
Semioculto por las subidas de tipos de interés de los bancos centrales, las predicciones de recesión de la presidenta del BCE, Christine Lagarde, y el atentado a la democracia y el Estado de Derecho cometido por Sánchez, la bancada lanar del grupo parlamentario del sanchismo y sus socios de la Frankestein, el pasado viernes nos enteramos también de que el déficit comercial se disparó hasta superar los 60.289 millones de euros, lo que supone multiplicarlo por 3,6 veces respecto a los 16.630 millones de hace un año y devolverlo a niveles de 2008 en los albores de la Gran Recesión.
Cierto es que el elevado precio de la energía es el principal responsable del deterioro de nuestra balanza comercial, junto con la depreciación del euro frente al dólar, disparando el valor de las importaciones hasta los 380.000 millones de euros que suponen un incremento interanual del 38%, contrarrestando el aumento del 23,6% en las exportaciones. Pero también lo es que, como denuncian desde el Club de Exportadores e Inversores Españoles las políticas económicas y tributarias del Gobierno están echando más lecha al fuego incrementando la presión fiscal sobre las empresas e introduciendo más barreras regulatorias, cuando la situación exige rebajas impositivas e incentivos a la inversión para impulsar el crecimiento.
Una situación esta de incremento crónico del desequilibrio comercial que es más nocivo y requiere una mayor atención de los responsables económicos del Ejecutivo y de la opinión pública y publicada del país de la que se le presta para aplicar las medidas quirúrgicas que necesita. Porque a pesar de su aparente irrelevancia para el día a día del ciudadano medio y para una clase política cortoplacistas, el déficit de la balanza comercial es uno de los principales problemas macroeconómicos de los estados, provocando un fuerte impacto negativo sobre el crecimiento y el empleo y generando, especialmente en el caso de nuestro país, mayores problemas de financiación en el actual contexto de inflación desbocada y subida de tipos de interés y cuando el Banco de España acaba de confirmar un nuevo récord histórico de la deuda de las administraciones públicas, superando la cifra de 1,504 billones de euros en el tercer trimestre de este año.
En el plano macroeconómico, tener una economía sumergida en el déficit comercial supone que estamos gastando por nuestras compras en el extranjero mas de los que recibimos por nuestra ventas, situación que genera una reducción paulatina de las reservas de los bancos centrales obligados a compensar esas pérdidas por el incremento de la cuenta de capital a través de la emisión de deuda, situación que es muy difícil de mantener en el corto y medio plazo.
Y descendiendo a la microeconomía, el desequilibrio se traduce en que como el país importa de fuera determinados bienes en lugar de comprarlos dentro, las empresas locales comienzan a quebrar a medida que la demandas interna se desplaza hacia productos fabricados en el extranjero, mientras que aquellas que resisten empiezan a derivarse hacia la subcontratación en el empleo. O, para decirlo en román paladino, un país con déficit comercial crea menos riqueza y menos puestos de trabajo que se desplazan hacia los países competidores de donde proceden los productos que se importan. Así de claro y así de grave.
PD. En estos días hemos asistido también al hecho de que la factoría Sánchez&Marlaska premió el pasado viernes por la tarde, trasladándoles a cárceles de Euskadi a los terroristas asesinos del ex diputado y ex ministro socialista Ernest Lluch y de Alberto Jiménez-Becerril y de su esposa Asunción García en Sevilla. Sin comentarios.