Opinión

Turismo e invasión

  • Es momento de que los países del sur de Europa nos replanteemos nuestros modelos turísticos
  • Se ha perdido por completo la curiosidad características de los viajeros del XVII y XVIII
La ciudad de Venecia es una de las que más sufren la masificación del turismo.

Soy consciente de lo mal que lo están pasando tanto los empresarios como los asalariados de los servicios dedicados al ocio, la gastronomía, el hospedaje, el transporte -sobre todo el aeronáutico y los grandes cruceros- y, en general, todo el sector llamado turístico, que también da servicio a los españoles que se toman vacaciones.

Soy consciente y solidario con todos ellos, pero países como los del sur de Europa (Grecia, Italia, Francia, España, Portugal), todos pertenecientes a la UE, deberían aprovechar la crisis para replantearse todo el entramado turístico porque con frecuencia éste se convierte en una invasión difícil de soportar.

Y es que el turista típico se parece al antiguo viajero como Byron a un japonés que visita Grecia con su máquina de fotos al cuello. Esa transformación se ha producido durante los últimos tres o cuatro decenios, cuando el viaje fue poco a poco sustituido por un trayecto primorosamente prefijado por las agencias turísticas y las maravillas de internet.

Durante los siglos XVIII y XIX se produjo una auténtica avalancha de literatura viajera. De esa época existen catalogados más de ochocientas publicaciones dedicadas en todo o en parte a la Villa de Madrid. Resulta muy interesante volver sobre esa literatura para observar aquella realidad nuestra desde otros ojos, los de los viajeros, y también reírnos de los disparates que tipos como Casanova escribieron sobre los madrileños. El mejor de todos fue, sin duda, George Borrow, llamado también "Jorgito el inglés", un inteligentísimo vendedor de biblias protestantes que escribió con afecto y buen tino sobre los españoles de su época.

Turistas sin ninguna curiosidad

El profesor Gabriel Albiac escribió hace pocos días acerca de este asunto del turismo lo que sigue: "Cuando una horda de turistas desembarca en Venecia, no busca conocer nada. Ya lo sabe todo: lo que va a encontrar y su valorativa jerarquía. Está exento de la laboriosa tarea que es conocer un mundo distinto. Lo reconoce, en cambio. Y ese reconocimiento es puntilloso hasta lo obsesivo. El turista es una máquina de hacer fotos que reproduzcan, con exactitud maniática, las fotos que le han sido impuestas como imprescindibles. […] El selfie es el monumento a la perfecta descerebración humana. Y a la abolición del viaje. Nadie ve ya: eso carece de importancia. Hay que fotografiar, fotografiarse. Lo demás es hojarasca".

Cuando uno de esos gigantescos cruceros entra en los puertos cercanos a Venecia el agua de los canales sube y la ciudad se ve invadida de turistas, hasta tal punto que en el centro de la hermosa urbe (plaza de San Marcos y alrededores) los venecianos no pueden pasear. Y este despropósito no es el único.

Todo en la vida social ha de tener límites y el turismo también. Por ejemplo, el turismo de maleta de ruedas y escaso dinero en el bolsillo ha convertido el centro de Madrid en un hervidero en torno a los pisos turísticos, de los cuales se han visto obligados a salir sus anteriores inquilinos. Por otro lado, el uso masivo de aviones ha convertido a los aeropuertos y a las mismas aeronaves en auténticas torturas que sólo pueden soportar los forofos, generalmente jóvenes que consideran que si no has viajado a Malasia antes de cumplir los veintitrés años eres un pueblerino sin futuro.

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