
Padecemos una crisis inflacionaria, y precisamente por eso, la recaudación de impuestos va muy bien. Sin embargo, no va tan bien como se deduciría de un primer vistazo a las cifras, especialmente en el impuesto de sociedades. Según el último informe mensual de recaudación, la Agencia Tributaria recaudó 168.797 millones de euros, lo que supone un 19% más que en el mismo periodo de 2021, que, además fue un año de recaudación récord.
Aquí destaca el impuesto de sociedades, que ha pasado de recaudar 9.257 millones de euros en los ocho primeros meses de 2021 a nada menos que 14.279 millones de euros, lo que supone un aumento del 52,7%. Pero es que partíamos de que en 2021 las empresas españolas tuvieron el mayor beneficio declarado de su historia; la recaudación creció nada menos que un 67,8% y superó los 26.000 millones de euros.
A primera vista, las empresas españolas parece que están subiendo márgenes y beneficios, y que, además, el impuesto de sociedades no es un impuesto en crisis, sino un impuesto que funciona y recauda mucho, aunque el panorama parezca incierto. Pero todo esto es un espejismo: acabaremos 2022 recaudando una cifra similar a la del año pasado. Y no parece, de momento, que las empresas estuviesen ganando mucho más, sino algo menos en términos reales.
Las empresas españolas ingresaron más, pero también solicitaron más devoluciones. Como señala el informe mensual de la Agencia Tributaria: "Se estima que en el conjunto de la campaña rondarán los 11.500 millones, frente a los poco más de 6.500 millones del año anterior. Es la cifra más alta de solicitudes de toda la serie histórica, solo comparable a los más de 11.000 millones de la declaración del ejercicio 2018."
A efectos de déficit en contabilidad nacional en Eurostat, que es la cifra por la que se miden habitualmente las finanzas públicas de un país en la Unión Europea, las devoluciones computan cuando se solicitan, no cuando se pagan. Obviamente, si se recaudan 5.000 millones y se solicitan 5.000 millones más de devoluciones, el resultado es cero. Pese a que el resultado de las empresas españolas en 2021 fue el más elevado de la historia, lo que ocurrió es que se adelantó la recaudación, pero que casi todo el incremento ha habido que devolverlo al año siguiente.
¿Qué ha ocurrido? En primer término, que los pagos fraccionados, lo que las empresas adelantan en el año en curso, se basan fundamentalmente en el resultado contable. En 2021 las empresas españolas tuvieron un resultado contable positivo de 304.978 millones de euros, el más elevado de la serie histórica. Sin embargo, las bases imponibles declaradas en el impuesto, es decir sobre lo que se paga, sólo ascendieron a 114.605 millones de euros, el 37,57% de los beneficios. Este porcentaje de beneficios sometidos a tributación efectiva en el impuesto de sociedades es el más reducido de la historia. Como se exigen pagos fraccionados en función del resultado contable (con algún matiz) y luego la tributación depende de la base imponible, primero la recaudación aumenta, lo que es un espejismo, porque luego hay que devolverla.
Por otra parte, los pagos fraccionados del impuesto, que se basan fundamentalmente en el resultado contable, se incrementaron este año un 0,6%. Esto quiere decir que el beneficio de las empresas no está aumentando, sino más bien disminuyendo en términos reales, al menos según los últimos datos disponibles. Los salarios no están creciendo al ritmo de los precios, pero parece que los beneficios empresariales tampoco. Esto se deriva de que la inflación es fundamentalmente importada, derivada de la subida de precios de gas y petróleo que no producimos y que, en consecuencia, tenemos que traer de otros países que son los realmente beneficiarios.
Todo esto indica que, en primer término, sigue habiendo problemas estructurales en el impuesto de sociedades. Es cierto que, hay muchísimas pérdidas fiscales pendientes de compensar, más de 575.000 millones de euros, el 50% del PIB en 2019 como ya comentamos hace unos meses en El Economista. Por otra parte, una parte importante de los beneficios de las grandes empresas se obtienen en el extranjero… pero todo eso lleva pasando años y el porcentaje de beneficios sometidos a tributación es cada vez menor. No se pueden esperar milagros, pero en el impuesto de sociedades es dónde resulta más necesaria una reforma en profundidad.
La segunda implicación es que la recaudación descansa, cada vez más, en el IRPF y en el IVA, es decir en el trabajo dependiente (y las pensiones) que suponen el 80% de la recaudación del primero, y en el consumo. Los impuestos especiales, al tener en su mayoría bases no monetarias, se están incrementando al 4%, es decir, nuevamente su recaudación disminuye en términos reales.
La imprescindible reducción del nivel de inflación, que parece que ya empieza a producirse, al menos en España, se va a reflejar en la recaudación. Si se espera para el año que viene un crecimiento del consumo real del 1%, entonces el incremento de recaudación previsto en el IVA descansa en el aumento de precios. En el caso del IRPF si los salarios crecen por debajo del nivel de aumento de los precios, lo que es imprescindible para evitar efectos de segunda ronda y entrar en una espiral inflacionista, entonces la recaudación del IRPF (y de las cotizaciones sociales) se verá afectada negativamente.
Convendría ser extraordinariamente prudente con los ingresos esperados por los impuestos. Por una parte, porque el impuesto de sociedades sigue en crisis y el espectacular aumento de recaudación es un espejismo. Por otra parte, porque el aumento de recaudación en IRPF y sobre todo en el IVA está ligado a una inflación que necesitamos imperiosamente reducir. Por supuesto, una eventual reducción en el crecimiento esperado, por efecto de la gravísima crisis energética en Europa, también afectaría a la recaudación de impuestos. No es un panorama alentador, pero el agua de los oasis calma la sed en una travesía por el desierto en el que nos encontramos sólo cuando no es un espejismo.