Opinión

Contra el estancamiento secular en el gigante asiático

El estancamiento secular acecha en todas partes y China no es una excepción. En todo el mundo, el estímulo monetario y fiscal sin precedentes que siguió a la crisis financiera de 2008 ha hecho que la deuda, los títulos y los precios inmobiliarios subieran, incluso si el comercio y la inversión bajaban. Todo esto ha deprimido la demanda, el crecimiento económico y la inflación. En China se están complicando los esfuerzos oficiales de impulsar el papel de las fuerzas de mercado en la conformación de resultados económicos. ¿Bastará la última medida de las autoridades (la devaluación del yen) para invertir esta tendencia?

Sin duda, los líderes chinos se han comprometido a ceder cierto control de la economía y han indicado a los negocios que deben ajustarse a una "nueva normalidad" de ganancias de producción más lentas mientras el país persigue una reforma estructural dirigida a establecer un modelo de crecimiento más sostenible. Aun así, el aumento del riesgo (que se refleja en el reciente hundimiento del mercado bursátil chino) ha animado al Gobierno a actuar para limitar las repercusiones. Y con la incertidumbre política y la volatilidad del mercado que impulsan a los negocios chinos a acumular, en vez de invertir, amplios balances de efectivo, la presión del estancamiento secular se vuelve cada vez más intensa.

La situación de China, aunque no exactamente grave, no deja de ser problemática. Pese a que el crecimiento real del PIB anual parece estabilizarse en torno al 7 por ciento, casi todos los principales indicadores económicos (como el PIB nominal, la inversión en activos fijos, el área de suelo en construcción, las ventas minoristas nominales, las ventas de coches, la producción eléctrica, el transporte ferroviario y las importaciones de mineral de hierro) están muy por debajo de su media de crecimiento a cuatro años.

En los siete primeros meses de 2015, el volumen total del comercio chino bajó un 7,3 por ciento y las exportaciones e importaciones cayeron un 8,8 por ciento y 8,6 por ciento, respectivamente en julio. El índice de precios al productor del país se ha reducido durante 42 meses consecutivos hasta llegar a un mínimo histórico de -5,4 por ciento en julio. Y las reservas de divisas cayeron a 3,65 billones de dólares en julio, de su máximo de 3,99 billones de dólares un año antes. Durante un tiempo, los esfuerzos del Gobierno de promover el sector servicios, junto a las subidas salariales, ayudaron a estimular el consumo interno y evitar la deflación. Esos factores contribuyeron al optimismo de los inversores bursátiles de China sobre los dividendos precoces de la reforma, aunque los pesimistas reconocían que la economía se enfrentaba a inconvenientes más fuertes de lo previsto, incluida una demanda agregada global débil, apuntalada en muchas economías mediante políticas monetarias expansivas.

Cuando los problemas de China se hicieron más obvios, se hundió la confianza de los inversores y también la bolsa. Entonces llegó el Gobierno chino con medidas para estabilizar los precios del capital, pero esas intervenciones implican inevitablemente una redistribución de las pérdidas del mercado y plantean la pregunta de si sería mejor destinar los recursos estatales escasos a estimular la economía real en vez del sector financiero. Y dado que la intervención estatal pone suelo a las pérdidas de los participantes, socava la efectividad de las políticas macroeconómicas convencionales.

Por supuesto, los inversores entienden que el Estado puede intervenir, e intervendrá, para aliviar la inestabilidad temporal del mercado, pero la confianza del mercado depende de lo que es sostenible a largo plazo. Si China quiere evitar la trampa de la deflación, revivir la inversión, impulsar la competitividad y acelerar el crecimiento a largo plazo, debe continuar en la búsqueda del espíritu animal de la innovación y la iniciativa empresarial.

Después de todo, el futuro a largo plazo de China se basa en su capacidad de reforzar la confianza del mercado. Nadie va a tener ganas de aumentar su inversión en China si no confía en que la economía tarde o temprano le permitirá obtener beneficio. Por eso es tan importante que los líderes chinos no solo fomentan el consumo interno para compensar el estancamiento en otras variables, sino para asegurar también que el Estado y las fuerzas de mercado funcionan con fiabilidad y en concierto.

En cierto modo, las autoridades parecen dispuestas a hacer lo que haga falta. Devaluar el yuan un 2 por ciento respecto al dólar (la medida más importante desde que el yuan eliminó oficialmente su vinculación al dólar) debería dar a las fuerzas del mercado más influencia sobre una moneda bajo un control férreo, mientras ofrece a las empresas chinas una ventaja competitiva en los mercados extranjeros. Pero hace falta mucho más. Aunque China no es ni mucho menos insolvente, el país no deja de ser un acreedor neto, del orden de casi 1,8 billones de dólares. Hace falta liberar más liquidez interna en apoyo de la economía, y sobre todo del sector privado, mientras se adapta a los cambios estructurales de índole interna y global. Sin duda, ha sido la falta de liquidez bursátil junto con una confianza frágil lo que ha desatado la reciente volatilidad del mercado financiero.

Ahora China se enfrenta a tres desequilibrios estructurales. Primero el sistema bancario, que domina el servicio de préstamo, suele financiar inversiones a largo plazo con depósitos bancarios a corto plazo con el resultado de un desequilibrio en los plazos. Segundo, los balances chinos llevan demasiada deuda relativa al capital. Y tercero, el desequilibrio entre el Estado y el mercado, donde el sector privado sigue careciendo de acceso a la liquidez respecto a las empresas estatales.

Como ha demostrado la reciente experiencia amarga, el Gobierno chino no puede seguir estimulando la economía mediante inversiones financiadas con deuda. Es hora de dar a los actores del sector privado las herramientas que necesitan para conducir a la economía hacia una prosperidad más sostenible. Eso incluye mejorar radicalmente los mercados de capitales y promover activamente la innovación privada y la inversión, a la vez que se emplean los activos estatales para reforzar la red de Seguridad Social, por ejemplo llenando huecos en el sistema de pensiones y Seguridad Social.

Estas cuestiones no son de índole técnica, sino política, ya que los intereses creados prefieren mantener el control burocrático, pero mientras el impulso anticorrupción del presidente Xi Jinping carcome la cultura de ganancias personales entre los funcionarios chinos, es la hora de seguir adelante con las reformas estructurales y no darles la espalda.

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