
En vísperas de abandonar el estado de alarma y recuperar la movilidad en todo el Estado, entre determinados dirigentes autonómicos y locales y entre algunos ignorantes y fanáticos de esos territorios se ha despertado un nuevo virus en forma de madrileñofobia, que en este caso afecta directamente al entendimiento y la razón de quién lo transmite y se contagia. Una especia de racismo o xenofobia emanado intencionadamente por resentidos y arribistas y propagado por necios y serviles.
Unos, los primeros, porque incitan y aprovechan la campaña contra el Ejecutivo de Madrid, promovidas por el Gobierno socialpopulista del Estado mediante la que pretende camuflar con mentiras su desastrosa gestión de la pandemia y sus responsabilidades en las decenas de miles de fallecimientos. Además de que, como han demostrado con la marginación al gobierno de Díaz Ayuso durante el "sorteo" de las fases, no perdonan a los madrileños que le releguen a la oposición permanente en la Comunidad y les hayan expulsado del Ayuntamiento de la capital a la que Manuela Carmena y sus mariachis habían convertido "en el mayor desastre conocido jamás", en palabras del socialista Antonio Carmona.
Y otros porque en lugar de cerrar filas con los correligionarios propios, se dedican desde sus tribunas regionales a hacer el juego a los contrarios, cacareando las soflamas populistas y sus falsedades, y que, como el protagonista de esa Conjura de los Necios de John Kennedy, se sumerge en las mismas aguas turbulentas que tanto detesta.
La hegemonía del centroderecha en Madrid es consecuencia de unas políticas económicas, sociales y fiscal que han situado a la comunidad a la cabeza de España en PIB, poder adquisitivo, creación de empleo y atracción de inversiones
Lo que no entienden estos sofistas de la sinrazón es que la hegemonía del centroderecha en Madrid es consecuencia, no de un posicionamiento ideológico, sino del mérito de unas políticas económicas, sociales y fiscal que han situado a Madrid a la cabeza de España en PIB – en 2019 creció un 3 por ciento, un punto por encima de la media nacional-; en poder adquisitivo - 18.262 euros por persona, casi cuatro mil euros por encima de la media-; creación de empleo - Madrid lideró en 2019 el número de afiliaciones en alta a la Seguridad Social tanto en términos absolutos como relativos, sumando 93.976 nuevos trabajadores- y en atracción de inversiones.
Estos son cifras, que como el algodón no engañan, y que provocan reacciones tan sectarias y antidemocráticas como la de ese José Manuel Franco Pardo -ojo a los apellidos-, a la sazón delegado del Gobierno en Madrid, que en una reciente videoconferencia con militantes socialistas les arengaba a "acosar" al gobierno de Isabel Diaz Ayuso y a "retorcer el asunto de las residencias". Asunto este, por cierto, en el que Madrid es la comunidad con menos muertes en residencias de ancianos después de Canarias, sólo un 32 por ciento, frente al 85 por ciento de Aragón y Extremadura, el 77 por ciento de Cantabria y Castilla y León o el 63 por ciento de Navarra. Como dice el refranero popular, la mentira tiene las patas muy cortas.
Madrid es la comunidad con menos muertes en residencias de ancianos después de Canarias, sólo un 32 por ciento, frente al 85 por ciento de Aragón y Extremadura o el 77 por ciento de Cantabria y Castilla y León
Si Madrid ha sido la comunidad que ha sufrido el mayor número de fallecidos y contagios por el COVID, no es por negligencia o mal gobierno, sino porque concentra el mayor núcleo poblacional de España y es el mayor centro de tránsito de viajeros nacionales e internacionales por vía aérea, ferrocarril o carretera. Porque Madrid es, además una comunidad y una capital abierta, que acoge a todas las que a allí llegan o se asientan, sin importar el origen, sexo, razón o condición. Una gran capital europea y la antítesis del paletismo y de ese nacionalismo rancio y trasnochado o esa madrileñofobia que infecta a otros lugares de esta España nuestra.
Territorios que, por cierto, engordan sus economías con el dinero que allí se dejan los madrileños en estancias, compras inversiones o restauración, y que pueden empezar a tentarse la ropa no vaya a ser que, ahora, los madrileños opten por gastarse sus dineros en su propia comunidad, que atractivos culturales, históricos, paisajísticos, de ocio y gastronómicos tiene sobrados e internacionalmente celebrados.