
En el primer capítulo de España inteligible. Razón histórica de las Españas, Julián Marías rebate con su admirable brillantez los motivos que, a su juicio y desde hace siglos, han servido a una parte de la historiografía y de la ciencia política para presentar a España como un país anormal en el concierto europeo. En concreto, se refiere a la invasión y al dominio musulmán durante más de ocho siglos, a la presencia del Tribunal de la Inquisición, al descubrimiento y modo en que conquistamos las Indias, al hecho de encontrarnos permanentemente en decadencia y considerar a España no como una nación, sino como un conglomerado heterogéneo de pueblos sin nada que los una.
Desde nuestro punto de vista, España no es una excepción en el contexto europeo y ninguno de esos elementos justifican la leyenda negra con la que se pretende revestir nuestra historia. En primer lugar, porque no se pueden explicar más de 500 años de la vida de nuestro país desde unas pocas circunstancias, ya sean considerados individual o conjuntamente. En segundo lugar, porque en algunos casos se presenta como anormal o excepcional un hecho o una situación, que es común o muy similar a otras vividas por alguno de los países europeos. En tercer término, porque no podemos olvidar que lo que se conoce como la leyenda negra fue una de las armas que utilizaron contra la Monarquía Española sus enemigos.
Pero si nos alejamos de lo que Julián Marías llama la "Razón histórica de las Españas", es decir, de los motivos que a lo largo de la historia impulsan nuestro proyecto nacional y tratamos de obtener, parafraseando el título de la obra de Javier Cercas, la Anatomía de un Instante, en concreto, el momento económico por el que atravesamos desde que estalló la pandemia, somos la excepción, y no precisamente para bien, del conjunto de los países de los que somos socios en Europa, al menos de los grandes países de la Unión con los que debemos estar.
En este sentido, puede observarse la caída que experimentó el PIB español durante el año 2020, el incremento con el que se cerrará el 2021 y el que se prevé durante el 2022. En el primer caso, somos el país que sufrió el mayor retroceso en la producción y en el segundo seremos el único que no alcanzará el nivel de PIB prepandémico durante el años 2022. En otros términos, seremos la excepción entre los países más importantes de la Unión Europea.
En contraposición a estas pésimas evidencias de la evolución de la producción, los responsables de la política económica suelen utilizar los datos de empleo, ya sean EPA o de paro registrado y de afiliados a la Seguridad Social, como la prueba del éxito de su estrategia. Sin embargo, olvidan, para caer en el triunfalismo, el número de trabajadores en ERTE y los autónomos sin actividad que, aunque estadísticamente no engrosan las listas del paro, lo son a efectos económicos. En segundo término, que el aumento del empleo es consistente con el que experimenta el PIB en estos momentos, pues la reforma laboral del 2012 hizo posible que la economía española comenzase a crear empleo con niveles de crecimiento incluso inferiores al 2%. Lamentablemente, los cambios introducidos en la misma, merced al reciente acuerdo del gobierno con los agentes sociales, pese a no suponer la derogación de la reforma laboral del gobierno del Partido Popular, introduce rigideces que muy probablemente impactarán negativamente en la creación de empleo y no resolverán la temporalidad de nuestro mercado, sino que la ocultarán bajo la denominación de trabajadores fijos discontinuos. Finalmente, estos datos deberían llevarnos a la reflexión de la pérdida de productividad que estamos sufriendo si para producir un 6,6% menos que antes de la pandemia, necesitamos el mismo número de trabajadores, lo que solo parece explicarse por el número de horas trabajadas que reflejaba la última EPA.
Posiblemente, los responsables económicos del gobierno cuando se refieren a la creación de empleo como la prueba de lo "vigoroso de nuestro crecimiento", ninguno de los matices señalados le merezcan la menor consideración, olvidando que el empleo se recupera, pero que nos alejamos de las medias europeas. Así, la distancia que nos separaba antes de la pandemia no se ha reducido, sino que se ha ensanchado, al pasar de 6,4 puntos a 7,2 en estos momentos. Además, seguimos siendo el segundo país de nuestros socios con los datos de paro más alto, lo que resulta todavía peor si desagregamos esa cifra por edad y nos fijamos en la de paro juvenil, o por sexo, y lo hacemos en la del femenino.
Con esta crisis se ha roto el hecho positivo de que la economía española fuese la locomotora europea en los momentos de crecimiento, también en términos de creación de empleo; y se ha mantenido el negativo de que en los de recesión seamos los que más caemos, tanto en PIB como en empleo, incluso sin necesidad de eliminar el maquillaje de los datos con los ERTES y los autónomos sin actividad.
Como decía más arriba, no creo que la historia de España sea una excepción en el contexto europeo, pero sí lo son los datos económicos que están acompañando a la pandemia y, sobre todo, lo es uno de los aspectos de la política económica que se están aplicando en el momento de la recuperación: subir los impuestos y las cotizaciones sociales, porque todos nuestros socios europeos están haciendo exactamente lo contrario. En eso, sí que el Gobierno de España es la excepción, una anormal excepción europea.