
En los últimos días, las declaraciones en favor de nuevas fusiones en el sector bancario europeo, en particular en nuestro país, resurge con plena fuerza. Desde el BCE al Banco de España, pasando por la AEB, se han escuchado (con diferentes matices) alegatos sobre la conveniencia de estas operaciones.
Lejos de tratarse de un debate exótico o novedoso, lo cierto es que entronca con un muy arraigado problema de la banca que la crisis sólo ha empeorado. Hace años que la rentabilidad media de las entidades sobre recursos propios se sitúa por debajo del 10%. En España, al cierre del primer semestre de 2020 ese nivel pasó del 7,1% al 3,9%. Es más, existen ya cuatro entidades en nuestro país cuyo retorno sobre recursos propios ni siquiera alcanza los tres puntos porcentuales. Así se presenta la situación en un periodo de tiempo, los seis primeros meses de este año, en el que la crisis sólo dejó ver una parte de sus perjuicios potenciales. Resulta muy difícil esperar mejoras en la segunda mitad del ejercicio, cuando todo apunta que se acumularán la mayor parte de las quiebras y de los créditos impagados. Resulta también ser optimista a más largo plazo ante la certeza de que los grandes impulsores de la rentabilidad bancaria, los tipos de interés, seguirán anulados en Europa quizá hasta 2022. Es por ello posible que los retornos de las entidades se vuelvan incluso negativos el año próximo. Se trata de una situación límite que ya no se puede abordar únicamente con más recortes de gasto y ajustes de plantilla y redes.
La crisis amenaza con llevar los ya bajos registros de rentabilidad de las entidades a niveles negativos en el próximo ejercicio
La necesidad de crear grupos de mayor tamaño, capaces de generar sinergias y más ahorros, aboca al sector, en el inmediato futuro, a plantearse nuevas operaciones corporativas.