Opinión

El lío de la política europea de energía

Conundrum, adivinanza, misterio, problema, imbroglio, desbarajuste, cóctel y lío es la política europea de la energía. Vaya, hoy mismo es explosiva.

Conocemos que el primer designio de toda política comunitaria es el Mercado Común, en este caso, que exista un mercado único en las varias formas primarias y secundarias de energía.

Recordemos que en materia de energía se establecieron dos de las tres Comunidades Europeas: la CECarbónA y el Euratom. Tras siete décadas, debiera haber, pues, un mercado europeo de la energía. No lo hubo, no lo hay y aún está muy lejos.

Esta exclusión fáctica de la energía del Mercado Común tuvo sus motivos: 1. la propiedad pública, a menudo monopolio y de bandera de muchas compañías nacionales de distribución de petróleo y de electricidad en casi todos los Estados miembros; y 2. la faceta de servicio de distribución en la que culminan las actividades energéticas, siendo así que los servicios estuvieron excluidos del Mercado Común hasta el Acta Única Europea (1987).

Además de la exigencia incumplida del mercado energético único, la política europea de energía es clave porque corresponde a un sector estratégico, dado su gran tamaño en PIB y empleo, su enorme impacto en cada una de las restantes actividades, la dimensión colosal de las compañías energéticas, y su fuerte dependencia del exterior.

En este punto, vale decir que el fiasco de la política energética común es una excepción. Efectivamente, la Unión Europea es una historia de gran éxito, afortunadamente. Las más de sus políticas tienen un diseño e implementación realmente de calidad. Es el caso de la política de competencia, la política regional, la unión monetaria, o la política agrícola común con la que se financió el paso del empleo agrícola del 54 % al 2 % del total de la economía.

En cambio, en materia de carbón, petróleo, gas y electricidad pocos logros europeos se han alcanzado. Desde el cierre las minas de carbón hasta el cierre de las centrales nucleares casi todo han sido palos de ciego, con un coste exorbitante. Un día la Unión mandó cambiar las bombillas a led. De la mano del supuesto medio ambiente y el clima, siguieron ocurrencias mayores, como la descarbonización y la transición energética verde. Con la excusa de la energía eólica y solar, supliendo la veracidad de los costes y el imperio del mercado, los iluminados regaron con subvenciones -a pesar de estar prohibidas por la política común de competencia- las grandes empresas energéticas. Se estableció un mecanismo europeo de tarificación nacional de la electricidad, que es surrealista en su formulación y en sus resultados, es decir, terriblemente antieconómico.

Las políticas europeas en relación a la energía han sido fruto del a priori, de la ideología supuestamente ambientalista y buenista, entronizadas como políticamente correctas. Al carecer del nervio del mercado común, a la política energética común se le han adosado variopintos objetivos. Sin cabeza ni pies, la política europea de la energía se ha contaminado de los desechos de otras políticas comunitarias. Vaya, es un disparate en una actividad esencial, por la que los europeos pagaron, pagan y pagarán un alto precio.

2022: Guerra de Rusia contra Ucrania, dependencia del petróleo y gas rusos, sanciones, e inflación inverosímil. El suministro de energía renquea, y sus precios, en particular el de la electricidad, han explosionado. ¿Dónde quedan la soberanía económica, la independencia estratégica o la seguridad?

¿Cómo se reformulará la política energética europea? ¿Quién lo sabe?

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