A medida que empiezan a llegar las primeras dosis de las vacunas contra la COVID-19, todos tenemos la esperanza de que los días de encierro, distanciamiento social y uso de mascarillas pueda llegar a su fin. Sin embargo, el optimismo generado por su llegada al mercado tiene que hacer frente, entre otras cosas, a los retos derivados de su extrema sensibilidad a la temperatura y las diferentes maneras de conservar cada una de ellas: ultracongelación, refrigeración, congelación, etc.
Los principales desafíos para su correcta distribución, algunos de ellos de dominio público, se resumen de esta manera: "debemos conseguir que la vacuna de la COVID-19 se distribuya masivamente y lo más rápido posible sin romper la cadena de frío. Y lo que es más importante, que todos nosotros, desde fabricantes a distribuidores, administración pública, sanitarios, enfermeros y pacientes, podamos estar seguros de que la temperatura adecuada para cada una de ellas se ha mantenido hasta el final y que, en el momento de la inyección, ninguna dosis se ha visto comprometida por la exposición al calor".
Por lo tanto, mientras que la mayoría de las conversaciones parecen centrarse todavía en la complejidad logística que afrontan las compañías de transportes y los centros de distribución de las vacunas, yo estoy mucho más preocupado por lo que pueda suceder con la cadena de frío en esa recta final.
¿Se pueden producir alteraciones de la cadena de frío que obliguen a desechar viales?
Mientras que fabricantes de vacunas, distribuidores, gobiernos e incluso organizaciones no gubernamentales (ONG) trabajan para mantener estables durante el transporte los grandes "packs" de vacunas (sensibles a la temperatura), debemos prestar la misma atención a evitar que dosis individuales puedan desperdiciarse.
Y es que, en regiones desarrolladas, como Europa o Norteamérica, se utilizan habitualmente medidores de temperatura para vigilar los paquetes y, por tanto, pueden no ser tan necesarios los indicadores individuales de temperatura de cada vial. Pero esto no es así en determinadas áreas de África o Asia. Por lo tanto, las personas que manipulan las vacunas de la COVID-19 una vez que los grandes y monitorizados "packs" se abren y se dividen para su almacenamiento o uso, no tienen forma de saber si los viales se han visto comprometidos.
A mi juicio, este es el verdadero reto al que nos enfrentamos en la distribución de la vacuna de la COVID-19. Si una sola dosis parece "caliente" al tacto o alguien piensa que "ha podido estar almacenada demasiado tiempo", es probable que el vial se deseche por precaución. Habrá incluso algunas personas extremadamente cuidadosas que puedan decidir tirar todo el lote, asumiendo que puede haber estado comprometido. Y es que no podemos olvidar que, en un proceso de vacunación masiva como este, en ocasiones puede que quien tenga que tomar estas decisiones no sea un médico licenciado. En muchos lugares se reclutarán voluntarios a quienes se les dará una rápida formación para apoyar los esfuerzos de vacunación.
Por ese motivo, debemos trabajar para que toda persona que manipule un vial, desde su producción hasta el momento de la administración final al paciente, sea capaz de determinar si se ha producido alguna exposición al calor en cualquier momento de todo el proceso.
¿Cómo podemos hacerlo?
Tenemos la tecnología necesaria para ello. Como las vacunas normalmente se descargarán en el lugar donde vayan a ser administradas, los profesionales allí presentes deben ser capaces de confirmar si el hielo seco o cualquier otro método de enfriamiento que se haya utilizado durante el transporte ha funcionado.
El gran desafío es aunar la rapidez que se requiere pero sin romper la cadena del frío
Para ello, lo primero es supervisar los termómetros de los contenedores de vacunas. Si uno de ellos muestra que ha habido una variación de temperatura, alguien debe ser capaz de abrir el pack para confirmar si ha afectado a todas las unidades y deben ser retiradas o si solo se han visto comprometidas algunas por la exposición más directa al calor durante la carga y descarga. Y esto no es posible a menos que cada vial tenga un indicador de temperatura.
Por ello, la clave para una correcta y eficiente distribución será colocar estas pequeñas y económicas etiquetas o sensores térmicos en cada vial en la primera etapa del proceso, al acabar su fabricación. De esta forma será posible evitar desperdiciar recursos y conseguir que la población confíe en nuestra capacidad para mantener la cadena de frío de la vacuna de la COVID-19 hasta el último momento.
Si finalmente se tuviera que tomar la decisión de desechar algunas unidades -con el coste financiero, logístico y de retraso en la vacunación que esto supone- que al menos sea porque tenemos pruebas de que se han visto comprometidas y no dependa del juicio más o menos acertado de una persona.