Opinión

La locura neo feminista

El autor aboga porque la igualdad vuelva a ser objetivo de hombres y mujeres

El profesor Pablo de Lora, catedrático de Filosofía del Derecho de la Autónoma de Madrid, escribe en su recomendable libro El laberinto del género lo siguiente:

"El 25 de enero de 2019 el Estado de Nueva York aprobó la ley contra la discriminación por expresión de género, o Gender Expression Non-Discrimination Act (GENDA), mediante la cual se reformaba la normativa del Estado de Nueva York en materia de derechos humanos (la New York Human Rights Law). Con ello se incluye, como una de las formas de discriminación prohibida, la negativa a usar el nombre o pronombre requerido por una persona. Así, empleadores, arrendadores, autónomos y profesionales tienen el deber de usar los nombres, sexo, pronombres y trato preferido por sus clientes, independientemente de cuál sea su sexo biológico".

Y en eso estamos, y no sin polémica. Cuenta de Lora también que en el año 2016 el psicólogo canadiense Jordan Peterson, profesor en la Universidad de Toronto y autor de Doce reglas para vivir, manifestó públicamente que no obedecería la ley federal canadiense mediante la que se incorporaba la "identidad o expresión de género" al Código de Derechos Humanos como uno de los susceptibles de protección frente a los delitos de odio. Según Peterson, con esa modificación legislativa él se vería obligado a expresarse de una manera que violenta su forma de pensar y los usos lingüísticos que hacen posible la convivencia.

Todo este lío viene de las universidades norteamericanas, patrocinadoras de lo políticamente correcto. Leamos lo que ha escrito Ferguson, un prestigioso historiador y comentarista que ha pasado por algunas de las mejores universidades: "es que no trabajas en educación superior. Hay algo podrido en el estado de la academia que no es para reírse".

Este historiador es uno de los intelectuales que están detrás de la creación de la Universidad de Austin, un nuevo centro académico en la capital de Texas con una intención más que ambiciosa: revertir el rumbo antiliberal que ha tomado la universidad estadounidense, con un deterioro acelerado de la libertad de cátedra, de discusión y de expresión.

Según Pano Kanelos, que será el nuevo rector de esa universidad, "EEUU se ha quebrado de muchas maneras. Pero la educación superior puede ser la institución más rota de todas".

Esta universidad ha hecho imposible la exploración intelectual. Ha transformado un bastión de la libertad de investigación en una fábrica en la que solo se admiten cuestiones de raza, género y victimismo y solo provocan agravio y división.

Por su parte, Sabine Prokhoris, conocida filósofa y psicoanalista, ha declarado a propósito del #MeToo que "las lógicas intelectuales de ese movimiento son falsificadoras, hechas de eslóganes y no de reflexión. Por lo tanto, el movimiento está estructuralmente viciado". Prokhoris compara el #MeToo con la persecución medieval contra los herejes: "El #MeToo, con la fuerza de ataque de las redes sociales, sobre las que todos los medios se alinean dócilmente, funciona como una religión política. Cualquier reserva mental respecto a ellas se percibe como una blasfemia".

Parece que la cosa se mueve en contra del actual sectarismo y es posible (y deseable) que la igualdad vuelva a ser el objetivo de varones y mujeres, juntos en la consecución de ese objetivo.

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Cuando los problemas se resuelven en el lenguaje, en la realidad se pueden agravar sin que nadie se oponga.

El ejemplo más patente es la pobreza de la Iglesia. Predicando que es antes pasará un camello por el ojo de una aguja que etc.... y resolviendo el problema de ser rico con ser pobre de espíritu han podido ser pobre y vivir en palacios que ya los hubieran querido los faraones.

Pues con el lenguaje inclusivo, se podrá discriminar en la realidad impunemente resolviendo la discriminación en el lenguaje.

Cuando los objetos no se identifican por sus características y propiedades, sino por el nombre o etiqueta que se les asigna, estamos en el reino de la irracionalidad.

La irracionalidad aumenta espontáneamente como la entropia. Un ejemplo lo tenemos en el arte. El valor de un cuadro no lo da nada objetivo sino la firma del autor. Ni siquiera el autor, solo su firma. Cuando Dalí o MIró estaban moribundos de sus estudios salían más obras que nunca con su firma, pero se sospecha quien las hacía.

En los foros se leen más descalificaciones e insultos que argumentos lógicos.

Resumiendo, como Pascal, cuando más conozco a los hombres más admiro a los perros y gatos.

Puntuación 14
#1