
Semanas de manifestaciones masivas a nivel nacional contra la violencia policial y los prejuicios raciales han despertado la preocupación por una segunda ola de infecciones por Covid-19 en EEUU. Es difícil participar en una manifestación de compensible enfado por el asesinato de George Floyd a manos de la policía de Minneapolis y permanecer a dos metros de distancia de compañeros de protesta. Y el uso de máscaras no es universal entre los manifestantes, al igual que entre la población general de EEUU. Esto no es un buen augurio para la salud pública o la economía.
Pero aunque se ha señalado ampliamente que la agitación social que se está desarrollando tras la muerte de Floyd puede empeorar la ya aguda crisis de Covid-19, la conexión que va en la otra dirección - desde la pandemia hasta las manifestaciones - ha recibido mucha menos atención. Sin disminuir ni por un momento el horror de la muerte de Floyd, la pregunta es: ¿por qué ahora?
Después de todo, antes de Floyd, se produjo el asesinato policial de Michael Brown en Ferguson, Missouri, en agosto de 2014. El mes anterior, otro suceso semejante afectó a Eric Garner en la ciudad de Nueva York, que murió asfixiado en otra redada policial, a pesar de suplicar, como Floyd, diciendo "No puedo respirar". En un reciente programa de la Radio Pública Nacional se publicaron los nombres de casi 100 afroamericanos que murieron bajo custodia policial en los últimos seis años.
Una explicación de por qué el asesinato de Floyd desencadenó un levantamiento nacional es que una grabación especialmente impactante se extendió rápidamente por las redes sociales y los medios de comunicación tradicionales. Pero esta respuesta sólo satisfará a aquellos que han olvidado la igualmente horrorosa grabación del asesinato de Garner.
La situación que enfrentan los afroamericanos con la pandemia es ya insoportable
Una explicación más convincente debe incluir la pandemia. No es casualidad que los afroamericanos trabajen desproporcionadamente en el sector de los servicios, aquél donde el empleo ha sido diezmado. No es casualidad que la proporción de la población estadounidense no anciana que carece de seguro médico sea 1,5 veces mayor entre los negros que entre los blancos. Y no es incidental que la tasa de mortalidad de Covid-19 sea 2,4 veces más alta entre los americanos negros que entre los blancos. Incluso sin más imágenes de brutalidad policial, la situación que enfrentan muchos afroamericanos, desproporcionadamente afectados por la pandemia, ya se está acercando a lo insoportable.
Esto se debe a la precaria red de seguridad social de EEUU. Las prestaciones del seguro de desempleo suelen limitarse a 26 semanas en ese país. Ciertos estados del Sur proporcionan menos. De hecho, algunos, como Florida, han diseñado intencionadamente sus burocracias para hacer que solicitar los beneficios de desempleo sea lo más difícil posible.
Otros Estados, también principalmente en el Sur, no han extendido la elegibilidad para Medicaid a las personas de bajos ingresos, como lo permite la Ley de Atención Asequible. Asimismo, el líder de la mayoría del Senado Mitch McConnell (del estado sureño de Kentucky) está liderando la lucha contra otra ronda de apoyo de emergencia relacionada con la pandemia para los pobres y los desempleados.
Obsérvese el patrón regional. La explicación dominante, desarrollada en parte por el fallecido economista Alberto Alesina, de la falta de un Estado del Bienestar social en EEUU según el modelo europeo es una historia relacionada con el racismo. Alesina demostró que la raza es el factor que influye más decisivamente en el apoyo o rechazo al Estado del Bienestar en EEUU, y que los opositores a este modelo han utilizado durante mucho tiempo la retórica basada en la raza para movilizar a sus partidarios.
Los países que tienen un Estado de Bienestar corren menos riesgos de sufrir una explosión social
Alesina también demostró que las políticas redistributivas que benefician desproporcionadamente a los miembros de las minorías son poco atractivas para los miembros de la mayoría, que carecen de un sentido de solidaridad con los pobres. El Sur es donde esta división es más profunda.
Algunos cuestionarán un argumento que vincula los problemas sociales del siglo XXI con esta "historia antigua". Pero los investigadores han demostrado que los condados de EEUU con más segregación entre 1882 y 1930 tienen hoy en día más desigualdad entre blancos y negros y tasas de mortalidad más altas.
La diferencia en las tasas de mortalidad refleja no sólo la pobreza y la desigualdad, sino también la falta de confianza en el sistema de salud pública por parte de los hombres afroamericanos. En el caso de los hombres afroamericanos de edad avanzada, en particular, las tasas de mortalidad se han visto afectadas por la revelación en 1972 del experimento patológico realizado por el Servicio de Salud Pública de los Estados Unidos en Tuskegee (Alabama). Desde 1932, unos 400 hombres afroamericanos que padecían sífilis habían quedado sin tratamiento, supuestamente en nombre de la ciencia médica.
Los países con historias diferentes a la de EEUU tienen Estados del Bienestar propiamente dichos. Por esta razón, corren menos riesgo, al parecer, de una explosión social. Así argumentaba el vicepresidente de la Comisión Europea, Margaritis Schinas, en junio pasado.
La afirmación de Schinas, por supuesto, pasa por alto los agravios raciales en Europa, como en las banlieues de Francia. Ignora la hostilidad generalizada hacia los inmigrantes y refugiados, especialmente los de África. "No importa", Schinas presumiblemente replicaría. "El Estado del Bienestar fue creado antes de que la inmigración se convirtiera en un tema importante en Europa. Es un hecho. No va a desaparecer", podría argumentar.
Pero recuerden el caso británico. En 1942, llegó el Informe Beveridge, el documento fundacional sobre el que se erigió el Estado del Bienestar de ese país. Pero luego vinieron sucesivas olas de inmigración desde el Caribe y el sur de Asia, que crearon inestabilidad. Y luego vino Margaret Thatcher, quien impuso importante restricciones a ese mismo Estado del Bienestar.
Europa puede hacerlo mejor pero está por demostrarse.