
La economía de China va camino a la recuperación después del golpe del COVID-19 en la primavera de 2020. Las tasas de crecimiento negativas en inversión, actividad industrial y consumo han revertido el curso y han pasado a territorio positivo, y algunos indicadores, como las exportaciones, han inclusive superado las expectativas, registrando una tasa de crecimiento positivo de más del 10% en el tercer trimestre del año.
La manera en que una economía se recupera de una crisis económica determina lo robusta que será su recuperación. En 2009, el plan de estímulo del gobierno chino de 4 billones de yuanes (605.000 millones de dólares) luego de la crisis financiera global alimentó un auge del crédito, que infló al sector de la banca en la sombra e hizo que los niveles de deuda se dispararan y alcanzaran picos alarmantes.
Sin duda, la respuesta general de China salvó a la economía y mantuvo tasas de crecimiento impresionantes. Pero en tanto la inversión se canalizó a proyectos de infraestructura y vivienda, y a los balances de grandes empresas estatales, generó aún más distorsiones económicas de las que existían antes de la crisis. El crecimiento general de la productividad se mantendría reducido durante los siguientes diez años.
Esta vez, la recuperación de China vuelve a basarse en un gran plan de estímulo, sumado a medidas para controlar el virus como para que se pueda reanudar el trabajo y otras actividades económicas. Pero gran parte del gasto hasta ahora ha provenido del sector público más que de la empresa privada. Asimismo, cifras recientes muestran que el rebote post-COVID de China ha estado liderado por inversiones en infraestructura y vivienda, mientras que el crecimiento del consumo ha estado rezagado y en absoluto cerca de la tendencia previa a la crisis.
Aun si las condiciones son seguras como para que la gente regrese a su vida normal, el sector de servicios todavía no está ni cerca de una verdadera recuperación. Por un exceso de precaución, la gente está ahorrando más y saliendo menos. Esta tendencia podría ser un mal presagio no sólo para China sino también para el resto del mundo, ya que puede ser un indicio de lo que les espera a otras economías.
Existen por lo menos otras tres razones para preocuparse. Primero, si bien las cifras de exportaciones de China superaron las expectativas este año, pueden ser más desalentadoras el año próximo. En 2020, China actuó como un "proveedor de último recurso" global, manteniendo las fábricas abiertas mientras éstas se cerraban en otras partes. Y como parte del crecimiento actual de China está liderado por exportaciones de bienes críticos relacionados con la pandemia (como mascarillas faciales) al resto del mundo, sus estadísticas comerciales positivas no reflejan tanto una recuperación de la demanda global sino más bien un giro de la producción hacia China. Este proceso se revertirá cuando los sitios de producción globales se reabran y las cadenas de suministro empiecen a funcionar nuevamente.
Una segunda preocupación es que la recuperación ha desatado un deterioro estructural más amplio, luego de años de reorientación económica para alejarse de las exportaciones y la inversión y focalizarse en el consumo. Ha habido cierto progreso en este sentido en los últimos años, pero la balanza ahora vuelve a inclinarse hacia la inversión y el comercio, en tanto la oferta supera a la demanda en el proceso de recuperación.
La recuperación a nivel macro de China, por ende, esconde desafíos a nivel micro. En el tercer trimestre de 2020, el crecimiento del ingreso no se había recuperado, y el ingreso disponible de los hogares se estaba contrayendo. La demanda de trabajadores migrantes se había visto particularmente afectada y no mostraba signos de recuperación. Y la tasa de participación de la fuerza laboral se mantuvo reducida desde que cayó cuando estalló la pandemia.
La tercera causa de preocupación es que están surgiendo riesgos financieros y esta vez provienen de la economía real. Los balances corporativos se verán sustancialmente peor con el tiempo, especialmente en el caso de las pequeñas y medianas empresas. En el primer semestre de 2020, la brecha entre el endeudamiento y el ahorro corporativo aumentó a picos sin precedentes, alcanzando más de 10 billones de yuanes. Resolverlo llevaría al menos uno o dos años en circunstancias normales. Si los flujos de caja se mantienen deprimidos durante un período prolongado, aumentarán los riesgos de deuda morosa, especialmente en los sectores del transporte, del turismo y de la restauración. Ese tipo de deudas plantearán amenazas importantes para las instituciones financieras en la medida que se deteriore la calidad de los activos bancarios (y, por lo tanto, las carteras de préstamos).
Todo el sistema financiero doméstico necesita volverse más competitivo
Afortunadamente, aunque las medidas de recuperación de corto plazo del gobierno han desacelerado el progreso de las reformas de más largo plazo, su ola de gastos post-pandemia es más selectiva que la última vez, y por lo tanto es improbable que alimente otra burbuja de crédito. Entre las características más notables de este paquete es su énfasis en inversiones en innovación. En aras de construir "nueva infraestructura", el gobierno está redirigiendo recursos de proyectos tradicionales a centros de datos, aplicaciones de inteligencia artificial y estaciones de carga de vehículos eléctricos, aumentando la inversión en fabricación y servicios de alta tecnología casi un 10% en el transcurso del año.
Esto sugiere que deberíamos esperar un compromiso continuo con la apertura de la economía, particularmente en servicios financieros. Los responsables de las políticas chinos reconocen que el sistema financiero doméstico necesita volverse más competitivo y estar más estrechamente integrado con las instituciones y corporaciones occidentales en medio de las crecientes tensiones geopolíticas.
Finalmente, la reciente decisión de China de prescindir de una meta de crecimiento nacional es un avance positivo. Con menos presión sobre los gobiernos locales para generar cifras de PIB elevadas, pueden centrarse en cambio en fomentar el empleo, mejorar la calidad de vida, fortalecer la seguridad de los alimentos y de la energía y crear oportunidades para las pequeñas y medianas empresas.
China es una década más sabia que cuando se topó con su primer desafío económico importante de la era de "reforma y apertura" post-1978. Al haber madurado y al haberse vuelto más paciente, es menos impetuosa respecto de alcanzar ganancias de corto plazo, y más propensa a crear oportunidades para su pueblo en el largo plazo. La recuperación puede ser lenta, pero seguirá un camino que es más allanado y más seguro que la ruta que se tomó la última vez.