
El financiero estadounidense del siglo XIX J. P. Morgan dijo que "un hombre generalmente tiene dos buenas razones para hacer algo: la que suena bien y la real". Los argumentos esgrimidos por los expertos para negar el fuerte repunte de los mercados mundiales no parecen descabellados. La realidad, con todo, es que admitir su tendencia al alza significaría entonar el mea culpa, lo que se traduce en una defensa a ultranza de los datos que respaldan su prematuro pesimismo. En psicología esto se considera un tipo de "sesgo de confirmación" que activa el "pesimismo de la desconfianza", el cual, como expliqué el mes pasado, se identifica con el comienzo de los mercados alcistas. Los que se dejan llevar por este sentimiento adolecen de un costoso relato basado en un mero error de comportamiento.
Tras los tremendos desplomes en los últimos compases de los mercados bajistas, los maltrechos inversores pierden la perspectiva, se centran en las malas noticias e interpretan en clave negativa cualquier información ilusionante (como sucede ahora).
El pesimismo de la desconfianza les lleva a albergar unas expectativas tan catastróficas que casi cualquier evento impulsa los mercados y da pie a una nueva racha alcista. ¿Por qué se repite este comportamiento ciclo tras ciclo? ¿Por qué perdura cuando los mercados se revalorizan? La respuesta es sencilla: se debe al sesgo de confirmación, según el cual solo vemos lo que se corresponde con nuestras predicciones, al tiempo que ignoramos las evidencias que las contradicen. Ejemplo de ello es que la mayoría no puede evitar creerse más listo que los demás cuando un título de su cartera se dispara. En cambio, cuando cae, encuentra todo tipo de excusas ajenas. Esta idea, tan vieja como la vida misma, se resume en henchirse de orgullo y evitar el arrepentimiento.
El inversor debe imitar a la renta variable y mirar hacia un futuro lejano más boyante
En la actualidad, esta idea impide a los analistas aceptar que están errados desde finales de marzo. Al repunte bursátil en curso lo tachan de espejismo; entre otras señales para fundamentar tal afirmación, juzgan que el optimismo que generan los estímulos económicos que da alas a las cotizaciones será la antesala de una recaída. Se hacen excesivo eco de la volatilidad, como la de mediados de junio. Sostienen, asimismo, que el salto de la deuda pública lastrará las economías, en particular la española, o que no se tiene en cuenta una eventual segunda ola de Covid-19. "Seguro que la tendencia positiva no se mantiene", recelan. Cuanto más suben las acciones, más se enrocan en sus argumentos.
Siempre ocurre igual en el comienzo de un mercado alcista. En 2009, los mercados se pusieron por las nubes: "¡es la mejoría de la muerte!", clamaban los agoreros. Primero por la deflación, después por la inflación, más adelante porque los consumidores no gastaban y al final se habló de una "nueva normalidad" de menores rentabilidades. El sesgo de confirmación siguió presente en 2010 ante el aumento de los temores a una doble recesión en Europa, incluso antes de que estallara la crisis de deuda. También se alegó que el desempleo en España, entonces en el 20 % y al alza, frustraría el rebote. Para los escépticos, estos datos no solo servían para dar por finiquitado el mercado alcista, sino que, además, cuestionaban su propia existencia. Al doblar su apuesta, la equivocación también fue doble.
Las víctimas del sesgo de confirmación olvidan que los mercados no se atienen al presente, sino que suelen mirar a un futuro comprendido entre los próximos 3 a 30 meses. Una vez que, como ahora, la contracción económica ha golpeado y reina el pesimismo, anticipan un porvenir más halagüeño poniendo el foco aún más en el lapso temporal mencionado. Todos los riesgos se analizan y se descuentan en las cotizaciones, con lo cual no pueden desencadenar más batacazos. Para ello, harían falta nuevas complicaciones, grandes e inesperadas. Es tal la cobertura que se da a los posibles peligros que dudo que quede alguna hipótesis todavía por descontar, incluidos los rebrotes del coronavirus.
Harían falta graves e inesperadas complicaciones para frenar el sesgo positivo en bolsa
Sin otro cataclismo, este repunte bursátil será calcado al del primer tramo de todos los mercados alcistas, así que la volatilidad a corto plazo está asegurada. Las recuperaciones siempre presentan un desempeño irregular y ponen a prueba la fe de los inversores y se quitan de en medio a los indecisos. Sin embargo, no creo que volvamos a ver otra contracción como la de marzo (sería un hecho históricamente inaudito). El índice S&P 500 de Estados Unidos se desplomó un 34 % (en USD) entre el 19 de febrero y el 23 de marzo. Antes del episodio de volatilidad de mediados de junio, ya había recuperado más del 75 % de esa pérdida. Desde 1928, sólo dos mercados bajistas o correcciones registraron un repunte significativo para, a continuación, deprimirse hasta volver a mínimos históricos: en 1957 y en 2000.
En ambos casos, las revalorizaciones fueron menos significativas que las registradas en 2020. En 1957, la renta variable cedió un 14,8 %, recuperando nueve décimas del retroceso antes de adentrarse en territorio bajista. En 2000, la devaluación fue de apenas un 11,2 %, reparada casi completamente con anterioridad a la irrupción del mercado bajista de 2002, que se hizo esperar. Tampoco aquella se parecía en nada a la situación actual. Los que se refieren a esta recuperación como una finta prevén un futuro inaudito. No significa que sea imposible, sino poco probable.
En marzo dije que este mercado bajista había irrumpido sin avisar y que terminaría igual. Esta es una de las pocas certezas con las que contamos hoy. Si hasta ahora se ha perdido este repunte, no agrave su error: imite a los mercados y apunte hacia un futuro lejano más boyante.