
La reunión este fin de semana del Comité Federal del PSOE, previa al Congreso Federal de junio, un evento que otrora habría merecido atención prioritaria en los medios de comunicación, ha pasado este último fin de semana casi de puntillas y sin apenas relevancia en las páginas de los periódicos y en los informativos. Sólo la ratificación de la candidatura de Salvador Illa a presidir la Generalitat y el optimismo de Pedro Sánchez -escasamente fundamentado a la vista de los datos- sobre la evolución de las vacunas han merecido el relativo interés de la opinión pública y en la publicada.
¿Para qué? Como en los tiempos de la dictadura de ese Franco al que tanto gusta evocar al Presidente del Gobierno allí todo estaba atado y bien atado. Un comité federal domesticado, sin críticos -Sánchez los decapitó a todos- hecho a la imagen y semejanza del caudillo y donde el debate interno es una utopía del pasado, ni exigió aclaraciones por la mala gestión de la crisis sanitaria ni se ocupó de la gravísima recesión económica y del paro galopante que sufrimos. Como tampoco se han pedido explicaciones por la traición a la palabra dada, los ataques a la libertad de prensa y a la independencia de los jueces, por los pactos con Bildu o por las claudicaciones ante los desplantes y el desafío de Podemos y de los independentistas.
La reforma del reglamento interno del partido impulsada por Sánchez en 2018 ha anulado al Comité Federal, ha propiciado la laminación de cualquier oposición interna y sólo la vieja guardia felipista aparece hoy como freno a la ambición totalitaria del secretario general. Como comentaba un veterano ex parlamentario y exalto cargo socialista, Sánchez y el sanchismo "han vaciado al PSOE de ideología, han desterrado a la socialdemocracia, han perdido el sentido del Estado y el único proyecto de partido es el personal del líder que maneja los hilos y las marionetas".
"¿Son robots sin sentimientos, sin ética, sin dignidad política?" se preguntaba hace unas semanas el ex primer ministro socialista francés, Manuel Valls, en alusión a los diputados socialistas y a los miembros del Comité Federal, mientras comparaba los pactos de Sánchez con los independentistas catalanes y los herederos de ETA con la alianza de parte de la izquierda gala con el islamismo. Un símil que debería mover a la reflexión si vemos la inanidad y el ostracismo al que los franceses han condenado los que parecían poderosos partidos socialista y comunistas, propiciando paralelamente el extremismo radical del Frente Nacional y de Le Pen.
Claro que eso no estaba en la agencia ni en las preocupaciones de los asistentes a esta nueva y cada vez más espaciada reunión del Comité Federal que a ojos de los críticos y de los observadores imparciales sólo ha servido, cómo también apuntaba Manuel Valls para corroborar que "el problema lo tienen ellos" y que es a los veteranos y a las nuevas generaciones a los que corresponde ahora moverse e impulsar una alternativa y recuperar la memoria histórica, los valores y la ética perdidos.
Pero como apostillaba el citado ex diputado y alto cargo "lamentablemente el felipismo y los felipistas están muy cómodos en la reserva y no parecen dispuestos a plantear batalla, más allá de declaraciones públicas o manifiestos y tribunas en los medios", posiblemente porque saben que hoy es imposible promover el cambio desde dentro. Pues eso, el PSOE atado y bien atado y el país manga por hombro que la Real Academia traduce por abandono y en desorden.