Opinión

Error de precipitar el fin del diésel

El diésel ya sufre la transición energética

El modo en que la UE acelera sus metas para la transición energética hará que, desde 2035, quede prohibida la venta de automóviles nuevos de combustión. El anuncio, conocido esta semana, ensombrece aún más las perspectivas de futuro de este tipo de propulsiones, en especial del diésel.

No en vano los vehículos que montan motores de gasóleo, tras casi dos décadas de dominio en las preferencias de los consumidores, han experimentado una contracción de su cuota de mercado que la sitúa en niveles de mediados de los 80. La evolución de los coches de gasolina es semejante, dado que su demanda retrocede a niveles de hace dos décadas. Con todo, se equivoca quien de estas cifras concluya que son tecnologías desahuciadas cuyo final podría incluso anticiparse más. La electrificación del transporte se encuentra en Europa en una etapa incipiente. Será, además, un proceso costoso dado el continuo encarecimiento que mecanismos como las subastas de derechos de emisión de CO2 provocan en la generación de energía. Pero es sobre todo un país como España el que ofrece el mejor ejemplo de por qué no se debe precipitar el abandono de los motores de combustión. El grueso de la producción de nuestras fábricas sigue centrado en ese tipo de vehículos y su reconversión hacia el desarrollo del coche eléctrico será lento. Falta un componente esencial: una fábrica propia de baterías. Ya existe un acuerdo público-privado para construirla pero, como demostró el primer Proyecto de Reconstrucción presentado por el Gobierno, dedicado al coche eléctrico, no hay concrecione sobre este proyecto.

La reconversión de la industria española del motor debe ser paulatina, para evitar un daño incalculable al empleo

La reconversión del automóvil español deberá ser paulatina para evitar que miles de empleos y uno de los pilares del PIB se vean amenazados.

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