
Escribo estas líneas anonado aún por las palabras de la ministra de Justicia, Pilar Llop, en las que nos descubría la tremenda preocupación que sobre la renovación del Consejo General del Poder Judicial escucha en todas las conversaciones de todos los pasajeros cuando viaja en metro o en el autobús.
Ni la inflación disparada, ni el encarecimiento de los precios, ni el coste de la electricidad, del gas y de las gasolinas, ni la subida de los tipos de interés, ni la pérdida de poder adquisitivo, ni el paro que se dispara, ni la amenaza de desabastecimiento energético en invierno, ni el empobrecimiento general. No; según señora Llop, que para más INRI es también Notario Mayor del Reino, lo más importante y casi lo único que ocupa y preocupa a los españoles en el autobús, en los bares y en las reuniones familiares y de amigos es la renovación del Consejo General del Poder Judicial.
De verdad que, y lo lamento profundamente, pero a la vista de estas afirmaciones y otras parecidas, cada vez me asaltan más la dudas sobre si los asesores y miembros del Gobierno y sus acólitos son tontos, si piensan que lo somos lo demás o las dos cosas a la vez. Porque la alternativa, es decir la mentira, la mala fe o la ignorancia es aún peor. Ustedes pueden elegir.
Me comentaba un destacado ex dirigente socialista que mantuvo una breve conversación con Pedro Sánchez a principios de semana que "veo al presidente desquiciado por lo que vaticinan las encuestas". Y eso es lo que suele ocurrir cuando los políticos en el poder en lugar de gestionar, dirigir y gobernar atienden más a sus propios intereses y a perpetuarse en el poder que a trabajar por y para el país y para los ciudadanos a los que deberían de servir. Que, ajenos a la realidad social se dedican a colonizar y manejar las instituciones democráticas, a colocar a afines en los organismos públicos de estadísticas e investigaciones sociológicas, a controlar las empresas que dependen del Estado y a señalar mediante falsedades y calumnias a la oposición, los empresarios y los medios de comunicación como los culpables de todos los males que aquejan a la Nación y a la ciudanía, al mas puro y clásico estilo dictatorial y peronista.
Una estrategia típica de todos los populismos que en la historia han sido para buscar la confrontación, la confusión y el fanatismo, cuando la única realidad es que el único responsable porque tiene y ejerce todo el poder en el Estado, quien más hace, deshace e improvisa en la economía española -la peor de la Unión Europea y de la OCDE en prácticamente todos los indicadores-, quien se empecina en decisiones de difícil comprensión y en medidas fracasadas como la intervención de los mercados y los topes a las hipotecas variables, y quien asfixia fiscalmente a las familias y a las empresas, se niega a bajar los impuestos y a deflactar la tarifa del IRPF mientras las arcas de Hacienda alcanzan máximos históricos de recaudación -22.000 millones más entre enero y julio-, es Pedro Sánchez con la colaboración incondicional de sus ministros y sus socios de Gobierno.
Si el Presidente del Gobierno, la ministra Pilar Llop y el resto de miembros del Ejecutivo viajarán de verdad en el metro o en el autobús, si frecuentaran los mercados, si salieran a la calle y si hablaran con la gente entenderían que lo que angustia y obsesiona hoy a los hogares, las familias y las empresas españolas es la cesta de la compra, las tarifas desbocadas que pagan por la luz y por el gas, la subida en los costes derivados de la vuelta al colegio, el empleo, como pagar las facturas y las hipotecas y como llegar a fin de mes. Además de que, como demuestra la experiencia, aquí y en todo el mundo occidental, en épocas de crisis, el principal motivo que impulsa la intención de voto es el bolsillo.
Parafraseando, una vez más, ese eslogan de la política estadounidense que fue clave durante la campaña electoral de Bill Clinton, en las elecciones presidenciales de 1992, ¡es la economía, estúpidos!