazo centrada en la intensidad de una desaceleración rayana ya en la recesión.
De hecho, los Resultados de la EPA, la peor desde 2013 con una pérdida de 82.000 ocupados y 43.800 parados más, vienen a confirmar la fuerte desaceleración económica con tendencia a prolongarse al menos durante el primer semestre de 2023. Una EPA que, como afirman desde el Gabinete de Estudios de USO, "disminuye el empleo y se incrementa el paro, el peor de los escenarios. ¿Eso es lo que celebran en Moncloa?
Y respecto al PIB el avance de sólo un 0,2% entre octubre y diciembre, por segundo trimestre consecutivo, no es crecimiento sino estancamiento. A lo que se une la ligera subida de la tasa de inflación con el dato anticipado de enero, hasta el 5,8%, con una inflación subyacente superior en casi dos puntos a la general y los precios de los alimentos un 10% por encima. Y digan lo que digan los manuales, una economía con crecimientos en torno o inferiores al 1% y con una inflación que supera el 5 o 6%, sino técnicamente, si es realmente una economía en recesión.
Recesión a la que, aunque muchos se resisten a llamarla por su nombre, apuntan los principales indicadores de actividad que en el caso de la industria continúa afectada por el aumento de los precios energéticos y los problemas de suministros como reflejan los PMI de manufacturas que acumulan seis meses de caída indicando que, como afirma el último Panorama Económico de la CEOE, "el sector estaría sufriendo una contracción". Informe este que avanza también el deterioro de las expectativas en los servicios, dentro de una evolución bastante sólida, pero afectado negativamente por la persistencia de la inflación y la subida de los tipos de interés "que erosionarán la capacidad de consumo de las familias", agravada también por el menor dinamismo del mercado laboral.
Estos, y no los anuncios y advertencias de los analistas, son los auténticos profetas, sino del Apocalipsis, si de una profunda depresión. Unos indicadores en fase de caída a los que se unen una deuda pública que supera el 116,1% del PIB, la cuarta mayor de todos los países de la UE, que lideramos el desempleo de la Unión duplicando la tasa de paro de los veintisiete además de ser el único estado miembro que todavía no ha recuperado el PIB anterior a la pandemia, que nuestras empresas sufren una presión fiscal del 32,5% casi diez puntos por encima del 23,5% de los países de nuestro entorno afectando negativamente a la competitividad de la inversión y de nuestras exportaciones, que el esfuerzo fiscal de los españoles es un 53% por superior a la media de nuestros socios europeos, y que la productividad de la economía española ha caído un 10,5% desde 1995, frente al crecimiento del 4,5% en el conjunto de la UE.
Estos, y no los anuncios y advertencias de los analistas, son los auténticos profetas, sino del Apocalipsis, si de una profunda depresión, porque como destaca el último número de The Economist "la economía española se recupera de la pandemia pero los problemas persisten". Y son crónicos y graves, enfatizamos nosotros con el añadido de que si los números de la estadística todavía lucen es porque los datos de crecimiento, empleo y precios están dopados por el efecto base de comparación con los muy negativos resultados de un 2021 lastrado por el COVID.