Opinión

Flor del desierto

Como el poético film de Sherry Hormann, Flor del desierto (2009): así es la economía española; cuando la riegan enseguida florece. Es evidente que España va bien, pero puede ir mal. Hay riesgos muy serios y éstos no provienen de una alternancia del poder o del debilitamiento del bipartidismo, sino de la reversibilidad de las reformas que con tanto sacrificio se han hecho durante la crisis: laboral, control del gasto en pensiones y reducción del déficit público. Estas medidas han sido las que han permitido aprovechar los estímulos externos, como los menores tipos de interés, la depreciación del euro, la bajada del precio del petróleo o el crecimiento de las principales economías occidentales.

Sin embargo, el bisoño secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, se ha comprometido formalmente a derogar la reforma laboral aprobada a propuesta de Fátima Bañéz. Una medida que, de llevarse a cabo, en el caso de que tras las elecciones se formase un Gobierno de izquierdas, frenaría inevitablemente la contratación. Como dice el gobernador del Banco de España, Luis Linde, la finalidad de esta reforma era facilitar a las empresas bajar salarios en vez de despedir. Cambiarla sería un torpedo en la línea de flotación del mercado laboral.

La otra reforma que está en el alero es la de las pensiones. Al margen de la crisis, España igual que el resto de los países europeos tiene una sociedad envejecida; la pirámide de población española no deja lugar a dudas. Ningún inversor querrá prestar dinero a largo plazo, o lo hará a unos tipos de interés muy altos, a un país cuyos Gobiernos tengan que decidir entre pagar a los acreedores o a sus pensionistas.

El tercer riesgo es aflojar en el control del gasto público. Con un déficit del 4,2 por ciento del PIB y una deuda del 99 por ciento, prometer eliminar el principio de estabilidad presupuestaria que garantiza el artículo 135 de la Constitución, como han hecho Sánchez o Pablo Iglesias, es una auténtica temeridad. La confianza que ha ganado España, con tanto esfuerzo, ante los acreedores del billón de euros que adeuda se puede perder en un suspiro y volveríamos a convertirnos, una vez más, en esa triste y solitaria flor del desierto.

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