
La teoría política define el fascismo como la doctrina que se caracteriza por la apología y el uso de la violencia y el autoritarismo. Un régimen represivo de la libertad y promotor de la discriminación. Y si nos atenemos a esta descripción académica no cabe duda alguna de que fascistas fueron el odio, los insultos y agresiones (las hubo) que tuvieron que sufrir los miembros de Ciudadanos durante la manifestación del Orgullo en Madrid, como fascistas son los activistas del colectivo LGTBI que las perpetraron y aquellos cafres que les secundaron.
Fascistas son también quienes imbuidos de una supuesta autoridad moral, que ni tienen ni conocen, desprecian el resultado de las elecciones y del sistema parlamentario para intentar cambiar desde la violencia y las injurias decisiones de gobiernos legítimos y democráticos, como está ocurriendo con esos grupúsculos de agitadores en el Ayuntamiento de Madrid. Minorías intolerantes entre las que se han identificado a miembros del anterior equipo de Gobierno.
Asimismo entrarían dentro de la definición de fascista, con el añadido de la exaltación del nacionalismo que es otra de sus señas de identidad, las amenazas e intento de agresión de concejales de Navarra Suma por parte de ediles de Bildu y Geroa Bai. O el escrache que tuvo que soportar el alcalde de Pamplona durante la procesión de los sanfermines; o las gravísimas ofensas, provocaciones e intentos de agresión que los independentistas y radicales dedicaron a la alcaldesa Ada Colau en Barcelona. Las mismas por cierto que sufren los ciudadanos constitucionalistas en Cataluña, incluidos los niños en colegios.
Totalitaristas que desprecian el resultado electoral y usan la violencia para el cambio
Y si no de violento, al menos de cooperador ¿involuntario? se puede calificar al ministro del Interior, Grande Marlaska, con sus declaraciones contra Ciudadanos en la previa del Orgullo y su posterior manipulación de informes policiales negando la violencia, afortunadamente desmentidos por los sindicatos policiales y los agentes que tuvieron que escoltar y proteger a Inés Arrimadas y sus compañeros. "Merecemos un Gobierno que no nos mienta", se acuerdan.
Pero lo más aberrante de todo esto es la desfachatez con la que estos energúmenos, intolerantes y muchos de ellos ignorantes, califican de fascistas a quienes agravian y a todos aquellos que no comulgan con su populismo intransigente. Como sabiamente dice el refranero popular, cree el ladrón que son todos de su misma condición.