
Con los precios de las acciones marcando casi cada día nuevos hitos en todo el mundo, es tentador preguntarse si los mercados han entrado en un periodo de "exuberancia irracional" y se dirigen hacia una caída. La respuesta es, probablemente, no.
Lo que muchos analistas todavía ven como una burbuja temporal, sustentada por un estímulo monetario artificial e insostenible, está madurando en una expansión estructural de la actividad económica, los beneficios y el empleo, que podría tener muchos años por delante. Hay al menos cuatro motivos para ser optimistas.
Primero y sobre todo, la economía mundial está desarrollando toda su potencia. Estados Unidos, Europa y China experimentan a la vez un crecimiento económico sólido por primera vez desde 2008. Al final, estas expansiones simultáneas se enfrentarán al desafío de la inflación y unos tipos de interés más altos pero, dado el alto nivel de desempleo europeo y la capacidad sobrante en China, más las presiones deflacionarias persistentes de la tecnología y la competencia global, los peligros del sobrecalentamiento están a muchos años de distancia.
Sin pruebas fidedignas de una inflación rápida, los banqueros centrales preferirán arriesgarse a sobreestimular sus economías que restringir prematuramente el dinero. No hay casi ninguna probabilidad de un regreso rápido a lo que solían considerarse unas condiciones monetarias "normales", como por ejemplo de los tipos de interés a corto plazo en EEUU en aumento hasta su media precrisis de la inflación más alrededor del 2 por ciento.
Al contrario, los tipos de interés muy bajos podrían mantenerse hasta casi el final de la década y eso significa que las valoraciones actuales del mercado bursátil, que implican unos rendimientos prospectivos del 4 o el 5 por ciento por encima de la inflación, seguirán siendo atractivos.
Una segunda razón para la confianza es que el impacto financiero de los tipos de interés a cero y la amplia expansión del dinero del banco central conocido como "flexibilización cuantitativa" (QE) ya se entienden mucho mejor que cuando se introdujeron tras la crisis de 2008. En los primeros años de estos experimentos de política monetaria sin precedentes, los inversores temieron razonablemente que quebrarían o causarían una inestabilidad financiera aun mayor. El estímulo monetario se comparaba a menudo con una droga de rendimiento ilegal, capaz de producir un breve repunte de la actividad económica y los precios de los activos, seguida inevitablemente de una caída en cuanto el estímulo artificial se retirara o incluso redujera.
Muchos inversores siguen creyendo que la recuperación postcrisis está sentenciada porque la ocasionaron unas políticas monetarias insostenibles, pero esa ya ha dejado de ser una opinión razonable. El hecho es que la política monetaria ha producido resultados positivos. La Reserva Federal estadounidense, que lideró los experimentos postcrisis con tipos de interés a cero y el QE, empezó a reducir sus compras de valores a largo plazo a principios de 2014, zanjó el QE a finales de año y empezó a subir los tipos en 2015, todo ello sin que se observaran los efectos del síndrome de abstinencia que predecían los escépticos.
En lugar de recaer en una recesión o estancamiento secular, la economía de EEUU siguió creciendo y creando empleo mientras se aminoraba y detenía el estímulo. Los precios de los activos, en vez de hundirse, alcanzaron nuevos récords y se dispararon desde principios de 2013, justo cuando la Fed empezó a hablar de "reducir" el QE.
La experimentación política de la Fed apunta a una tercera razón del optimismo. Al demostrar el éxito del estímulo monetario, EEUU ha ofrecido una hoja de ruta que otros países han seguido, aunque con desfases largos y variables. Japón comenzó el estímulo monetario a gran escala en 2013, cinco años después de la Fed. Europa se retrasó siete años y lanzó el QE en marzo de 2015. En muchas economías emergentes, el estímulo monetario y la recuperación económica no han empezado hasta este año. Como resultado, los ciclos empresariales y la política monetaria están menos sincronizados que en cualquier expansión global previa.
Buenas noticias para los inversores. Mientras la Fed sube los tipos de interés, Europa y Japón planean mantener los suyos casi a cero por lo menos hasta que acabe la década, lo que moderará los efectos negativos de la restricción monetaria estadounidense sobre los mercados de activos en todo el mundo, mientras que el paro europeo y la sobrecapacidad asiática aplazarán la presión al alza de los precios que suele generar una expansión global coordinada.
Todo esto sugiere el cuarto motivo de por qué continuará el mercado alcista global. Mientras los beneficios corporativos en Estados Unidos, que llevan siete años subiendo, podrían haber tocado techo, la remontada cíclica de los beneficios fuera del país no ha hecho más que comenzar y creará nuevas oportunidades de inversión. Así, aunque las condiciones inversoras en EEUU sean menos favorables, Europa, Japón y muchos mercados emergentes están entrando en el punto ideal de sus ciclos de inversión: los beneficios aumentan con decisión, pero los tipos de interés siguen muy bajos.
Todas estas razones cíclicas para el optimismo se ven, por supuesto, desafiadas por la ansiedad estructural a largo plazo. ¿Podrán los tipos bajos de interés compensar de verdad el aumento de la carga de deuda? ¿Cae realmente la productividad, como lo implica la mayoría de las estadísticas económicas, o se está acelerando, como sugieren los avances tecnológicos? ¿El nacionalismo y el proteccionismo aplastarán la globalización y la competencia? ¿Se reducirán las desigualdades con la creación de empleo o aumentarán más aun, provocando un trastorno político?
La lista es interminable, pero estas preguntas estructurales tienen algo en común: no sabemos las respuestas durante muchos años. Lo que sí podemos decir con confianza es que las expectativas del mercado sobre lo que podría ocurrir a largo plazo están muy influenciadas por las condiciones cíclicas a corto plazo visibles en la actualidad.
Durante las recesiones, la opinión de los inversores está dominada por la ansiedad a largo plazo por la carga de la deuda, el envejecimiento y el débil aumento de la productividad, como ha ocurrido desde 2008. En los repuntes económicos, la psicología se desvía hacia las ventajas de los tipos bajos de interés, el apalancamiento y el progreso tecnológico.
Cuando esta variación optimista va demasiado lejos, las valoraciones de activos aumentan exponencialmente y el mercado alcista alcanza un clímax peligroso. Algunos activos especulativos, como las cibermonedas, ya han llegado hasta ese punto y las acciones incluso de las mejores empresas cotizadas podrían experimentar reveses temporales si crecen demasiado deprisa. Sin embargo, para los mercados bursátiles en general, las valoraciones no son todavía excesivas y los inversores no muestran euforia exactamente.
Mientras continúe la prudencia, los precios de los activos tendrán más probabilidades de subir que de bajar.