De la misma manera que la pandemia nos ha puesto frente el espejo y nos ha mostrado nuestra vulnerabilidad individual y colectiva, la crisis sanitaria también ha revelado los desequilibrios estructurales -sociales, económicos y ambientales- de un modelo territorial polarizado y marcado por una fuerte brecha entre campo y ciudad.
Si bien España, dentro del contexto europeo, ha sido históricamente un país poco poblado, su singularidad radica no sólo en su baja densidad poblacional sino en la alta concentración de la misma. Una concentración demográfica que tiene como contrapartida un proceso continuado de despoblación que deja, hoy en día, a 23 (de 50) provincias españolas dentro de lo que se ha denominado "España vacía" o quizás con más acierto "España vaciada" (Funcas, 2021).
Esta dinámica demográfica y territorial se explica en buena parte por factores económicos que se empiezan a manifestar con fuerza a mediados del siglo pasado. El conocido como éxodo rural, que coincide con el proceso de industrialización del país, empujó a muchas personas y familias a migrar hacia las ciudades bajo la promesa de nuevas oportunidades laborales y personales y en definitiva una mejor calidad de vida. Tan sólo una cifra para ponderar la dimensión del trasvase: La población en pueblos de menos de 2.000 habitantes era en los años cincuenta el 39% de la población española, siendo hoy sólo el 18%. Esto supone, para el mismo periodo, un descenso de la población rural de más del 40% (SSPA, 2021).
Sin embargo, buena parte del panorama actual donde la brecha urbano/rural se suma a otras brechas, cómo la de género o la digital, se explica no sólo por la magnitud del fenómeno sino por las características del mismo. El reclamo laboral de las ciudades supuso que en su momento la emigración fuera protagonizada principalmente por jóvenes y mujeres. Y si bien la fuerte entrada de personas inmigrantes a principios del siglo XXI podría haber frenado la desruralización, la gran crisis de final de década paralizó los indicios de recuperación demográfica.
A su vez, la naturaleza centrífuga en que se han producido los procesos de concentración ha impactado con más dureza las provincias del interior del país. De nuevo una cifra: según cifras del INE si bien la población española ha aumentado un 36% desde 1975, en Soria se ha reducido más de un 23%, mientras que en Madrid ha crecido hasta un 73%. El resultado es un medio rural envejecido, masculinizado y con poca capacidad de generar empleo. Un entorno donde la imposibilidad de conservar servicios y equipamientos acrecienta la inequidad social y económica, amenaza el patrimonio cultural, por no hablar del gran impacto en la biodiversidad (España es el país europeo con más especies amenazadas) y el medioambiente (en los últimos sesenta años la superficie forestal no gestionada e inflamable ha aumentado en casi 4 millones de hectáreas).
Más allá del impacto que, fruto o acelerados por la covid-19, puedan tener a largo plazo los nuevos hábitos de consumo -con el auge ecommerce- , de trabajo -con la implantación del teletrabajo- y de residencia -con la aparición de los denominados "nómadas digitales"-, es necesario un profundo y urgente proceso de transformación si tal y como menciona el plan de recuperación promovido por el Ministerio para la transición Ecológica y el Reto Demográfico queremos que los "territorios-problema" puedan ser concebidos como "territorios oportunidad".
Esta oportunidad que ya ha sido bautizada como la nueva ruralidad debe fomentar la repoblación dando solución, entre otros, a tres grandes retos: la conectividad, la movilidad y la promoción personal y profesional de las mujeres. Si bien el acceso universal a una conectividad de calidad se concibe como el requisito básico para reactivar las áreas rurales, este obstáculo podría estar en vías de solución, puesto que según cifras publicadas parece que el proceso de conexión avanza a buen ritmo (según el último índice DESI (2020) de la Comisión Europea, la fibra óptica llega a un 80% de los hogares (la media europea es del 34%), siendo el despliegue en los medios rurales del 46% (21% el promedio europeo)). En cuanto a la movilidad es necesario promover el acceso a viviendas de calidad, así como a servicios básicos de sanidad, educación, sociales y, por supuesto, también culturales. Por último, la creación de oportunidades laborales y el desarrollo de modelos de negocio sustentados en las nuevas fuentes de competitividad que ofrece una economía más global, más digital y necesariamente más respetuosa con el medio ambiente, es un factor crítico, especialmente para que las mujeres puedan, en un entorno rural, conciliar su rol productivo con el familiar.
"Los omnipresentes fondos europeos abren una ventana de financiación relevante para poder afrontar parte de las reformas estructurales -y no remediales- necesarias para desarrollar y consolidar los cimientos de esta nueva ruralidad"
Ante la magnitud del desafío y si continuamos hablando en términos de oportunidad, los omnipresentes Fondos Next Generation europeos abren una ventana de financiación relevante para poder afrontar parte de las reformas estructurales -y no remediales- necesarias para desarrollar y consolidar los cimientos de esta nueva ruralidad que también tiene una fuerte componente tecnológica. Un proceso tan complejo como urgente que requiere, más allá de visiones microlocales, de la concepción de redes de conocimiento que apuestan por emprender procesos de innovación que se consoliden mediante un aprendizaje escalable y compartido. Una red de territorios rurales inteligentes que, bajo una visión ecosistémica, requiere de la complicidad y la acción coordinada del conjunto de las administraciones públicas, así como del resto de agentes que integran los ecosistemas innovadores.
Finalmente, quisiera destacar el papel del sector educativo, en general, y el de las universidades, en particular, ya que, en este entramado de actores públicos y privados, son un elemento fundamental para conjugar y conjurar los tres retos descritos en favor de un mayor equilibrio territorial. El fomento de la empleabilidad mediante programas de capacitación y especialización que lleguen a todos los rincones del territorio; la investigación sobre cómo la tecnología puede promover la equidad social y el acceso a la cultura; la generación de evidencias entorno a las nuevas fuentes de competitividad en el entorno rural o el análisis de nuevas dinámicas de transferencia e intercambio de conocimiento abierto entre los distintos núcleos territoriales, son sólo algunas de las contribuciones que las universidades pueden y deben realizar.
Como decimos en mi tierra... "tenim feina".