
Unas docenas de miles de toneladas de pistachos y de materias primas energéticas están detrás de la decisión de Donald Trump de romper el pacto nuclear con Irán, según los expertos. El medio oeste americano, su granero de votos, es un gran productor de frutos secos y estaría encantado si su principal competidor sufre severas sanciones para exportar al resto del mundo.
La guerra del pistacho, como comienza a conocerse en los círculos diplomáticos, es una anécdota comparada con la del petróleo, por sus dimensiones económicas.
El oro negro superó esta semana los 75 dólares por barril, diez dólares más que a comienzos de año, debido a las perspectivas de que Irán sufra restricciones en la venta de su crudo al exterior. El régimen de los ayatolás es uno de los grandes productores mundiales, con 3,8 millones de barriles diarios. Su hueco será cubierto rápidamente por Estados Unidos y por Arabia Saudí, su principal aliado.
¿A que no adivinan qué lobby apoyó y financió la carrera de Trump a la Casa Blanca? Sí... el petrolero. Sobre todo, el del fracking, que vuelve a ser rentable con un crudo por encima de cincuenta dólares/barril.
Primero fue el Tratado de Libre Comercio con México y Canadá, luego las sanciones al acero y al aluminio, las amenazas a China y ahora Irán. Como se ve, Trump no da puntada sin hilo. Sus guerras comerciales nunca son por casualidad, sino en defensa de su lema: "América, primero".
Una víctima colateral es Argentina. La política de subida de tipos de interés y de respaldo al dólar emprendida por la Reserva Federal provocó una estampida de liquidez en busca de refugio. Bueno... eso y la estupidez del Gobierno Macri de gravar con un impuesto los bonos nacionales emitidos en dólares, el 90 por ciento de la deuda exterior. Los bonistas, sobre todo extranjeros, se abalanzaron a vender antes de que la medida entrara en vigor y contribuyeron a la salida masiva de fondos.
Macri emprendió una senda de reformas graduales, tras su llegada al poder hace un par de años, para devolver la confianza a los inversores, después del efecto devastador de más de una década de peronismo.
Pero tropezó con la misma piedra que sus antecesores: la inflación desbordada. La supresión del intervencionismo sobre productos básicos, como la luz, los combustibles o el gas para que reflejen su coste real, disparó los precios al consumo a ritmos cercanos a los dos dígitos.
Para completar el círculo de malos augurios e imprevistos, la perseverante sequía, unida a la caída de precios internacionales, hundió la entrada de divisas por la venta de soja y cereales, dos de los grandes dinamizadores de su economía.
Los argentinos, conocedores de las devaluaciones sufridas antaño, corrieron a convertir sus pesos en billetes verdes americanos.
Macri intentó frenar el viernes, 4 de mayo, la estampida de liquidez con una subida del 40 por ciento de las tasas de interés para los ahorros en moneda nacional (el peso se devaluó alrededor del 30 por ciento desde su llegada al poder). Pero ante el escaso éxito en contener la avalancha, el martes pasado tuvo que pedir socorro al Fondo Monetario Internacional.
El FMI es como un pandemonio que persigue a los argentinos desde los sesenta, aunque la peor crisis se produjo en los últimos años del siglo y comienzos de éste, lo que propició la llegada del kirchnerismo. Los sucesivos gobiernos tuvieron que recurrir al organismo multilateral para combatir las inflaciones aceleradas, la falta de liquidez o, en última instancia, los corralitos bancarios.
El escenario siempre es el mismo: una ayuda multimillonaria (en este caso, puede rondar los 30.000 millones de dólares) a cambio de recortes en el gasto, que suelen frenar en seco la economía, espantar a los inversores extranjeros y ahondar en la depresión. El efecto de la cura salvaje lo acabamos de ver en el drama vivido en Grecia con la crisis del euro, que llevó a recortar a casi la mitad las pensiones, a la par que subían los impuestos.
Confiemos en que el FMI aprenda de sus malas experiencias y aplique un ajuste suave, en esta ocasión. Macri ya anunció un recorte en infraestructuras por unos mil millones de dólares. Lo peor es que recae sobre las zonas más aisladas de Buenos Aires, aquellas proclives a volver a echarse en manos del peronismo, como a comienzos de la década. ¡Y en 2019 hay elecciones presidenciales!
De momento, el denominado efecto tango no se extendió a otros países de Latinoamérica. Pero si vuelve el peronismo, como consecuencia del populismo que acarreará el ajuste del FMI, el riesgo de que el virus contagie a otros países de la región es alto. Sobre todo, después de que Nicolás Maduro haya decidido exterminar a los pocos grupos empresariales que aún quedaban en pie en su país, como el emporio Bandesco, propiedad del dueño de Abanca, Juan Carlos Escotet.
Las empresas españolas capean bien el temporal, gracias a que contuvieron mucho sus inversiones en los últimos años. El impacto en las cotizadas es escaso, con excepción de Prosegur, que mantiene una importante presencia debido a los orígenes argentinos de la familia de su propietaria, Helena Revoredo, y de Dia.
El valor del grupo de supermercados se desplomó casi el 10 por ciento en solo 24 horas. En este caso, también se debe a la errónea gestión de su consejero delegado, Ricardo Currás, así como a la mala fama que precede por apostar a la baja con sus inversiones a su principal accionista, el preboste ruso Mikhail Fridmand. El cóctel molotov de mezclar una gestión equivocada y un accionista especulador, como ocurrió en Banco Popular con Emilio Saracho y el mexicano Emilio Del Valle, tiene un impacto devastador para cualquier empresa.
La principal inquietud para la economía española a corto plazo proviene de la subida del petróleo. Si se consolida en los niveles actuales, puede segar más de siete décimas del crecimiento, según las estimaciones del Plan de Estabilidad remitido a Bruselas.
Los primeros efectos podrían comenzar a notarse este año. En el Presupuesto se preveía un crudo a 67 dólares el barril por término medio. Pero su impacto será muy limitado, quedará amortiguado prácticamente en su totalidad por la fuerte tracción de la actividad, que crece por tercer año consecutivo a tasas próximas al 3 por ciento.
El equipo económico comienza a desmontar la peligrosa promesa del PP de que las pensiones se revaloricen acorde con la inflación, después de que Rajoy aceptara sin pestañear la exigencia del PNV para sacar adelante los presupuestos.
El propio Rajoy comienza a hablar de una fórmula mixta, entre inflación y crecimiento, como ocurre con los salarios, para determinar las subidas. Y el ministró de Economía, Ramón Escolano, acota la actualización de las pensiones hasta 2019. Lo contrario es suicida, como se verá este año y el que viene, en el que hay que buscar 3.500 millones extra para sufragarlas con impuestos.
El crudo empujará a la inflación cuesta arriba y animará al futuro inquilino del BCE, probablemente el alemán Jens Weidmann, a subir las tasas de interés en 2019.
Una iniciativa que encarecerá la financiación de la deuda, elevará la presión sobre salarios o pensiones y reducirá la marcha del tren económico. El efecto tango no es solo cosa argentina. Confiemos en que la mezcla de experiencia y sabiduría de Cristóbal Montoro y Escolano permitan que la fiesta de la economía española se prolongue aún unos años.
PD.-Uno de los elementos que debería contribuir a regenerar la confianza en España es la formación de un Gobierno en Cataluña. El camino pactado entre Rajoy y el presidente del PNV, Andoni Ortuzar, permitirá levantar el 155 antes del próximo 22 de mayo y aprobar a renglón seguido el Presupuesto para este año. Puigdemont, como anticipamos también aquí, pone a un títere, Quim Torra, al que ni siquiera permitirá acceder a su despacho en la Generalitat. Puigdemont puso como condición al futuro presidente que su actuación fuera teledirigida por él, por eso no aceptó Elsa Artadi. Otra pantomima del independentismo para mantener su causa viva. Lo que no se sabe es quién se va a preocupar de mantener las inversiones o de facilitar la vuelta de las que se marcharon.