
Las movilizaciones populares del domingo 11 de julio pusieron de relieve que las cosas en Cuba ya no son como eran en los años dorados, posteriores a la Revolución. Tras a la entrada triunfal de Fidel Castro a La Habana, las puertas del paraíso parecieron abrirse a la nueva clase dirigente, aquella que pensaba ser absuelta por la historia.
Para comenzar, 60 años después, los comandantes revolucionarios y sus más directos colaboradores no están más al frente del gobierno, ni del Partido Comunista de Cuba (PCC) ni de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR). En su lugar, sus nietos y allegados son quienes están al mando. Y, obviamente, estos carecen de la legitimidad que tenían los anteriores.
El segundo elemento a considerar, íntimamente relacionado con el anterior, es que después de la desaparición de Fidel y Raúl Castro del lugar protagónico de la escena política, el sentimiento de deferencia/temor que buena parte de la población tenía con la conducción política nacional ha desaparecido. Esto es algo que también ocurre, y tiene mucha importancia, en los escalones inferiores de la administración. Parafraseando a Max Weber, podríamos recordar aquello que apuntaba el sociólogo alemán sobre la práctica imposibilidad de transferir el liderazgo carismático.
Hemos visto en Cuba que los diques de contención que frenaban la protesta social, o permitían una rápida contención de las muestras de inconformismo, se han comenzado a romper. Que las nuevas generaciones ya no se cuestionan la posibilidad de salir a la calle de la misma manera que lo hacían sus padres. Ante eso, por las avenidas abiertas al calor de este proceso emergen nuevas manifestaciones de protesta, como las que supuso la aparición del Movimiento San Isidro (MSI) en La Habana.
Por último, la presencia de internet y de las redes sociales. Su implantación en Cuba no fue sencilla. Fue necesario que pasaran largos años, en un proceso trufado de contradicciones y dificultades. Finalmente, aunque con mucho por hacer, estas terminaron haciéndose presentes en la vida cotidiana cubana y a incidir en su situación política.
Las redes sociales se han convertido en un verdadero quebradero de cabeza para cualquier gobierno del mundo, especialmente los más autoritarios. Desde esta perspectiva Cuba no es ninguna excepción. Las redes permiten comunicaciones horizontales mucho más eficientes entre los potenciales manifestantes, dificultando las labores represivas de los servicios de seguridad y de los grupos paramilitares encargados de mantener el orden. A la vista de los efectos negativos provocados por internet durante el fin de semana, las autoridades se vieron forzadas a cortar su servicio a la población.
Las respuestas gubernamentales ante el desborde popular han sido contradictorias. Esto ha llevado a algunos a especular sobre una cierta debilidad de la conducción nacional. Podría darse el caso, pero esto no necesariamente debería ser así, especialmente en este estadio inicial de las protestas. Es verdad que se ha liberalizado, al menos temporalmente, la importación de alimentos y medicinas para los particulares, pero las contradicciones anunciadas dentro del régimen todavía no terminan de cuajar.
No se olvide el estado incipiente de la sociedad civil cubana, ni la fragmentación de las fuerzas, o grupúsculos, de la oposición, muchos fuertemente infiltrados por los servicios de seguridad. Esto le permite al régimen mantener intacto el relato victimista, forjado al comienzo de la Revolución, con Estados Unidos y el embargo/bloqueo como elementos centrales.
Al mismo tiempo se tensa la relación con Estados Unidos. Joe Biden, que jugó un papel importante en la negociación de Obama con Castro, terminó desencantado del desenlace del proceso. El gobierno cubano se resistió a implementar las reformas necesarias que hubieran permitido consolidar el deshielo bilateral y acercar el fin de las sanciones.
Tras su triunfo en 2020, Biden mantuvo la mayor parte de las medidas introducidas por Trump y su respuesta a la crisis actual es de cautela. Si por un lado se muestra partidario de mejorar la conexión de internet en la Isla, por otro tiene serias dudas de flexibilizar las remesas desde Estados Unidos, ante el temor de que sean controladas por el gobierno cubano. Cuba sigue siendo una cuestión esencial del debate político interno en Estados Unidos y Florida una pieza clave en cualquier elección presidencial.
Ante esto resulta muy aventurado hacer predicciones sobre el futuro político. ¿Se mantendrá o incrementará el tono de las protestas? ¿Tendrán éstas un mayor apoyo social? O, por el contrario, ¿el régimen se consolidará y, una vez más, logrará sortear las grandes dificultades que enfrenta? Son todas preguntas de difícil respuesta, pero que en las próximas semanas o meses irán encontrando acomodo. Mientras tanto, habrá que seguir expectantes ante lo que pueda pasar en Cuba, y para ello es necesario no perder nuestra capacidad de asombro.