
Brasil y los Juegos Olímpicos que allí se están celebrando centran la atención pública. Más allá del evento deportivo, Brasil también tiene la atención de algunas de nuestras grandes empresas dada la afectación negativa que está teniendo en los resultados de las compañías. Pero esta situación económica lleva tiempo preocupando en general a todo el mundo, Brasil es más que una economía emergente.
Para tener una idea clara del peso del país carioca en el contexto actual es conveniente no olvidar que es actualmente la segunda economía del continente americano y por supuesto la primera de Sudamérica, ocupando el séptimo puesto si atendemos a los datos que nos proporciona el Fondo Monetario Internacional. Además Brasil es especialmente relevante por su potencial a futuro. Sin lugar a dudas una población de 200 millones de personas, nada envejecida, además de preverse una fuerte expansión de su clase media, son ya de por sí bastante apetecibles; y Brasil cuenta con materia prima suficiente y con muchas posibilidades de desarrollo.
Para muchos el gran despegue de Brasil comenzó con la llegada al poder en el año 2003 del Partido de los Trabajadores, lo que llevó a Lula da Silva a ser presidente de aquel país. Desde luego nadie puede quitarle los logros de sus mandatos en su época donde estabilizaron las finanzas públicas, adelantando el pago de las deudas contraídas con el FMI; logró un fuerte avance de la clase media con la toma de importantes medidas en el mercado laboral, como el aumento del salario mínimo en un 20%; e incrementó fuertemente la producción interna con especial hincapié en el sector industrial. Desde luego fueron muchas las medidas tomadas y los méritos de aquella política económica pero para valorarla en toda su extensión hay que tener en cuenta el papel que China tuvo en aquel milagro económico y el círculo beneficioso que ello supuso para la economía brasileña. La época de Lula coincide con el periodo de máximo crecimiento del gigante asiático donde Brasil se ve beneficiada de un fuerte flujo de exportaciones hacia Asia. Al calor de la mejora de los datos macroeconómicos, una situación financiera mucho más saneada y con el aumento de la clase media y de sus necesidades y demandas, Brasil recoge un flujo incesante de capital exterior para su inversión; muy ilustrativo es el caso ya comentado de las empresas españolas.
Precisamente el menor ritmo de crecimiento de China, hasta el momento y como he comentado, el motor económico para Brasil, así como el endurecimiento del discurso de la FED en materia de tipos de interés, relevante para un país donde su sector privado está fuertemente endeudad en dólares, llevaron a la economía brasileña a entrar en una fuerte desaceleración económica. Esa desaceleración se caracteriza por contracción del PIB, la mayor en la historia reciente de Brasil; un aumento de la inflación como consecuencia de la caída del real; y un deterioro de las finanzas públicas con un importante aumento de la deuda pública. Además, políticamente la situación, como el lector sabe, es tremendamente compleja puesto que la actual presidenta, Dilma Rousseff, fue apartada del cargo y cada vez parece más posible que sea aprobada la acusación contra ella; para finales de este mes parece que sabremos si la presidenta es procesada o no. Pero más allá de la acusación a la presidenta, la sociedad brasileña aparece hoy muy dividida y fraccionada. El Partido de los Trabajadores es hoy un rumor y fuente de escándalos de corrupción, atravesando sus hora más bajas. Detrás de esta pérdida de confianza está la corrupción con grandes escándalos que salpican prácticamente a todas las corporaciones brasileñas, aunque la todopoderosa petrolera estatal Petrobras es la que centra la atención. Pero la corrupción no solo afecta al Partido de los Trabajadores sino al resto de los partidos políticos, lo cual es más grave. Esta misma semana, concretamente el viernes, teníamos noticias de que el partido del ahora presidente en funciones Michel Temer también está siendo investigado por casos de corrupción así como otro de los partidos del arco parlamentario como es el Partido Progresista.
Es precisamente la confluencia de los dos factores, el primero, la mayor debilidad de Brasil por la recesión económica y su afectación a la salud financiera de aquel país y el segundo, la enrevesada situación política la que ha complicado el ambiente enormemente. Es ahora, precisamente cuando más se necesita de un Gobierno fuerte, que ponga en orden las cuentas públicas para sanear las bases de Brasil cuando más se complica la situación. Si con la llegada de Temer la Bolsa había recuperado la atención de inversores extranjeros, además de haber parado la depreciación del real, nuevamente el escenario político se enreda aún más. Llega además este nuevo episodio político cuando los indicadores adelantados, tanto la confianza de consumidores como de empresarios, estaba subiendo aún cuando sus niveles no aventuraban a poner fin a la recesión en la que el país se encuentra inmerso.
Brasil se encuentra preso de sus condiciones internas, especialmente políticas. Ya veremos cuando terminen los Juegos Olímpicos, pero el país puede ser pasto de fuertes movimientos sociales y políticos. Esta situación puede ser abono de decisiones y medidas populistas, precisamente lo que menos hace falta ahora mismo.