Opinión

La banca europea, en la encrucijada

El castigo bursátil que sufren los bancos europeos puede sorprender, considerando los avances experimentados desde el inicio de la crisis. Con la excepción de Italia (cuyo saneamiento acaba de empezar), en el resto de los países el ámbito financiero ha culminado un fuerte ajuste de su estructura, al tiempo que se han creado mecanismos de supervisión a escala europea, y la liquidez ha seguido abundando. Pero, en las últimas semanas, dichos avances se han visto contrarrestados por varios factores. Algunos son coyunturales. Así, la debilidad de los emergentes pesa sobre los grandes bancos españoles, muy expuestos a ese mercado.

En paralelo, el deterioro que el desplome de las materias primas provoca en las petroleras y mineras hace temer unos impagos a los que son muy sensibles las entidades francesas. Mientras, en Alemania, Deutsche Bank inquieta desde hace meses.

Con todo, junto a estos aspectos circunstanciales, existen fuerzas de más recorrido que ponen contra las cuerdas a los bancos. A su actividad medular, la concesión de crédito, la atenaza una política monetaria de tipos en mínimos que ya ha situado el euribor a 12 meses en negativo y que no tiene visos de revertirse.

A ello se suma una economía europea en la que la demanda de crédito aún es pequeña por causa del lento crecimiento y del envejecimiento poblacional, lo que obliga a luchar sin tregua por lograr clientes, y reducir todavía más los márgenes.

Son factores que sitúan a la banca en una encrucijada, hasta el punto de tener que plantearse un cambio en su modelo de negocio. Pero ése es un proceso que llevará años, por lo que, de momento, es previsible que las entidades deban seguir recurriendo a más ajustes, reestructuraciones o incluso fusiones.

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