
Osaka no pudo ser la sede de los Juegos Olímpicos de 2008, pero este fin de semana acapara el protagonismo de la cumbre del G-20, que reúne a los gobernantes más poderosos del mundo. Un encuentro clave, que puede marcar el devenir del comercio mundial en las próximas décadas. El presidente chino, Xi Jinping, tendrá que utilizar toda la capacidad de convicción a su alcance para evitar que su homólogo americano, Donald Trump, adopte nuevas sanciones sobre 300.000 millones en exportaciones a Estados Unidos.
Es difícil aventurar el final de este largo pulso, que probablemente se prolongue hasta las elecciones americanas de 2020. Las conversaciones cambiarán el rumbo de la economía, independientemente del resultado.
Una oleada de proteccionismo y populismo barre el planeta y, por ende, la Vieja Europa, desde Varsovia hasta los Urales, pasando por capitales tan emblemáticas como Berlín, París, Roma o Madrid.
Promesas de Macron
En Francia, el presidente Emmanuel Macron reaccionó a las semanas de violentas protestas por parte de los chalecos amarillos aboliendo los planes para incrementar los impuestos al diésel y tomando medidas en favor de las clases más populares.
Prometió abolir la Escuela Nacional de Administración Pública, donde él mismo se educó, por ser considerada demasiado elitista; renunció a reducir 200.000 funcionarios y anunció un incremento de la presión fiscal para las empresas que abusen de los contratos temporales o paguen mal a sus trabajadores.
Por último, las pensiones inferiores a 2.000 euros mensuales se actualizarán de acuerdo con la inflación.
Macron prometió, asimismo, consultar a los ciudadanos las decisiones importantes mediante referéndum. El primero será sobre la privatización de los aeropuertos parisinos.
Merkel, en brazos del proteccionismo
Las lecciones sacadas por la coalición entre conservadores y socialdemócratas del Gobierno de Angela Merkel son similares. Pese a una década de robusto crecimiento, con tasas cercanas al pleno empleo, cuatro millones de alemanes reciben beneficios sociales para completar su renta de trabajo. Una cuarta parte de la población tiene empleos basura.
Merkel se echó en brazos del proteccionismo con una norma que permite a su Ejecutivo tomar participaciones en empresas estratégicas, que vayan a ser compradas por extranjeros. Asimismo, su partido de coalición, el SPD, debate si expropiar a los grandes fondos inmobiliarios como una vía para detener en Berlín el alza de los alquileres, sobre los que pide su congelación.
Los jóvenes socialdemócratas alemanes demandan que BMW sea renacionalizada. Algo impensable hasta ahora en el SPD, que veinte años atrás defendía, al igual que los Verdes, vencedores de las dos últimas elecciones, una profunda bajada de impuestos y la liberalización del mercado laboral. Hoy, por contra, abogan por instaurar una renta mínima para los trabajadores, así como una subida de impuestos para mejorar las pensiones de menor poder adquisitivo.
Dinamarca, nacionalismo a ultranza
En Dinamarca, otro de los países europeos con crecimientos modélicos y renta per cápita elevada, los socialdemócratas volvieron después de más de una década fuera del Gobierno, gracias a un giro a la izquierda, con más gasto público e impuestos a las empresas y a la clase alta, unido a un volantazo a la derecha en temas de inmigración.
El rechazo a los inmigrantes y la defensa del nacionalismo a ultranza se combinan con reivindicaciones económicas dirigidas a ganarse el apoyo de los ciudadanos, al más puro estilo Trump.
Merkel: "El Estado tiene que implicarse más en áreas como la laboral, las pensiones o la sanidad"
En España, Pedro Sánchez ganó las elecciones nacionales y europeas después de una vertiginosa subida del Salario Mínimo Profesional (SMI) y los anuncios de aumento del gasto en los viernes sociales y de los tributos a las empresas.
"El Estado tiene que implicarse más en áreas como la laboral, las pensiones o la sanidad", proclama el Gobierno de Merkel.
Es el fin de una época, de las políticas implantadas durante las últimas cuatro décadas por la exprimera ministra, Margaret Thatcher, y su amigo el expresidente Ronald Reagan. Thatcher abolió los controles de capital en 1979 y comenzó una oleada de privatizaciones de empresas, a la que siguieron políticas de oferta, desregulación, liberalización de los mercados y bajadas masivas de impuestos, que propiciaron una etapa de riqueza y de expansión sin par.
Los ingresos por privatizaciones en la Unión Europea pasaron de solo 13.000 millones en 1990 a 87.000 en 2005, poco antes de la crisis, según el Barómetro de Privatizaciones de KPMG, citado por The Wall Street Journal.
Hoy, la inquietud sobre las crecientes desigualdades, la estanflación, los bajos salarios, la inmigración, la crisis de la deuda o el ascendente poder de China están provocando cambios radicales en el pensamiento social.
Los empresarios europeos están también preocupados por la modificación de la política comercial de Estados Unidos, basada en las amenazas y las sanciones, en lugar de en la cooperación transatlántica.
Reformas, no impuestos
Hay que resolver todos estos problemas con reformas que saneen la estructura de las empresas públicas y de los Estados, en lugar de recurrir al consabido incremento de impuestos o del gasto social, porque si se produce una desaceleración que dispare el coste de la financiación pública, la situación se convertirá en insostenible.
Esta semana, el presidente del Instituto de Estudios Económicos, José Luis Feito, advertía en su acto de despedida de que "todo está basado en la confianza de que los tipos de interés permanecerán bajos durante mucho tiempo". En cuanto cambie esta circunstancia, el panorama se complicará y mucho.
Cada vez hay más voces que hablan de que el liberalismo ha muerto, ha pasado a la historia. Es mentira, como se demostró este viernes con el histórico acuerdo entre Mercosur y la Unión Europea, tras veinte años de negociaciones fallidas. Pero sí necesita una profunda revisión para hacer frente a los retos de la sociedad actual.
Históricamente, los proteccionismos siempre dan paso a etapas de crisis. Las políticas intervencionistas y los populismos que conocemos son la incubadora de la próxima recesión.
PD. En España, la agenda electoral acapara la atención. Los empresarios presionan a Albert Rivera para que se abstenga en la investidura, a fin de evitar otras elecciones, que retrasaría la formación del Gobierno hasta finales de este año. Pero es inútil, porque la abstención de Ciudadanos es insuficiente, ya que Sánchez necesita sus votos para aprobar los Presupuestos del próximo ejercicio y eso es imposible.
En esta tesitura, solo quedan dos salidas: pactar con Pablo Iglesias o ir de nuevo a las urnas. El presidente está dispuesto a sentar a Iglesias en el Consejo de Ministros si tiene la mayoría suficiente. Pero ha surgido un imprevisto, algunas formaciones como el Partido Nacionalista Vasco (PNV) le advierten que le retiraran su apoyo si pacta con Podemos, su principal rival en Euskadi. En estas circunstancias, o Iglesias da su brazo a torcer y acepta un Gobierno de cooperación, que dé acceso a su partido a cargos de segunda fila, como le ocurre a Vox con el resto de partidos de derecha, o habrá elecciones a finales de octubre.
La otra nueva de la semana es el relevo en la cúpula de El Corte Inglés. Marta Álvarez sucede a Nuño de la Rosa en la presidencia, aunque no tendrá plenos poderes ejecutivos. El relevo llevaba meses rumiándose y no se debe a diferencias insalvables de criterio, como algunos señalan, porque entonces De la Rosa no se habría quedado como consejero delegado. Obedece al legítimo derecho que ejerce cualquier propietario a dirigir su propia empresa. Un concepto básico que no tuvo en cuenta Dimas Gimeno cuando abrió la guerra por mantenerse en el máximo cargo Ejecutivo, y que acaba de ratificar esta semana un juez, reconociendo a las hermanas Álvarez los derechos a la sucesión.