
Recientemente se ha celebrado en Madrid la Cumbre del Clima que Chile no pudo celebrar debido a la intensa agitación social que embarga a ese país.
Sea cual sea la posición que cada uno adopte sobre el denominado calentamiento global -que pocos discuten-, lo cierto es que la vida humana sobre la Tierra solo es posible dentro de una delgada película, de unos cinco kilómetros de espesor, que la rodea. Para quienes sean aficionados a correr o a caminar les resultará muy fácil ser conscientes de la vulnerabilidad del líquido amniótico dentro del cual podemos vivir los humanos. Cinco kilómetros no son nada -la mitad de la longitud de la Avda. Diagonal de Barcelona, por ejemplo- y a partir de los 3.500 metros de altitud cuesta respirar.
Por ello, en 1966 Kenneth Boulding habló de la economía de la nave espacial tierra, resaltando la idea de que buena parte de los recursos que hacen posible la vida en la misma son limitados y, además, no renovables. Acuñó, entre otros, un término que debemos recuperar: el de "econosfera", con el cual pretende señalar que el crecimiento económico no puede ser ilimitado porque se desarrolla en la Tierra, que es una esfera cerrada de la actividad humana. Decía que "todavía hoy estamos muy lejos de haber efectuado las correcciones morales, políticas y psicológicas que están implicadas en esta transición desde el plano ilimitado a la esfera cerrada".
Esta línea de pensamiento sirvió para que en 1974 Herman E. Daly construyese la Steady Station Economy o Economía del Estado Estacionario. Según Daly, una economía en estado estacionario se define como "una economía con existencias constantes de personas y cosas (productos) que se mantienen a un nivel deseado de suficiencia con una tasa baja de flujo de mantenimiento, es decir, el flujo de materia y energía más bajo posible desde la primera etapa de producción a la última etapa de consumo".
Por lo tanto, una economía de estado estacionario apunta a la estabilidad o a niveles ligeramente fluctuantes de población y de consumo de energía y materiales.
Este es el paradigma que se halla detrás de la moderna noción de economía circular que persigue la reducción en la utilización materiales vírgenes y en la generación de deshechos, así como el mayor nivel de reutilización posible de los mismos.
Llegados a un determinado punto, se va imponiendo la necesidad de adaptar nuestras mentes y nuestros hábitos, en tanto que viajeros de la nave espacial tierra, a una economía del estado estacionario. Esto significa aceptar que la vida humana es un subsistema que forma parte del sistema planetario terrestre, cuyas líneas maestras no puede sobrepasar, si quiere sobrevivir. Hoy en dia existe una creencia ampliamente extendida de que la humanidad se halla cerca de ese punto de no retorno. Algunos, empiezan a creer que ya lo ha traspasado, otros que la humanidad aún se halla muy lejos del mismo.
En todo caso, la posición adoptada por una amplia mayoría de ciudadanos -incluidos científicos- es la razón por la cual la escasez de recursos y la presión demográfica están planteando en todo el mundo la cuestión de los límites ecológicos del modelo. Todo indica que las "correcciones morales, políticas y psicológicas" a las que aludia K.Boulding pueden acabar desembocando en una amplia y profunda reingeniería de procesos productivos y comerciales, así como legales e institucionales, con profundas consecuencias sociales, lo que puede afectar de pleno a la continuidad del proceso globalizador tal y como lo conocemos.
Si analizamos el balance de la globalización con una metodología kantiana, esto es, desde la perspectiva de si es beneficiosa o perjudicial para la humanidad en su conjunto y no solo para tal o cual país o grupo, la conclusión no ofrece dudas: la globalización arroja un saldo muy favorable porque ha permitido acelerar la creación de riqueza y reducir drásticamente la pobreza en el mundo.
No obstante, estos cuarenta años de globalización también han producido efectos indeseados, como el aumento de las desigualdades dentro de los países y la pérdida de bienestar de las clases medias y populares de los países desarrollados con el consiguiente miedo al futuro. De ahí, el resurgimiento de los populismos -que no son sino una forma de autoritarismo , según la opinión de F. Finchelstein- , su oposición a la globalización y el creciente divorcio entre los ciudadanos, por un lado, y los gobernantes de tendencia mas o menos liberal, por otro.
El gran peligro que presentan los populismos consiste precisamente en que, amparados en un discurso emocional y en la percha de la lucha contra la desigualdad -una palabra mágica de significación polivalente de gran magnetismo para los más vulnerables y, por ello, muy útil para quienes pretenden el poder-, frenen o, incluso, destruyan no solo el proceso de creación de riqueza sino derechos y libertades individuales que son la base de la convivencia civilizada.
El populismo es una opción creciente entre las clases medias y populares occidentales que perciben que el libre comercio y los movimientos financieros globales perjudican su bienestar y amenazan su futuro y el de sus hijos, por lo que exigen su restricción. De ahí el éxito de políticos radicales que proponen políticas ampliamente proteccionistas con el argumento de evitar la destrucción de empleo en sus países, sin advertir del empobrecimiento que conllevaría el hecho, entre otros, de que los demás países reaccionen con políticas similares.
Y aquí hay, probablemente, un punto de coincidencia entre las reivindicaciones populistas y las exigencias de la sostenibilidad de la actividad económica. Decía J.P Chevènement en 2009: "Una producción relocalizada y una mayor proximidad de sus mercados permitirán limitar los riesgos medioambientales que la producción segmentada conlleva en todo el mundo (…). Durante los últimos treinta años se han favorecido claramente las economías de escala con fábricas cada vez más grandes, capaces de abarcar zonas cada vez más vastas. Pero, por la exigencia de restringir el consumo energético, esa tendencia debería revertirse".
La comunidad es el tercer pilar que debe cuidarse tanto como el Estado y el mercado
No se trataría de prohibir el comercio internacional sino de acordar que la sostenibilidad de la actividad económica impone como condicionante estructural la preferencia por aquellas opciones de producción y comercio que impliquen menos consumo de energía y, en general, de recursos no renovables. Ello implica un debilitamiento del proceso globalizador o, al menos, su adaptación a estas exigencias, lo que conllevará un renacimiento de los marcos nacionales y/o subnacionales como referentes de la actividad económica en diferentes sectores.
En esta línea, un economista tan poco sospechoso de populismo como R. Rajan -cuyo análisis sobre el origen de la Gran Recesión es, a mi juicio, junto con el de Martin Wolf, el más certero- propone el fortalecimiento de lo que denomina el tercer pilar. Los dos primeros pilares de toda sociedad -Estado y Mercado- son foco permanente de atención. No así el tercer pilar, esto es, la comunidad, entendiendo por tal todo grupo social, de cualquier tamaño, cuyos miembros residen en un área determinada, comparten gobierno y, a menudo, tienen una herencia histórica y cultural común. Los mercados y el Estado no solo se han separado en los tiempos recientes de la comunidad sino que se han inmiscuido repetidamente en actividades que le son propias y la fortalecían.
La sociedad entera sufre cuando el equilibro entre los tres pilares se altera. Si los mercados son demasiado débiles, la sociedad deviene improductiva. Si la comunidad se debilita, se tiende hacia un capitalismo clientelar. Si es el Estado el que se debilita, la sociedad se torna miedosa y apática, con el riesgo, debo añadir, de que aparezcan populismos nacionalistas que buscan una segregación social y/o territorial -C.Guilluy- Inversamente, si hay demasiado mercado, la sociedad deviene inequitativa; si demasiada comunidad, la sociedad deviene estática; demasiado Estado y la sociedad deviene autoritaria. El equilibrio entre los tres pilares es esencial, subraya.
En mi opinión, estas consideraciones merecen una seria reflexión. Dicho equilibrio debe partir del condicionante estructural de que la actividad humana se desarrolla dentro de una econosfera, esto es, de un frágil ecosistema cuyos recursos son escasos y no renovables más allá de un determinado nivel de explotación, cuyo traspaso conlleva la insostenibilidad de la vida humana sobre la tierra.
El equilibrio entre estos tres pilares basado en el condicionante estructural descrito puede servir para establecer un nuevo consenso que impulse una prosperidad, basada en un modelo equilibrado y sostenible de actividad económica y de convivencia social y política.