Opinión

No todo ha sido un desastre

El empecinamiento del Gobierno con Isabel Díaz Ayuso llevó al cierre de Madrid, según el autor

Mi amigo Ángel Guerrero, funcionario de alto nivel en el Ayuntamiento de Madrid, se planteaba no hace mucho, ante la absurda reflexión suscitada en Madrid por el Ministro de Sanidad, las siguientes preguntas:

"¿Qué es mejor para evitar los contagios en una enfermedad como ésta? ¿Confinar una ciudad entera de un número elevado de habitantes, por ejemplo un millón, o hacerlo por áreas más pequeñas y bien delimitadas, por ejemplo de cien mil habitantes cada una?

Y llegaba a la siguiente conclusión lógica: Si inicialmente existen diferencias importantes de contagios entre unas áreas y otras, por ejemplo, 500 casos por cada 100.000 habitantes en unas y de 200 casos en otras, es más efectivo, desde un planteamiento estrictamente técnico, hacerlo por áreas y no para todo el conjunto. Hay que tener presente, a estos efectos, que los seres humanos constituimos un sistema abierto que intercambia energía y materia con su entorno siguiendo las leyes físicas y en particular las de la termodinámica.

Es evidente que si no se establecen restricciones internas por áreas dentro de la ciudad al cabo de un tiempo suficientemente amplio la evolución de los contagios terminará siendo uniforme para todo el conjunto, es decir, se expandirá desde las áreas más afectadas hacia las menos afectadas hasta igualarse a aquellas. El Ministerio de Sanidad, en su empecinamiento contra la presidenta de la Comunidad madrileña, hizo exactamente lo contrario. Cerró la Villa de Madrid pero dejó dentro de ella la libre circulación, de suerte que, por ejemplo, los habitantes de Puente de Vallecas con altas tasas de contaminación pudieran infectar a quienes vivían en el Centro.

Se ha dicho –y con algo de razón- que tenemos un sistema de Salud Pública infradotado e incapacidad para desarrollar nuevas medidas estratégicas (diagnóstico, rastreo, refuerzo de los servicios de atención primaria…), a lo cual se unió una desescalada repentina sin indicadores que pudieran acompasar la respuesta. Faltó también liderazgo científico y coordinación entre administraciones, et., etc. De modo que resulta imposible no sentir frustración al repasar semejante lista de tiros en el pie.

El epidemiólogo Miguel Hernán rebajaba hace poco ese pesimismo escribiendo que "algo se ha hecho bien". Es el caso de los análisis de seroprevalencia, pues gracias a ellos se puede cuantificar la distribución de la infección por grupos de edad y el porcentaje de personas con anticuerpos que nunca tuvieron síntomas (aproximadamente un tercio). Los resultados del estudio de seroprevalencia se han usado también para calcular el riesgo de mortalidad por grupos de edad y sexo.

¿Y cómo fue posible ese éxito? Según el científico citado, la respuesta está contenida en una sola palabra: colaboración.

Sanidad confinó Madrid por su empecinamiento contra la presidenta de la Comunidad

"El diseño y puesta en marcha del estudio fue el resultado de la estrecha colaboración de expertos en Epidemiología, Microbiología, Medicina, Informática, Estadística, Gestión e Ingeniería. También es fruto de la colaboración estrecha de las Consejerías de Salud con el Ministerio de Sanidad y el Instituto Nacional de Estadística, todos coordinados por el Instituto de Salud Carlos III".

Por lo tanto –concluye Hernán- "el estudio nacional de seroprevalencia no es el éxito de nadie, es el éxito de todos. Un alarde de buena organización y de visión estratégica que debería ser un modelo para el futuro".

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