
La última gran guerra de la era industrial se cerró con el bombardeo de Hiroshima y Nagasaki: 2 bombas mataron directamente a más de 130.000 personas. Con posterioridad ha habido grandes conflictos en el sudeste asiático y un gran número de conflictos olvidados y no tan olvidados en diferentes regiones del planeta, todos ellos suficientemente lejos de Occidente como para no sentir suficiente empatía por las innumerables bajas civiles. Entre estas guerras destacan por su celeridad la Operación Tormenta del Desierto o la Guerra de los seis días.
Y es que la rapidez es una variable fundamental en el mundo digital. Con la inmediatez no hay tiempo para que reaccionen los medios, ni de que la población mundial sea consciente de la barbarie. Con la misma eficacia que tiene un bisturí, se corta, se mata y se cose. Una operación quirúrgica y relámpago (blitzkrieg). Así es como Vladimir Putin ha intentado que se desarrollase la invasión de Ucrania.
El problema con el que se ha encontrado Putin es que en el mundo digital la forma de hacer la guerra ha cambiado de forma radical. La construcción de un relato coherente sigue siendo una variable fundamental, pero mientras en el pasado se podía esperar a construir el relato junto con la industria del cine, ahora hay que construir el relato en tiempo real. Esto China lo tiene bien claro, y así está ganando de hecho la tercera guerra mundial sin haber disparado un solo tiro. En el mundo digital hay nuevos campos de batalla, mucho más relevantes que el militar propiamente dicho. Las redes sociales, la acción jurídica, las grandes multinacionales o la acción política directa pueden desestabilizar una sociedad o derrocar un gobierno. El brexit, el separatismo catalán o diferentes escándalos asociados con fraudes electorales dan buena muestra de ello. Rusia está al tanto.
El relato se construye en directo. Los datos llegan en tiempo real, y así el nuevo icono pop Volodímir Zelenski nos hace saber a diario el número de bajas civiles, separando cuidadosamente a los niños. También nos informa en Telegram de los pasos que está dando para conseguir la entrada de Ucrania en la UE. Es el relato de David luchando contra Goliat. En paralelo nos vamos enterando por Twitter de que Rusia se queda sin Eurovisión y sin la final de la Champions. Las manifestaciones se suceden en todo el globo, y hasta en la misma Rusia. La guerra en Ucrania deja de ser una guerra industrial convirtiéndose en un acontecimiento digital global, a la altura de la Superbowl o incluso del COVID.
Otro campo de batalla es el económico financiero. Solo con el anuncio de que se va a expulsar a Rusia de la red SWIFT el rublo se ha desplomado un 30%, y el Banco Central de Rusia ha tenido que subir los tipos del 9,5 al 20%. Se avecina una inflación galopante y un inminente corralito. Ya se empiezan a suceder las colas en los bancos para retirar el efectivo. En apenas horas el pánico bancario se puede extender a los supermercados. En un contexto bélico digital es fácil que la gente se comporte de manera irracional, representando la compra compulsiva de papel higiénico la cima de un iceberg absolutamente incontrolable. Estamos aprendiendo todos sobre la marcha.
El fútbol, Eurovisión, el miedo al aislamiento, la inflación o el cierre del espacio aéreo no solo pesan entre la población civil rusa. Los grandes oligarcas rusos tampoco son ajenos a lo frágiles que somos todos en el mundo digital. Si el apoyo de China flaquea, el castillo de naipes del poder puede terminar por desmoronarse. Putin al entrar en Ucrania, como Pablo Casado en la entrevista de Carlos Herrera, se veía claramente ganador. En un mundo digital, el difícil equilibrio del poder, especialmente si este se fundamenta en el miedo, y por tanto en una mal entendida lealtad, puede cambiar radicalmente de un día para otro.
Entre tanto, el canciller Olaf Scholz anuncia que Alemania ampliará su presupuesto de defensa hasta el 2% del PIB con una inversión extra de 100.000 millones. Además, anuncia que mandará armas a Ucrania. Es difícil hablar de guerras mundiales sin mencionar a Alemania, y todavía más difícil prever que precisamente el Partido Social Democrático alemán iba a impulsar el rearme de Alemania. En este contexto de grandes paradojas, resulta todavía más contradictorio que Rusia siga bombeando gas a Alemania. El 60% del gas que se consume hoy en Alemania tiene origen ruso. Es de suponer que en las circunstancias actuales ese gas se estará pagando por adelantado, si no directamente mediante SWIFT a bancos rusos, de alguna forma más elegante.
En resumen, muchas cosas tienen que cambiar para que todo siga igual.