
Todo es relativo: frente a muertos que se cuentan por decenas de miles, los datos del paro y de caída del PIB se relativizan. Y por la misma regla de tres, la caída de la productividad y el aumento de los costes laborales unitarios parece un tema menor. Y por supuesto que es comparativamente menor, pero que, según los datos del INE, toda la caída del PIB en el primer trimestre se la hayan llevado los excedentes empresariales y las rentas mixtas, cayendo más de un 9% es preocupante y simplemente insostenible. Parte de la caída del PIB, que se ha intensificado en el segundo trimestre, se acabará trasladando a las rentas salariales, bien vía menores salarios, vía despidos, o bien vía cierre de empresas. Además, tenemos el efecto de todo esto en la recaudación de impuestos, que se resentirá aún más, pero de eso hablaremos otro día.
Sin embargo, el efecto económico más duradero podría no ser un paréntesis en el crecimiento económico que hay que financiar, sino una pérdida mucho más prolongada de la productividad general de las economías. Ahora bien, al igual que el primer efecto ya está aquí, la congelación económica, la pérdida de productividad acabará dependiendo, entre otros factores, del tiempo que tengamos que convivir con el virus, de la efectividad de los futuros tratamientos, y de que haya o no, mutaciones del virus en el futuro. De momento, en el primer trimestre, la productividad por puesto de trabajo equivalente a tiempo completo caía un 3,6% en términos interanuales, y solo con 15 días de confinamiento, que incluso no fue total.
El coste de prolongar las restricciones será mayor que el del confinamiento
Esto hace que la crisis a la que nos enfrentaremos sea completamente distinta de todo lo anterior. En los últimos 250 años, desde la primera revolución industrial, la productividad de los factores económicos se ha ido incrementando con el desarrollo tecnológico. Ahora, por primera vez, la productividad de los factores se reduce, no sólo en España, sino en todo el mundo, y esto es un salto hacia atrás desconocido.
Usted se puede preguntar, con razón, si esto no cambiará cuando el tráfico y la movilidad se vayan normalizando. Por supuesto, todo esto se irá normalizando, pero no volveremos a la situación de partida. Por ejemplo, si hay que mantener distancias de seguridad en los aviones, entonces cada avión podrá llevar menos pasajeros. Esto hará que haya menos vuelos y estos sean más caros. Y el efecto práctico en el sector servicios será muchísimo mayor. Si los bares o las tiendas tienen menos aforo, el coste del servicio y la distribución aumentará. Al final, acabamos, de nuevo, en una menor productividad, tanto del capital invertido en la tienda o en un bar, como del personal empleado. Y las diversas medidas no van todas en la misma dirección. Por ejemplo, mientras la Comisión Europea cree que basta con las mascarillas en los aviones, España procede a una cuarentena de todos los viajeros del extranjero, que previsiblemente terminará en poco tiempo, a la que Francia responde en represalia…
El nacionalismo y el populismo no pueden solucionar una amenaza que es común a todos
¿Cuál es el resultado de todo este proceso? Empobrecimiento general y menor retribución a todos los factores productivos. Esto puede aliviarse con buenas medidas de política sanitaria y económica, pero la tendencia está ahí. Lo peor es que, si las restricciones se van prolongando, todo esto tendría un efecto duradero. Aunque no lo parezca, el coste indirecto de la pandemia puede superar el coste directo de la "gran reclusión".
Esto quiere decir, que, por el contrario, la rentabilidad de la lucha contra el virus es, incluso mayor que la que se creía. Por caro que nos pueda parecer hacer test masivos, así como el trazado de los contactos, hacerlos sería más barato que mantener restricciones de forma casi indefinida. Dados los resultados de los test de seroprevalencia, no sólo en España sino en todo el mundo, de lo que podemos estar seguros es que, desgraciadamente, el virus no va a pasar ni va a desaparecer solo, al menos sin dejar mucha más destrucción y muerte.
Por supuesto, el mayor tesoro que podría encontrar la humanidad en estos momentos es una vacuna contra el virus. Y nuevamente, sea cual sea el coste de distribución de cualquier futura vacuna, merece la pena distribuirla en el mundo entero, aunque solo fuese por razones económicas. Hasta que esto ocurra, obviamente, las mejoras en el tratamiento son vitales. Y todo esto pasa por información e investigación.
La cooperación internacional en este ámbito es esencial, por muchas razones, pero también para minimizar este salto hacia atrás de la economía mundial. Por ejemplo, creer que los contagios a prevenir son los de otros países cuando ya tenemos el virus en casi todo el mundo, ya no tiene sentido. Al menos, no lo tiene en las partes del mundo, incluida España, que ya hemos sufrido el azote del primer brote. Y puestos a intentar controlar, un test obligatorio a un turista es más barato y efectivo que una cuarentena forzosa a todos los viajeros, a veces incontrolable y siempre más costosa directa e indirectamente. El nacionalismo y el populismo no son la solución, y mucho menos cuando nos enfrentamos a un problema y a una amenaza común, el coronavirus, de cuya eliminación nos beneficiaríamos todos.
En general, la economía del siglo XXI se estaba caracterizando por la concentración de factores productivos y el crecimiento de las ciudades. La epidemia originada por el Covid nos conduce directamente en dirección contraria: a un mayor aislamiento y distanciamiento social, encareciendo y dificultando la movilidad de las personas. Las epidemias de la antigüedad llevaron a dispersar la población. En 2020 el shock ha sido brutal, pero que el mundo cambie dependerá de la duración de la pandemia, de rebrotes que atemoricen aún más la demanda de servicios, y de unas restricciones, de las que todos no quejamos, pero que no queda más remedio que asumir. Si estas restricciones no se hacen de forma inteligente la productividad general de la economía se resentirá aún más. Si las restricciones no son efectivas, costarán demasiadas vidas. Y todo esto se complica porque una caída significativa y permanente del crecimiento económico, originada por una caída general de la productividad también acaba costando vidas, y no solo calidad de vida, de un modo u otro.
Desgraciadamente, esta vez es distinto. Una crisis sanitaria y posteriormente de productividad general no es una crisis financiera de oferta y de demanda: es algo mucho peor. En consecuencia, las políticas de demanda, e incluso, las reformas estructurales solo servirán de puente. Para volver a la situación parecida a la anterior solo cabe mejorar la productividad general. A corto y medio plazo, esto pasa por vencer definitivamente al virus. Sin salud, no hay economía. Y en una pandemia la salud de cualquier persona acaba afectando a todas las demás.