
A menudo se piensa que las monarquías son una forma de gobierno inferior a las repúblicas en lo concerniente al desarrollo económico. Históricamente, las monarquías solían confiscar propiedades de manera arbitraria, declarar la guerra sin razones de peso, lanzar proyectos megalomaníacos, endeudarse temerariamente y arruinar la economía. La realidad contemporánea, sin embargo, indica que las monarquías, especialmente las constitucionales con un régimen democrático, han contribuido a la estabilidad y la prosperidad de la población.
De las 43 monarquías del mundo—incluyendo los 15 países en los que la Reina Isabel II es la soberana—más de la mitad (23) se encuentran entre los 50 países más ricos del mundo en renta per cápita. Los restantes 27 son repúblicas, pero existen 157 de ellas en el mundo. Las monarquías, sobre todo las europeas y asiáticas, cuentan con un índice de desigualdad económica muy inferior a la media de las repúblicas. Es cierto que esa prosperidad y relativa igualdad puede ser el motivo por el que han sobrevivido los avatares de los siglos XIX y XX. ¿Existe, por tanto, alguna razón para pensar que la forma monárquica de gobierno redunda en un mayor bienestar económico?
Resulta importante precisar que las monarquías más prósperas e igualitarias son las que han sabido adaptarse a las nuevas realidades sociales y políticas, adoptando un marco constitucional y democrático. La idea esencial es que la monarquía constitucional representa un equilibrio entre la tradición y la modernidad. Pero sobre todo introduce una serie de contrapesos que pueden ayudar a moderar el sistema político y la competencia partidista, de tal manera que se genere estabilidad. La idea esencial es que la economía se beneficia de la estabilidad de las reglas del juego y de la minimización del conflicto. La reina o el rey, en virtud de su posición dinástica, se sitúan por encima de las trifulcas políticas, algo que ni siquiera un presidente simbólico de una república—como el alemán o el italiano—no pueden alcanzar del todo debido a que normalmente son personas con una trayectoria anterior en el mundo de la política.
Es de sobra conocido que el objetivo de todo partido político es perpetuarse en el poder. Se demuestra empíricamente que el control del poder ejecutivo por parte de un partido durante un período prolongado de tiempo suele desembocar en corrupción y abusos de poder. También se comprueba en la práctica que la protección de los derechos de propiedad decae cuando un partido se perpetúa en el poder, lo que suele redundar en peores resultados económicos.
Las monarquías constitucionales unidas a un régimen democrático se encuentran en mejor posición para poner coto a los abusos de poder que las repúblicas (sobre todo las presidencialistas) y que las monarquías absolutistas o autoritarias. De ahí que países como Suecia, Noruega, Dinamarca, Holanda, Japón, Reino Unido, Nueva Zelanda, Canadá y Australia suelan encabezar los ránkings de las mejores democracias del mundo.
La monarquía constitucional es el resultado de una evolución histórica a largo plazo, definida en parte por la dinámica de la construcción de los estados modernos y de la confrontación entre ideas conservadoras, liberales y socialistas. Tal y como apuntan los autores del libro, Las Monarquías Parlamentarias en el Siglo XXI; Reinventando la tradición, que acaba de publicar el Centro de Estudios de Políticas Públicas y Gobierno de la Universidad de Alcalá, la adaptabilidad de la monarquía a los vaivenes de la historia es la principal fuente de su utilidad como forma de gobierno. Es por ello que solamente resulta posible en aquéllos países en los que existe una tradición monárquica. Cualquier sugerencia de trasladar el modelo a otros lugares carece de sentido.
En mi tiempo libre realicé un estudio pormenorizado de la evolución de la renta per cápita en los distintos países del mundo desde el año 1900. La evidencia empírica demuestra que los países más ricos del mundo son aquéllos que protegen los derechos de propiedad frente a las arbitrariedades del gobierno de turno. A su vez, una mejor protección de tales derechos redunda en una mayor renta per cápita. También encontré que las monarquías constitucionales protegen de una manera más efectiva los derechos de propiedad que las repúblicas, por muy democráticas que sean. Eso es lo que indican los números, más allá de las percepciones y de los prejuicios.
Los países que tenemos desde hace tiempo una monarquía constitucional haríamos muy bien en conservarla. ¿De qué serviría cambiar de forma de gobierno? ¿Qué problemas actuales se resolverían mediante la adopción de una constitución republicana? Personalmente prefiero fijarme en Suecia o Dinamarca como modelos constitucionales a emular en lugar de Estados Unidos, donde la desigualdad y el abuso presidencial del poder se han convertido en constantes de la realidad política y social. La realidad es que la monarquía constitucional, bien entendida y bien llevada, conduce a una mayor estabilidad, que es la fuente de la prosperidad económica.