Todo comenzó un 9 de agosto de 2007, cuando BNP Paribas suspendió tres fondos inmobiliarios porque no podía determinar su valoración. La noticia pasó en general desapercibida. Excepto para los medios especializados, como elEconomista. Un año después, la caída de Lehman Brothers fue el pistoletazo para lo que la mayoría de los economistas denominan como la Gran Recesión.
Esta semana, la Comisión Europea dio carpetazo a la crisis, aunque matizó que "aún quedan elementos de incertidumbre por resolver". Es la hora de hacer balance. ¿Cuáles fueron sus causas? Y, sobre todo, ¿cuáles sus soluciones? Hay que aprender de los errores para no volver a caer en los mismos problemas.
En 2009, el gobernador del Banco Popular de China, Zhou Xiaochuan, se preguntaba "qué tipo de moneda internacional de reserva necesitamos para garantizar la estabilidad financiera global y facilitar el crecimiento económico mundial". China, que supo sortear las dificultades desde el primer momento ampliando las facilidades de crédito y rebajando los tipos de interés, como luego haría el resto de Occidente, apuntaba de manera indirecta al dólar como factor de la crisis financiera mundial.
Y no andaba descaminado. Los problemas surgieron en Estados Unidos por culpa de las hipotecas basura o subprime, que se empaquetaban y vendían como el producto más seguro del mundo, cuando era mentira. Para remate, el secretario del Tesoro, Hank Paulson, no pudo evitar la caída de Lehman, lo que provocó un efecto dominó sobre todo el planeta.
Paulson publicó en 2010 el libro On the Brink: Inside the Race to Stop the Collapse of the Global Financial System (Ante el precipicio. Dentro de la carrera para evitar el colapso del sistema financiero global), de lectura recomendada para los amantes de la economía, por la gran cantidad de detalles sobre las negociaciones fallidas para salvar la entidad. Paulson intenta exculparse con este libro, pero lo cierto es que minusvaloró su impacto. Se equivocó, al igual que el resto de asesores económicos de la Casa Blanca.
Aun así, Estados Unidos no fue de los países que sufrieron peores consecuencias; apenas estuvo unos trimestres en recesión. Los economistas lo atribuyen al rescate de 700.00 millones que puso en marcha de inmediato el Gobierno para sanear sus principales bancos, junto a otro paquete de 800.000 millones entre impuestos y gastos extra. A ello se sumaron la bajada de tipos de interés hasta cero y las políticas de flexibilización cuantitativa, más conocidas por sus siglas en inglés QE (Quantitative Easing), puestas en marchar por el presidente de la Reserva Federal, Ben Bernanke.
En esto sí hubo suerte. Bernanke, un estudioso de la Gran Depresión del 29, se inventó los QE para burlar las presiones de los congresistas, sobre todo de republicanos como Paul Ryan, en contra de reducir los tipos de interés, por temor a que se produjera una estampida de la inflación. Ryan fue luego nombrado presidente de la Comisión de Presupuestos de la Cámara de Representantes.
Un QE consiste básicamente en imprimir dinero para comprar bonos del Tesoro. Los inversores tienen entonces que desplazar la cuantía de estos bonos a otras partes del mercado, lo que provoca una inyección de dinero extra que sirve para aliviar las necesidades de liquidez. La fórmula se denomina de manera figurada como el helicóptero, ya que es como si el dinero fuera lanzado desde el cielo.
Cuando los QE llegaron a los dos billones de dólares sin que la economía ni el empleo hubieran recuperado un buen ritmo de crecimiento, los sabuesos de la Comisión de Presupuestos de la Cámara Baja pusieron el grito en el cielo y hasta hicieron chistes sobre la magnanimidad de la Fed para repartir dólares. Entonces, Bernanke se sacó de la chistera un nuevo instrumento, el Twist, que consistía en cambiar los préstamos a corto a la banca concedidos por la Reserva Federal, por otros a largo para rebajar la curva de los tipos de interés. La prensa lo bautizó con el nombre del popular baile ideado en los sesenta, que consistía en un dar un giro, twist, porque ya había sido ensayado en esa época por el banco central.
Naturalmente, todo esto no hubiera sido posible sin el dólar, que permitía seguir atrayendo los capitales de todo el mundo para financiar sus desequilibrios de déficit o deuda, sin que se resintiera la confianza en el futuro. Los chinos estaban enfadados, porque los QE abarataban el dólar y, por ende, sus masivas inversiones en bonos del Tesoro USA.
Y entretanto, ¿que ocurría en Europa? Justamente lo contrario que en Estados Unidos. El gobernador del BCE, Jean-Claude Trichet, subió en dos ocasiones consecutivas los tipos de interés en el primer semestre de 2011. Cedía así a la presión de los alemanes, que también temían un resurgir del fantasma de la inflación, como sus colegas americanos.
Una bofetada para los países del sur de Europa (Italia, España, Grecia y Portugal), además de Irlanda, los llamados Gipsy, (gitanos, en inglés), que entraron en recesión en picado. La peor parte se la llevó Grecia y después España, que sufrió una recaída de su economía, debido a los desmanes de Zapatero y su vicepresidenta Elena Salgado.
Sin una máquina de imprimir billetes como la de Bernanke, la única solución que le quedaba a los países del Sur fue una devaluación competitiva, es decir, bajar el coste de los salarios para poder competir en el mercado. Eso provocó manifestaciones de protesta violentas en Grecia, contra la precariedad laboral y los recortes públicos, que se llevaron por delante el Gobierno de Yorgos Papandréu, y un gran descontento en Italia, Irlanda, España y Portugal, que provocaron la caída de sus dirigentes respectivos en las urnas, a medida que se iban celebrando elecciones.
El italiano Mario Draghi, que llegó a la cúpula del BCE con el apoyo de Merkel tras la dimisión de su candidato, Axel Weber, aplicó a rajatabla una regla puesta en marcha por su antecesor: el que no colabore, no tiene protección del BCE para su abultada deuda.
Zapatero se vio obligado a adoptar un programa urgente de reformas y Berlusconi, que se consideraba incombustible, ya que no tenía elecciones a la vista, tuvo que dejar el puesto a Mario Monti, tras derogar los ajustes para ganarse al Parlamento. Los bonos del Tesoro italiano pasaron del 4,5 por ciento al 6,5 por ciento y amenazaban con incendiar toda la economía transalpina. Merkel se cobró su pieza, después de los desprecios recibidos del italiano.
Trinchet rompió así la norma sacrosanta que prohíbe al BCE inmiscuirse en la política interna de los Estados miembros del euro. Lo hizo, por supuesto, por la supervivencia de la divisa común. Su sucesor, Mario Draghi, volvió a violar las reglas, aunque no el espíritu, que prohíben la adquisición directa de deuda soberana por parte del BCE.
El banquero italiano echó el órdago en julio de 2012 cuando pronunció la famosa frase de "haré lo que sea necesario para salvar el euro, y créanme que será suficiente". En los meses siguientes, forjó un acuerdo con todos los miembros de su consejo y dejó aislado a Jens Weidmann, el representante del Bundesbank, para sacar adelante la compra masiva de bonos soberanos, la versión europea del helicóptero de Bernanke.
Fue clave la cooperación entre los grandes bancos centrales. Sobre todo, los pasos dados en la misma dirección por el BCE y la Reserva Federal, que luego siguieron Reino Unido, Japón y hasta Canadá.
Diez años después, el dólar sigue siendo la moneda de reserva internacional, mientras que el euro pugna por consolidarse. Pero sus miembros han aprendido que es imprescindible para salir adelante. ¿Qué hubiera sido de España o de Grecia sin euro? Una gran devaluación de sus monedas, una superinflacion y años de retraso para ponerse al día.
Una década perdida para la economía, marcada por las políticas de austeridad, por el incremento de los descontentos sociales y de la desigualdad, que nos acompañarán aún durante años. La crisis se superó gracias a la interpretación generosa de las normas, que permitió una política flexible. Pero, sobre todo, a los novedosos instrumentos monetarios.
La innovación financiera aplicada por los Trichet, Draghi, Bernanke o Mervyn King, como ocurre en la actualidad con la tecnología, es esencial para preservar el desarrollo de las sociedades occidentales. Hoy nadie pone ya en duda que su papel es imprescindible.
P. D.- Para entender a fondo la crisis financiera global de estos últimos años son recomendables: "Los alquimistas", del reportero de The Washington Post, Neil Irwin, Editorial Deusto; "Too Big to Fail" , de Andrew Ross. Planeta editó una versión en castellano. También "In Fed We Trust", de David Wessel y, sobre todo, "Stress Test", del exsecretario del Tesoro, Timothy Geithner.