
No todo es la economía, pero la economía es clave. Con estas palabras definía la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, el escenario fundamental sobre el que se va a articular el eje de las campañas y estrategias políticas del año electoral que se nos avecina. Si la economía crece por debajo del 1% y la inflación se cronifica en el entorno del 6% durante el primer semestre eso se llama recesión y "el efecto de la crisis devolverá el debate económico al plano principal con lo que la cuesta abajo del Gobierno será muy alargada", apostillan los analistas y responsables de servicios de estudios consultados.
Y eso lo saben en el Partido Popular y también lo sabe Pedro Sánchez. La mejor censura es la economía y nada le vendría mejor hoy al presidente del Gobierno que Núñez Feijóo picara en el anzuelo de esa moción de censura que proponen Vox y Ciudadanos, siendo conscientes de que hoy, con la composición del mapa político vigente, esa censura se convertiría en un bumerán contra el partido y el candidato proponentes.
Una censura trampa y que sería a mayor gloria de Sánchez porque el actual reparto de escaños en el Congreso de los Diputados y la solidez de la alianza Frankestein, fortalecida por el sometimiento del presidente del Gobierno y las cesiones a sus aliados independentistas y filoterroristas, hace completamente imposible que la moción salga adelante, produciendo el efecto contrario al que se pretende.
En el mejor de los casos el candidato alternativo obtendría únicamente 155 votos a favor y eso añadiendo a la suma de PP+Vox+Ciudadanos los dos de Navarra Suma y uno de los regionalistas de Canarias y Cantabria. Quedaría a 21 sufragios de la mayoría necesaria, reforzando así la persona y las políticas de un Pedro Sánchez que vería, además, legitimadas sus tropelías legislativas y su asalto a las instituciones por el refrendo del Parlamento que, todavía, sigue representando la soberanía popular y suavizaría en gran medida el calvario económico que muchos pronostican.
Si Vox y Ciudadanos quieren, de verdad, servir al país, que no a sí mismos, y contribuir a acabar con Sánchez y la pesadilla del sanchismo, los primeros deberían de dejar de poner palos en las ruedas de Feijóo y de las comunidades y ayuntamientos donde gobierna el Partido Popular para apoyar una candidatura fuerte y sólida del centroderecha. Mientras que en los naranjas de Edmundo y Arrimadas el mejor y único servicio que ya pueden hacer es certificar de una vez por todas la defunción de un partido muerto cuyos estertores, caso de concurrir a los comicios, sólo favorecen a Sánchez por los efectos de la Ley D'Hondt, que perjudican a la división.
A esto se añade que los precedentes no invitan precisamente a intentonas kamikazes. En los 44 años de legislaturas democráticas de este país sólo una moción de censura ha salido adelante, precisamente la de Pedro Sánchez contra Mariano Rajoy. Y lo fue gracias a la traición del PNV, que como suele ser habitual se vendió al mejor postor prescindiendo de ideología y de principios. El resto todas un fracaso. Recordemos lo casos de Hernández Mancha, que se vio defenestrado y arrinconado tras el fiasco, o la más reciente e irrelevante de Santiago Abascal.
Sólo la de Felipe González contra Adolfo Suárez tuvo un resultado positivo a posteriori pese a la derrota. Pero eran otros tiempos y sirvió para desterrar las dudas sobre la capacidad de un líder y un partido para gobernar España con coherencia, sentido de Estado y respeto a las instituciones. Es decir, todo de lo que hoy carece el sanchismo gobernante y lo que queda del PSOE.
Y ni siquiera este argumento es válido en los momentos actuales, donde las ambiciones personales y partidistas prevalecen sobre los intereses nacionales y donde el sentido del Estado de quienes detentan la mayoría en el Legislativo ha sido sustituido por el egoísmo y el frentismo. Por muy brillante y cargado de razones que pudiera estar Núñez Feijóo durante el debate, en política, como en el fútbol no gana el que mejor juega, sino el que mete más goles. Y, como decía el llamado Sabio de Hortaleza, el gran Luis Aragonés, las finales no se juegan, se ganan, y de los perdedores no se acuerda nadie.