Opinión

Gabriel planea sobre la Moncloa

Gabriel Rufián, diputado de ERC en el Congreso. Imagen: EP

El jueves no fue un buen día para el gobierno de coalición progresista, que ha cumplido tres semanas de gestión duplicada entre sus dos facciones bien diferenciadas. Se produjo la lamentable rectificación sobre la mesa de gobiernos para resolver el "conflicto político" de Cataluña, y en las carreteras andaluzas continuaban las manifestaciones de los terratenientes de la derecha carca, según la definición que les ha dado a los trabajadores del sector agrícola el líder del sindicato de clase UGT.

La gravedad del primer asunto tapó al segundo: en apenas unas horas se habían anunciado decisiones contradictorias sobre un compromiso que compromete la unidad del país y el cumplimiento de la Constitución, y eso no hay terratenientes cabreados que lo distraigan.

En el acuerdo que suscribió con Esquerra Republicana, Sánchez se comprometió a que la negociación bilateral sobre la soberanía del pueblo español se celebrara a las dos semanas de que se constituyera el gobierno. Pocos se creyeron aquél compromiso, porque ya sabemos el grado de confianza que hay en este país sobre la palabra del jefe del ejecutivo. A algunos incluso nos asaltó la confianza en que también a los dirigentes republicanos les engañara, como ha hecho habitualmente con la opinión pública y con su propio electorado. Ya es paradójico que haya que confiar en la capacidad de embuste de la segunda autoridad de tu país, pero en éste caso ese rasgo de su personalidad política es una verdadera herramienta caída del cielo para salvaguardar las leyes y garantizar los mismos derechos para todos los ciudadanos, residan donde residan dentro de nuestras fronteras.

Por la mañana la mesa quedaba en suspenso hasta que los ciudadanos hablaran en las urnas en Cataluña. Un comunicado hecho con la torpeza de la escasa experiencia en lides gubernamentales, que no se endulza con la acumulación de poder en la fontanería palaciega de la presidencia, intentaba aleccionar al inhabilitado president catalán pero lo hacía sacudiendo al socio parlamentario, al que realmente se había prometido la negociación sobre la autodeterminación. Por la tarde, siete horas después, el equipo presidencial rectificaba tras la visita amenazante del diputado de ERC Gabriel Rufián a Sánchez, en el que le ha sacado la primera de las muchas facturas que tendrá que cumplimentar en los próximos meses.

Lo ocurrido en ese día nefasto para el gobierno ha recordado, al menos en el título, a una vieja película del Hollywood clásico dirigida por el alcoholizado director Gregory La Cava, un maestro en la provocación y en la disección de la sociedad americana de los años anteriores y posteriores a la Gran Depresión. Gabriel Over The Whitehouse sería algo así como Gabriel sobre la Casa Blanca, la residencia del presidente homóloga a nuestro Palacio de la Moncloa. La diferencia es que en la película el presidente cambia súbitamente su actitud autodestructiva y contraria a la ciudadanía cuando el arcángel Gabriel le visita en el hospital, y a partir de entonces actuará siempre anteponiendo los intereses del pueblo.

Nuestro Gabriel ni es un arcángel ni va a forzar al presidente a hacer el bien, sino que va a intentar todo lo contrario. Pero con su visita ha planeado sobre los despachos del poder advirtiendo de las consecuencias de que su chantaje político no sea satisfecho: como dijo las pasadas navidades, sin mesa no hay legislatura.

Lo malo de la mesa bilateral que el presidente ha aceptado para ser investido no es que se celebre antes o después de unas elecciones catalanas para las que ni siquiera hay fecha. Lo lamentable es que se haya aceptado la celebración de una especie de cumbre entre dos gobiernos que son presentados como si fueran de dos países distintos, sólo porque lo exige el socio independentista.

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