
Desde los años 70 la producción de alimentos, bioenergía, fibras y otros materiales ha aumentado y el valor de los cultivos triplicado, pero la agricultura, silvicultura, producción de bioenergía y pesca no existirían sin los procesos y servicios ecosistémicos ambientales. Es el caso de la polinización -el 75% de cultivos alimentarios depende de los insectos-. Pero la biomasa de insectos voladores ha disminuido más de 75% los últimos 30 años. Así que se estima que entre 235 y 577.000 millones de dólares de producción anual de cultivos está en riesgo. Además, alrededor de un millón de especies están amenazadas de extinción. Incluso la biomasa de la vegetación ha disminuido en un 50%.
De hecho, la biodiversidad, que merece protección por sí misma, es importante para nuestras economías y bienestar. Pero la mayoría de los sistemas de cultivo industrial agrícola dependen de una o unas pocas especies, altamente susceptibles a sequías o perturbaciones. A esto se añade el nexo de la biodiversidad con el cambio climático, como se pone de manifiesto en el Amazonas.
En concreto, el Foro Económico Mundial considera que la mitad de la economía mundial depende de la naturaleza y los servicios que proporcionan los ecosistemas. Boston Consulting Group estima este valor en alrededor de 150 billones de dólares, aproximadamente el doble que el PIB mundial anual. Además, el Banco Mundial estima que, si todo sigue como ahora, se podría perder alrededor de 2,3 % del PIB para 2030 por la menor polinización, madera o pesca, hasta 10% en algunos países de bajos ingresos. Los correspondientes riesgos para las empresas son variados, desde la capacidad de usar agua por parte de los servicios públicos, hasta el sector alimentario, por una menor polinización, fertilidad y calidad del suelo. Adicionalmente, hay un valor intrínseco de la naturaleza, muy difícil de medir.
De momento ya sabemos, por el marco de límites planetarios desarrollado por Stockholm Resilience Centre, que la biodiversidad es una dimensión crucial para la Tierra. La tasa de extinción anual debe ser inferior a 0,13 por millón de especies por billón de dólares de ingresos de las empresas. Pero actualmente es 22 veces mayor por las empresas del índice mundial MSCI All-Country World.
De manera que hay que tener en cuenta este impacto en toda la cadena de valor, más allá de las operaciones de una empresa, para abarcar como el producto se ha obtenido, transformado y su uso. Para ello necesitamos avances en geolocalización, tecnología Blockchain, datos de satélites y mediciones locales, para una métrica que integre tanto como sea posible el impacto en la biodiversidad. En cualquier caso, de momento, tenemos una idea relativamente buena de qué sectores intensivos en recursos causan más daños a la biodiversidad y cuáles menos.
Además, como gestores de activos, podemos reducir marginalmente el coste de capital de las empresas y favorecer un mejor precio de sus acciones en comparación con las de peor huella de biodiversidad. A ello se añade que, en el diálogo activo con las empresas, tanto individualmente como en grupos, podemos asistir al cambio o transformación a lo largo de su cadena de valor para un menor impacto. Incluso las empresas pueden ir más allá y comenzar a hacer proyectos positivos para la biodiversidad. Ahora bien, es posible invertir de forma puramente pasiva y comprometerse con las empresas, pero la propiedad activa funciona mejor cuando se las conoce bien. Para ello, más que todas las respuestas, precisamos conocer qué preguntas hacer y priorizar asuntos, con la expectativa de que las empresas lo tengan en cuenta en sus informes y políticas. De momento confiamos en que proporcionen información contextual que nos ayude a interpretar los datos. Es el caso del enfoque de Taskforce on Nature-Related Financial Disclosures, que es relativamente cualitativo, si bien útil para la conversación con las empresas.
El caso es que, aunque algunas empresas tienen productos que contribuyen positiva a la biodiversidad, aún es relativamente raro. Por lo general, el efecto es más indirecto, como en la economía circular, lo que está relacionado con reducción del consumo de recursos, pues 90% de la pérdida de biodiversidad proviene de la extracción.
En cualquier caso, las empresas pueden producir y al mismo tiempo tener impacto positivo en la biodiversidad. De hecho, las preferencias de los consumidores van en esa dirección. Puede ser el caso de plástico capturado del océano, como argumento de venta. Incluso mediante la agricultura regenerativa es posible producir alimentos mientras se captura carbono y mejora la calidad del suelo y los alimentos. Ya comienza a haber etiquetas de consumo regenerativo y empresas con modelos de negocio avanzados capaces de salir a cotizar, como en alimentos de origen vegetal.