
Las ideologías (entendidas como miradas sobre la realidad, pero cargadas de apriorismos) detestan la constatación empírica de sus hipótesis. En otras palabras, odian las estadísticas rigurosas y, a menudo, las tergiversan o, directamente, las inventan. Pero hay algo socialmente más grave: la censura. Pondré un ejemplo de esto último.
En los últimos días del año se publicaron cifras de lo ocurrido en 2019 y, así, nos enteramos de que la "violencia de género" había acabado con la vida de 55 mujeres a manos de varones. Pero no se añadían otros datos dignos de atención. Señalaré tres: 1) las muertes de varones a manos de mujeres, 2) el porcentaje de nacidos fuera de España entre los asesinos y 3) de entre los asesinos cuántos se suicidaron después de matar a la mujer.
La cifra de muertos por contaminación se suele aportar sin ningún fundamento estadístico
Y no se hacen públicos porque complican la emisión del mensaje que se quiere enviar: "Es el heteropatriarcado reinante en España el único culpable del feminicidio".
Pero no sólo es la ideología feminista la que oculta datos o se los inventa. Por ejemplo, las muertes que se atribuyen al tabaco o a la contaminación atmosférica suelen ser pura especulación.
Cuando salió la Ley contra el tabaco, en su apoyo se metieron de rondón estadísticas falsas y a quien esto escribe se le cayó el pelo por refutarlas.
En aquellos días se publicó que el tabaco mataba anualmente a más de 50.000 españoles, pero tomando los datos de fallecimientos según la causa de muerte que publica el INE, es fácil determinar los muertos en accidente de automóvil, pero resulta imposible saber los que pueden atribuirse al tabaco. También se dijo que el tabaco acortaba la vida del fumador en diez años. Igualmente, apoyándose en un trabajo realizado por una Universidad barcelonesa (donde cualquier rigor brillaba por su ausencia), se le atribuyó al tabaco un coste sanitario de 3.000 millones de euros anuales, sin tener para nada en cuenta los diez años de vida menos que los mismos antitabaquistas atribuían al tabaco. Y es que si una persona, sin probar el tabaco, habría de morir, pongamos, a los 84 años y, a causa del tabaco, se muere a los 74, dado que los gastos sanitarios y asistenciales crecen exponencialmente con la edad, desde el punto de vista económico ese "veneno" también produce un buen ahorro al erario público: el gasto sanitario y asistencial entre los 74 y los 84 años de edad.
En los primeros días de enero a la Presidenta de la Comunidad de Madrid le ha caído la del pulpo por desmitificar otra patraña: la del número de muertes en Madrid a causa de la contaminación atmosférica (en 2015 se le atribuyeron 5.416 muertes sólo en Madrid), cifra que se suele aportar sin ningún fundamento estadístico. La contaminación mata, es verdad, pero mata mucho más en Pekín que en Madrid. A quienes exageran de tal forma la mala calidad del aire en Madrid yo les presentaría una estadística bien contrastada, a saber: la región de Madrid tiene la más alta esperanza de vida de todas la regiones europeas… y pediría a los apocalípticos de turno que me explicaran las causas de esa "anomalía", la de tener una "pésima" atmósfera y, a la vez, una bajísima mortalidad.
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