
Decía Jean Monet, uno de los padres fundadores de Europa que: "Europa se forjará en crisis, y será el resultado de la suma de las decisiones adoptadas para esas crisis". Siempre ha sido así. La Unión se ha construido en reuniones maratonianas hasta altas horas de la madrugada, cuando los líderes europeos se enfrentaban a la disyuntiva de no acordar y destruir el proyecto común, o, por el contrario, buscar una solución europea a una crisis que afectaba a todos. Para vencer el interés particular de cada Estado miembro, debe existir una fuerza externa poderosa que, en medio del conflicto de intereses nacionales que es Bruselas, haga surgir la solidaridad de la Unión. Y ello, no sólo por idealismo, sino, en gran medida, por el pragmatismo al que lleva la conclusión irremediable de que la única solución posible es común.
Simplificando, en la Unión hay tres grandes grupos de países. Por un lado, los del sur: pertenecen a la Zona Euro, se están viendo más afectados por la crisis de la Covid, se enfrentan a una recuperación más complicada por su propia estructura económica y, sin embargo, su grado de cumplimiento fiscal no ha sido óptimo. Por otro lado, los países del Norte: la mayoría también pertenecen al Euro, la incidencia de la crisis ha sido, en general, menor, son países fundamentalmente industriales lo que, en principio, hace más fácil la recuperación y, además, disponen de un sólido margen fiscal. Por último, los países del Este: en su mayoría están fuera de la Zona Euro, el impacto de la crisis ha sido relativamente más suave y su principal objetivo es la convergencia en renta con el resto de la Unión para lo que precisan fondos estructurales.
El esfuerzo de la UE no debe servir para que los gobiernos aplacen las reformas necesarias
Es en este contexto, en el que ha tenido lugar la negociación de cómo dar la mejor respuesta a la crisis. Simplificando de nuevo, las posiciones de partida de cada uno de los bloques era la siguiente. El sur exigía un cierto apoyo fiscal de los países más ricos bajo el argumento, correcto, de que, en una Unión Monetaria, en la que no es posible devaluar y la movilidad de trabajadores es limitada, es preciso una cierta compensación fiscal cuando la Zona se somete a un choque de naturaleza asimétrica. El norte, por su parte, consideraba que, si se hubieran cumplido las reglas del Pacto de Estabilidad, los países del sur tendrían margen fiscal para absorber una parte importante de la crisis, y desconfiaban de que las transferencias que reciban se utilicen adecuadamente para impulsar el crecimiento a largo plazo y solventar los problemas estructurales de las economías del sur. El este, por su parte, fuera de los problemas de la Unión Monetaria, tenía como objetivo fundamental que los problemas internos de la Zona Euro no terminaran disminuyendo la cuantía de los fondos estructurales.
Todos llevan algo de razón y, por ello, el acuerdo sólo era posible si era liderado por países grandes y moderados en sus posturas. La supervivencia de la Zona Euro requiere que ante un choque asimétrico de esta naturaleza exista una respuesta fiscal que redistribuya desde las áreas menos afectadas a las más afectadas. De no hacerse así, una crisis de deuda se podía llevar por delante al euro. Pero este esfuerzo no puede servir para que los gobiernos de economías más débiles aplacen las reformas necesarias y desincentive la responsabilidad fiscal. Además, esto debe hacerse sin que se afecte a las transferencias para converger que se realizan al Este de Europa, como en su momento se hizo con los países del sur de Europa.
El papel de Alemania para preservar la Unión ha sido fundamental
Por si la situación no fuera suficientemente compleja, la salida del Reino Unido disminuía recursos a la Unión y demás creaba un mal precedente para la continuidad del proyecto común.
En este contexto, una vez más el motor franco-alemán consiguió cuadrar el círculo. Ante un verdadero desafío a la supervivencia de la Unión, un país grande y moderado del Norte, Alemania, y un país grande y moderado, con muchas características del sur, Francia, llegaron a una solución de compromiso que salva el proyecto europeo de la única forma que es posible hacerlo, creando más Europa.
Por una parte, se crea de forma extraordinaria un mecanismo de compensación fiscal ante choques asimétricos, la Facilidad de Recuperación y Resiliencia. En segundo lugar, se financia con deuda europea, es decir se crea un embrión de eurobono que el futuro puede dar lugar a la creación de un Tesoro europeo. Se aumenta la política de cohesión para soportar al sur de Europa y a su vez mantener la convergencia del este. Se incrementa en un 12% el presupuesto ordinario a largo plazo de la Unión en términos homogéneos, es decir una vez tenida en cuenta la salida del Reino Unido de la Unión, y se preservan más del 90% de los fondos destinados a la Política Agraria Común (PAC).
Y ¿en qué se ha cedido para alcanzar el acuerdo? Todos han puesto de su parte y todos han ganado algo. Pero, sin duda, Alemania ha hecho un esfuerzo especial para preservar la Unión, algo que era esencial para Alemania y su papel en el mundo. Pese a haberse opuesto durante años al eurobono, ha aceptado que la Unión emita deuda pública garantizada por todos los Estados miembros. También ha asumido como necesaria la suspensión temporal de las reglas del Pacto de Estabilidad y Crecimiento, a pesar de que éste había sido su condición para crear la Unión Monetaria. También ha aceptado un incremento del Presupuesto europeo, pese a ser el principal contribuyente. Y, por último, ha renunciado a un incremento mayor en las políticas de defensa y migración que eran las dos en las que tenía un mayor interés; y lo ha hecho para aumentar el margen existente en PAC y Cohesión.
Sin el liderazgo de Alemania, los denominados frugales, es decir Austria, Suecia, Dinamarca y Países Bajos (a los que, durante la negociación se sumó Finlandia), no pudieron bloquear lo esencial del acuerdo. Su principal ganancia ha sido mantener, incluso aumentar, sus cheques, es decir el descuento que obtienen a sus contribuciones al Presupuesto. Una vez el Reino Unido (inventor de los cheques) fuera de la Unión, se esperaba una eliminación gradual de todos ellos. Seguramente el mantenimiento de los cheques era el verdadero objetivo prioritario de estos países.
En definitiva, ante la magnitud de la crisis y el peligro de supervivencia para la Unión, la reacción de Europa ha sido la que tenía que ser: una política monetaria de apoyo ejecutada por el BCE y una política fiscal, por primera vez europea, que pone sobre la mesa el Consejo Europeo. Con esta reacción, Europa empieza a tener rasgos de un estado único en política económica. Una vez más, tenía razón Jean Monet: ante las crisis, al final resurge una cierta idea de Europa.