Opinión

Tras la tempestad, llega la calma aparente

Después de la tormenta, llega la calma. La esperanza de que los países de la OPEP más Rusia alcancen un acuerdo a primeros de marzo para congelar la producción de petróleo ha devuelto las aguas al cauce por el que discurrían. La subida del crudo, como ya explicamos la semana pasada, quita presión a los rating de las empresas petroleras y, por ende, a los bancos, cuyas caídas guiaron a los índices de las bolsas mundiales al borde del abismo.

También contribuye a relajar las tensiones, la perspectiva de que en Estados Unidos no vayan a subir los tipos de interés en lo que va de año, así como la proximidad del 10 de marzo, fecha en la que Mario Draghi se dispone a anunciar un incremento de las compras de deuda soberana de la eurozona.

En Europa, dos de los temas que más preocupaban, la emigración y el referéndum en el Reino Unido, se ventilarán en los próximos meses. En el primer caso, se avanza hacia el cierre de las fronteras griegas, así como a un endurecimiento de las normas de entrada. Ya se sabe que cuando Merkel se ve acorralada, siempre aparece un bombero dispuesto a sofocar el fuego. Otra cosa sería si los damnificados fueran los países del Sur. En España, sólo 18 refugiados han solicitado oficialmente el asilo, frente a los cientos de miles de Alemania o Francia.

La libra esterlina sufre una devaluación del 6,4 por ciento desde comienzos de año debido al Brexit, pese a que los sondeos confían en que la mayoría de los británicos respalde seguir en la UE. Todas las grandes corporaciones de la City londinense se muestran a favor y dos tercios del Gobierno británico cierra filas con David Cameron en pro del sí, aunque el alcalde de Londres, Boris Johnson, se desmarque. Hasta el director del Financial Times, Lionel Barber, ferozmente antieuropeísta, como se vio en la crisis del euro, pone las páginas del diario salmón británico al servicio de quienes glosan las bondades de la permanencia en la UE.

En España, el acuerdo PSOE y Ciudadanos sirve para despejar varias de las incertidumbres que pendían sobre el futuro inmediato. La primera consecuencia que produjo fue el levantamiento de la mesa de negociaciones de Pablo Iglesias. La sola posibilidad de que el partido morado entrara a formar parte de la coalición de Gobierno causaba pánico en sectores enteros, como el eléctrico, así como en grupos públicos como Bankia o Aena. La gestión pública ya acarreó la ruina de casi todas las cajas en la pasada legislatura y graves pérdidas a los clientes que adquirieron participaciones preferentes de estas entidades.

Otro aspecto relevante es que disipa el temor a revertir las reformas. La tan prometida derogación de la reforma laboral por parte de Pedro Sánchez queda en agua de borrajas. El asunto se salda con un retoque de la temporalidad, que reduce incluso la indemnización en los tres primeros años, así como de los convenios de empresa, que no cambia en lo sustancial lo conseguido.

Desde el punto de vista fiscal, se pone coto a una subida de impuestos a las clases medias y se deja en el aire el impuesto a las grandes fortunas o al Patrimonio. Son las grandes empresas las que se llevarán la peor parte, pero esto es lo esperado, porque su imposición por término medio ronda el 5 por ciento.

Todos sabemos que lo que se promete en la tormenta, jamás se respeta en la calma. Pero, se mire como se mire, el impacto de moderación que ha ejercido Albert Rivera sobre Pedro Sánchez es admirable. Ciudadanos también renuncia al contrato único, introducido por Luis Garicano en su programa electoral. La propuesta del conocido profesor de la London School of Economics nacía con los pies cortos, en un país como el nuestro, sindicalizado hasta los dientes.

El efecto más importante del documento de Sánchez y Rivera es que coloca la pelota en manos del Gobierno. Rajoy, quien se llenó la boca pidiendo responsabilidad al PSOE para aceptar una gran coalición, difícilmente podrá justificar su falta de colaboración ante su electorado, en busca de la estabilidad. Su defensa numantina de las diputaciones parece un capricho de alto funcionario, dado que ahorraría de un plumazo alrededor de 5.000 millones, dos tercios del ajuste que exige la UE para cumplir con el déficit.

Acorralado por los escándalos de corrupción y urgido por una parte de los suyos, y de casi toda la clase empresarial, Rajoy tendrá que decidir si se echa a un lado para dar paso a otro candidato.

Si la OPEP no logra un acuerdo para congelar el bombeo de su crudo, Draghi decepciona a los mercados, el Brexit tomara cuerpo o las diferencias sobre la inmigración se desbocaran o China ofreciese más signos de debilidad, la calma tardaría unos segundos en saltar en pedazos. Si, además, Rajoy se encierra en su castillo y niega la abstención de su partido a la coalición PSOE-C?s, la izquierda radical puede hacerse con el fortín de La Moncloa en las próximas elecciones. Vuelve la calma, pero todos los riesgos siguen vigentes.

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