
El PSOE puso demasiadas cosas en juego el pasado miércoles con su acuerdo para enviar a la papelera de reciclaje las disposiciones que regulan el mercado laboral. Lo hizo por los cinco votos de EH Bildu, que ni siquiera eran a favor de su posición sino que se quedaban en la abstención. Y lo hizo por si acaso, ante la posibilidad de que sus peticiones de voto a otros grupos como Ciudadanos no fueran atendidas con un voto favorable a la prórroga del estado de alarma. Durante tres horas, las que transcurrieron desde el comunicado firmado por Adriana Lastra, Pablo Echenique y Mertxe Aizpurua, hasta que se difundió la provisional rectificación, los españoles se dieron cuenta de que las decisiones sobre el empleo estaban en manos de unas siglas herederas del brazo político de una organización terrorista que asesinó sin piedad durante cuatro décadas a cientos de trabajadores españoles.
No fue mucho mejor lo que vino en las horas posteriores. Un cúmulo de desmentidos y rectificaciones entre unos y otros protagonistas del pacto tripartito, ante el estupor general de los ciudadanos confinados, y alguna ofensa más. Otegui tuiteó que su partido es decisivo y mejora la vida de la gente, enviando además un caluroso saludo a la clase trabajadora "del Estado español". En esa clase social incluyó, suponemos, a viudas, huérfanos, padres y madres que no pueden tener cerca a sus hijos trabajadores. Y el pacto de los cinco engaños siguió abriéndose camino entre titulares, declaraciones, documentos y crónicas susurradas al oído para intentar explicar a la opinión pública cómo se puede mercadear con la legislación laboral para conseguir el apoyo a una medida sobre salud pública. Y cómo se puede elegir para ese pacto al socio que estampó su firma en el ángulo inferior derecho entre los abajofirmantes.
Cuesta trabajo discernir quién fue realmente el más engañado por esta situación lamentable. Pero hay al menos cinco actores que han quedado colgados de la brocha preguntándose por dónde les han colado el gol, o en cuál de los tres cubiletes se escondía la bolita negra.
Ciudadanos. El nuevo partido bisagra que ha pecado de buena fe, aunque en su haber hay que colocar la búsqueda del interés general por encima de sus intereses partidistas. Cabe preguntarse si habría votado en el bloque del gobierno en caso de conocer ese acuerdo entre socialistas y morados con Bildu. Es la segunda vez que el gobierno le oculta información, la anterior tras una conversación entre Sánchez y Arrimadas en la que evitó informarle de la intención de ampliar por un mes el estado de alarma.
PNV. La formación jetzale queda advertida del valor que da el gobierno a su apoyo. A menos de dos meses para las elecciones autonómicas, su adversario electoral nacionalista-independentista recibe un balón de oxígeno inesperado, por mucho que después del 12 de julio puedan entenderse en aras de un objetivo común. Ahora su presidente Ortúzar avisa al presidente de que la legislatura es imposible en los mismos términos en que comenzó. Algo tarde se ha dado cuenta.
CEOE. La patronal ha visto cómo el acuerdo suscrito la semana pasada con sindicatos y gobierno para extender los ERTE hasta finales de junio queda disminuido sólo unos días después de la foto de Moncloa. Nadie duda de su aplicación práctica, pero sí de lo que significaba de manera simbólica, un crucial entendimiento entre los agentes sociales en pleno cataclismo de la actividad económica. Antonio Garamendi ha sido de los más duros al valorar las intenciones, con freno y marcha atrás, de Sánchez. Las medidas que conforman la legislación conocida como "reforma laboral" de 2012 han permitido muchas cosas en España: la creación de 3,5 millones de puestos de trabajo, evitar que miles de empresas cerraran en lo peor de la crisis financiera, y reforzar la figura de los ERTE que ahora es el salvavidas de millones de familias, suponiendo que hayan podido cobrarlo. ¿Y el diálogo social?. Veremos cuánto tarda en recuperarse de este golpe a su imagen.
Nadia Calviño. La superministra y vicepresidenta ha vivido sus horas más amargas en el gobierno, y sólo el rapto de autoridad que tuvo en la noche del miércoles al conocer el pacto con Bildu ha salvado medianamente los muebles para el ejecutivo. Calviño sabe bien que la reforma de Rajoy fue aplaudida por FMI, UE, OCDE y los mercados. De ahí que eligiera muy cuidadosamente las dos palabras con las que ha calificado el pacto de las sombras: absurdo y contraproducente. Absurdo sería liquidar una legislación que ha dado resultados. Y contraproducente sería hacerlo con la economía deprimida y cientos de miles de empresas en el dique seco. Que un presidente delegue en su portavoz parlamentaria la modificación de la arquitectura legal por la que se regulan las relaciones laborales, sin que la ministra de Economía conozca los planes, haría saltar por los aires cualquier gobierno del mundo. Pero esto es España, 2020.
Los barones socialistas. Los dirigentes territoriales del PSOE, con los que la dirección del partido había tenido una reunión el lunes, no conocían tampoco que se estuviera buscando el voto de Bildu con semejante propuesta y en un momento como el actual. Su letargo de dignidad ha venido hurtando cualquier tipo de debate en el seno del partido desde que Pedro Sánchez volviera a lo grande, y las normas internas han cambiado de forma que nadie le tosa lo más mínimo al líder plenipotenciario. Ésta rocambolesca situación, que no es más que la continuación de los acuerdos de investidura, ha agotado los tarros de vaselina en ciudades como Mérida, Toledo, Sevilla o Zaragoza.